T-MEC: nuevo ciclo en América del Norte

El reto de convertirse en un instrumento para el bienestar social y el progreso humano cuando México enfrenta un proceso de desindustrialización provocado por el desplome anual de la inversión fija bruta

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Imagen de archivo. Un empleado trabajando en la planta de Volkswagen en Puebla, México. 10 julio 2019. REUTERS/Imelda Medina
Imagen de archivo. Un empleado trabajando en la planta de Volkswagen en Puebla, México. 10 julio 2019. REUTERS/Imelda Medina

Después de 26 años de vigencia, este 30 de junio terminó la era del TLCAN y el 1 de julio inició el nuevo ciclo en América del Norte impulsado por el TMEC que estará vigente hasta el 2036 con una revisión dentro de seis años (artículo 34.7). En estas dos décadas y media, el TLCAN impulsó el PIB de México en torno a sus exportaciones e importaciones y Estados Unidos se consolidó como el principal socio comercial de nuestro país, al igual que una serie de actividades manufactureras impulsaron y fortalecieron el comercio intrafirma. Es decir, el TLCAN se convirtió en un instrumento en el crecimiento de México, principalmente en la parte norte donde se encuentran las entidades exportadoras.

El TMEC inicia en un marco donde la economía mundial, resultado del coronavirus, tendrá una caída de (-)4.9 y las naciones de América del Norte no está exentas. Para 2020 el PIB de Estados Unidos será del orden de (-)8.0 por ciento, Canadá de (-)8.4 y México de (-)10.5 por ciento, por lo que el nuevo tratado reimpulsará la economía intrafirma, principalmente la manufacturera-automotriz, de igual forma, fortalecerá la producción y motivará más la inversión y el empleo.

Es importante precisar que México enfrenta un proceso de desindustrialización provocado por el desplome anual de la inversión fija bruta, que al mes de marzo, vio un descenso de los gastos totales en maquinaria y equipo (-)18 por ciento. En tanto, para abril en su comparación anual, la producción Industrial retrocedió (-)29.6% y las industrias manufactureras (-)35.5 por ciento.

Esta desindustrialización, aunado a la contingencia sanitaria por Covid-19, provocó que la actividad económica registrara en abril una reducción real de (-)19.7 por ciento, siendo la actividad secundaria la más afectada, ya que retrocedió (-)29.6 por ciento, mientras que las terciarias lo hicieron en (-)16.1 por ciento; y las primarias aumentaron 2.4 por ciento, con relación a igual mes de 2019, pero con relación al mes anterior cayeron (-)6.4 por ciento. En consecuencia, el número de trabajadores del sector manufacturero para el mes de abril descendió 4 por ciento con relación al mismo mes del año pasado.

Las exportaciones de productos manufacturados en mayo mostraron una reducción de (-)58.7% a tasa anual. Los retrocesos anuales más importantes se observaron en las exportaciones de productos automotrices, con un (-)90.1 por ciento; de equipos y aparatos eléctricos y electrónicos: (-)51.7 por ciento; de productos plásticos y de caucho (-)50.8 por ciento, de equipo profesional y científico (-)45.8 por ciento y de maquinaria y equipo especial; y en industrias diversas, (-)42.4 por ciento. A su vez, la disminución anual en las exportaciones de productos automotrices fue resultado de reducciones de (-)90.7 por ciento en las ventas canalizadas a Estados Unidos y de (-)86.7 por ciento en las dirigidas a otros mercados.

Para mayo, las exportaciones totales mostraron una reducción anual de (-)56.7%, la cual fue resultado de contracciones de (-)56.3% en las exportaciones no petroleras y de (-)63.8% en las petroleras. Al interior de las exportaciones no petroleras, las dirigidas a Estados Unidos cayeron a una tasa anual de (-)57.2% y las canalizadas al resto del mundo lo hicieron en (-)51.8 por ciento.

En este escenario, el TMEC debe ser un instrumento que coadyuve al desarrollo sostenible del país, ya que desde hace cincuenta y cinco años, el 77 por ciento de la riqueza nacional se genera en cinco entidades del norte (Baja California, Nuevo León, Chihuahua, Sonora, Tamaulipas) que concentran el 83 por ciento de IED, así como el 47 por ciento de las exportaciones y el 59 por ciento de inversión en infraestructura. Además, cinco entidades del centro-occidente están vinculadas a la producción manufacturera de exportación del norte: Jalisco, Querétaro, Guanajuato, Puebla y Aguascalientes. En el sur-sureste del país están las entidades antípoda, ya que en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, la infraestructura no se refleja en el bienestar regional, el empleo no es de la misma calidad que en el norte y ello se refleja en el ingreso. Por ejemplo, el trabajador de Tapachula percibe un ingreso 20 veces menor que el trabajador de Ciudad Juárez, realizando una actividad similar.

Cabe destacar que tecnológicamente el territorio está desquebrajado, ya que el Valor Agregado de Exportación de la Manufactura Global (VAEMG), que cuantifica la participación de la manufactura mexicana en el contexto internacional de las “cadenas globales de valor” no se desarrolla en los municipios con mayor pobreza. La VAEMG se concentra en 10 entidades del Bajío-Norte que generan la mayor inversión tecnológica del país.

En los últimos cincuenta años, México ha tenido dos modelos de crecimiento, uno donde prevaleció la figura de Estado Interventor (ISI), que evolucionó a otro donde predomina el Estado Regulador (IOE). El primer modelo impulsó el mercado interno con el abuso del gasto público; en el segundo se privilegia al sector externo a costa del mercado interno y la desigualdad.

¿Existe la posibilidad de un tercer modelo?, LACEN propone el modelo de Industrialización Orientada al Desarrollo Sostenible (IODES).

En este sentido, México requiere una revolución estructural bajo las siguientes estrategias de competitividad sistémica: i) fortalecer el Estado de Derecho (nivel meta) para contrarrestar la corrupción, reducir la inseguridad, fomentar la transparencia y robustecer la competencia económica, con ello el PIB por sí mismo estaría creciendo 2.5 por ciento; ii) el nivel macro vía estabilidad económica (política tributaria, fiscal, monetaria y fiscal), aportaría, como lo ha hecho anualmente, un crecimiento de 2 por ciento; iii) estas estratagemas incentivarían un punto porcentual generado por el nivel micro a raíz de las reformas estructurales, y iv) bajo la coherencia de políticas públicas podría detonarse un desarrollo territorial sostenible, equitativo e inclusivo.

México, a través del Estado Promotor y la política de competitividad sistémica para la productividad estructural, estaría generando un desarrollo territorial para que la creación de empleo se genere a través de la tecnología social, esto es, con herramientas tecnológicas aplicadas al desarrollo rural y el campo, el país puede impulsar creación de riqueza y bienestar en zonas marginadas.

México no debe cometer el mismo error con el TLCAN que durante este cuarto de siglo fue un mecanismo de crecimiento. El TMEC debe ser un instrumento para el bienestar social y el progreso humano. Por lo que se requiere de un nuevo modelo de industrialización orientado al desarrollo sostenible, que sea la plataforma para un nuevo proyecto de nación de largo plazo.

Se debe considerar que al caer en mayo las exportaciones (-)56.7 por ciento, el PIB tiene una caída de por ciento 21.68 por ciento por lo que en los dos próximos años el desarrollo deberá estar en las entidades no manufactureras de exportación del sur-sureste del país.

*José Ignacio Martínez Cortés es Coordinador del Laboratorio de Análisis en Comercio, Economía y Negocios, UNAM y Profesor del Centro de Relaciones Internacionales, UNAM

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio

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