Cubrebocas, caretas, tapetes desinfectantes y una que otra cortina abajo. Fuera de esos emblemáticos elementos, este miércoles parecía uno más -de aquellos de la vida antes del COVID-19- en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Desde los que rondaban ahí por trabajo hasta quienes iban a comprar un par de zapatos, cientos de personas se aparecieron alrededor del mediodía en las calles del corazón de la capital mexicana.
El repentino aforo de este primero de julio se debe a que, dos días antes, lunes 29 de junio, el gobierno de la Ciudad de México anunció el cambio del semáforo por COVID-19 en la metrópoli. De rojo a naranja; de alerta máxima de nivel de contagios a solo riesgo alto. Pero significó luz verde para diversos comercios que pudieron reactivarse, entre ellos los restaurantes y hoteles, la mayoría de ellos después de hasta tres meses cerrados por la pandemia.
Tal es el caso de la taquería “Don Maderito”, ubicada en la calle Bolívar, en el centro de la CDMX. Emiliano Martínez, encargado de ese local, explicó a Infobae México que cerraron hace exactamente tres meses, el primero de abril. “Este negocio se abrió en 2011; nunca habíamos cerrado. Pero llegó el momento en que por la situación que se presentó tuvimos que cerrar”. Y no volvieron a abrir en esas semanas ni para llevar.
Justificando su desbordado entusiasmo por volver al ruedo, Emiliano contó que, aunque los dueños de la taquería les siguieron pagando, ellos como trabajadores resintieron mucho no recibir todo este tiempo propinas que habitualmente les dejan los comensales. “Hoy estamos de regreso y pues a echarle ganas”, celebró, mientras uno de sus compañeros terminaba de colocar un trozo de piña sobre el trompo, icónica imagen de cualquier lugar que se jacte de vender tacos al pastor.
Unos pasos más adelante, sobre la misma calle Bolívar, se encuentra el Café del Centro que, con 15 años de existencia, nunca había cerrado salvo una semana en 2009 por la epidemia de la influenza. El nuevo coronavirus los obligó dejar abajo la cortinilla del local durante dos meses. La encargada del café, Jessica González, relató que durante junio estuvieron abiertos, pero solo con servicio para llevar.
“La distancia de 1.5 metros, el ingreso bajo (previa revisión con) termómetro, se aplica un filtro de sanidad que son las preguntas, el lavado de calzado, y bueno nosotros sanitizamos cada uno de los muebles antes y después de que las personas entran”, explicó Jessica, quien en todo momento portó un cubrebocas y redoblaba su protección con una careta facial.
Precisamente, ella describió los términos de la “nueva normalidad” bajo los que se lleva a cabo toda esta reactivación comercial. Si acaso le faltó agregar que, por disposición de las autoridades, los negocios deben mantener su aforo al 30% de su capacidad total y un horario de apertura limitado.
A diferencia de la taquería, en el café había ya un par de comensales. Uno de ellos era Gerardo, un optometrista que trabaja en las inmediaciones de ese lugar. “Tomamos todas las precauciones necesarias”, explicó para demostrar que el virus no le representaba una preocupación.
Rosario era otra paseante por las calles del Centro Histórico este miércoles. Llegó desde Toluca. Es la primera vez que salió después de la cuarentena. “Vine a comprar unos zapatos que me urgían”, dijo calmada, detrás de la mascarilla, y agregó que ella no le tiene miedo al nuevo coronavirus.
Carolina Mujica también caminaba por la zona. Pero ella no estaba precisamente paseando. Salía de empeñar una joyas. La pandemia, contó, le ha pegado duro. “Yo soy jubilada pero mis dos hijos, que viven conmigo, perdieron su trabajo por toda esta situación. Así que de donde puede uno le rasca uno”, relató para justificar su presencia en la calle.
El siguiente color a alcanzar en el semáforo del COVID-19 en la Ciudad de México es el amarillo, que indicaría que el riesgo de contagios ya será nivel medio.
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