El retrato que ofrece de sí mimo Rafael Caro Quintero, de 67 años, es difícilmente creíble. En un relato exculpatorio que “El Narco de Narcos” hizo llegar a una corte federal mexicana, se describe como una víctima, un hombre de 60 años que no puede trabajar y que no tiene dinero ni para pagar un abogado en caso de ser detenido por las autoridades.
“Como he hecho notorio, aduce encontrarse sustraído de la acción de justicia, lo que le impide laborar o desempeñar alguna actividad por la que pueda adquirir recursos económicos”, detalló en una petición presentada ante el Primer Tribunal Colegiado en materia penal de la Ciudad de México.
Los servicios de inteligencia militar, la fiscalía mexicana y la propia Agencia Antidrogas en Estados Unidos (DEA) sostienen que desde su salida de la cárcel en 2013, Caro Quintero ha reagrupado sus fuerzas y aprovechado la caída de su antiguo amigo, Joaquín “El Chapo” Guzmán, para disputar la plaza del norte del país.
Para ello ha centrado su actividad en el Triángulo de Oro, una de las mayores zonas de producción de opio de América y se ha aliado con los Beltrán Leyva, enemigos acérrimos del Cártel de Sinaloa. Cada vez más osado, en su escalada estaría intentando hacerse del control de Ciudad Juárez, la gran puerta de entrada a Estados Unidos.
Todo es lo niega Caro Quintero. “El nombrado recurrente alega insolvencia porque dice tener más de sesenta años de edad, no estar pensionado ni jubilado”.
Su actitud es la habitual en los grandes capos. Cuando al ser detenido el 22 de febrero de 2014, la policía le preguntó al Chapo a qué se dedicaba, contestó que era un simple agricultor. En un sentido parecido expresa ahora Caro Quintero, y desde luego niego, como siempre ha hecho, su participación en el asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena, el crimen que le llevó a la cárcel en 1985 y que desde entonces le persigue noche y día.
La acusación considera probado que el 7 de febrero de dicho año, cuando Camarena salía del consulado de Estados Unidos en Guadalajara, fue secuestrado por policías y entregado al Cártel de Guadalajara. En un terreno de la organización, el policía estadounidense fue torturado una y otra vez mientras un médico le mantenía con vida. Cuando su cuerpo fue recuperado, se descubrió que había sido castrado y enterrado vivo.
La barbarie golpeó como nunca antes el corazón de la DEA. La agencia puso en marcha una gigantesca operación, dentro y fuera de la ley, para atrapar a los culpables. Ninguno se libró.
El primero en caer fue “El Narco de Narcos". La justicia de México lo condenó a 40 años, pero en 2013, cuando aún le faltaban 12 años por cumplir, logró que un tribunal de Jalisco lo dejara en libertad por un defecto de forma. Cuando la decisión fue invalidada ya estaba en la clandestinidad.
Su salida no ha escapado a los ojos del gobierno de Estados Unidos, incluso un expediente de la corte de Distrito Sur de Nueva York asegura que el narcotraficante, originario de Badiraguato, Sinaloa, es uno de los socios comerciales del dictador venezolano, Nicolás Maduro, a quien también se le señala de traficar droga.
Entre otras acusaciones que enfrenta Rafael Caro Quintero destaca aquella que refiere que desde 1980 mantiene el liderazgo del Cártel de Sinaloa, incluso desde la prisión, con lo cual habría generado cientos de millones de dólares.
De ser extraditado a la Unión Americana pasaría el resto de su vida en una prisión estadounidense, pues el capo mexicano enfrenta cargos en Nueva York, Arizona, California, Colorado y Texas.
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