Los seres humanos tenemos diferencias importantes con el resto de las especies que habitan nuestro planeta. Nosotros nos adaptamos a las situaciones y podemos vivir en diversas circunstancias. Podemos soportar el frio de Alaska o las altas temperaturas del Sahara. En cambio, los animales no pueden hacerlo. Si los sacamos de su hábitat no son capaces de sobrevivir.
Otra característica que nos diferencia es el aprendizaje. Los animales nacen genéticamente programados para ciertos instintos y comportamientos y con la información necesaria para vivir y para desarrollarse en un determinado clima o lugar. El pájaro sabe hacer su nido sin haber tenido que hacer un curso de aprendizaje previo. Los animales saben, desde que nacen lo que tienen que hacer. Cerebralmente ya vienen “cableados” con la información necesaria para sobrevivir de manera independiente. Se manejan por instinto, que es la reacción espontánea en el comportamiento de un animal.
A diferencia de ellos, los seres humanos nacemos sin poder manejarnos y desenvolvernos por nosotros mismos. Nuestro cerebro tiene muy poca información predeterminada y a su vez una enorme capacidad de aprendizaje. Realizamos el cableado a través de los años y a través de las experiencias que vamos teniendo.
Desde que nacemos hasta los 2 años de vida, nuestro cerebro trabaja a toda máquina produciendo neuronas (las células del cerebro). Ese proceso se conoce como neurogénesis. Esa producción a gran escala se realiza a razón de 2 millones de conexiones neuronales por segundo. Al finalizar los primeros 2 años cada neurona ha creado 15,000 conexiones nuevas. Impresionante, ¿verdad? Pero semejante producción no alcanza para valernos por nosotros mismos y procurarnos el sustento. Necesitamos de los demás para que nos enseñen a caminar, a hablar, para que nos alimenten, nos abriguen y nos procuren todos los cuidados necesarios para vivir. A diferencia de los animales, vamos aprendiendo sobre la marcha y adaptándonos al entorno.
Durante mucho tiempo se creyó que cuando llegábamos a los 25 años se terminaban las transformaciones de nuestro cerebro y lográbamos un cerebro adulto y completamente desarrollado. Gracias al descubrimiento de la plasticidad neuronal sabemos que el cerebro puede seguir modelándose y cambiando a través de la experiencia.
Investigaciones recientes afirman, para sorpresa de muchos, que hay neurogénesis hasta bien entrados los 90 años de edad. Las neuronas continúan formándose también en la vejez, lo que implica que nuestra capacidad de aprendizaje no se pierde a lo largo de toda nuestra existencia.
Hoy se sabe que las personas que tienen un propósito en la vida, que se mantienen mentalmente activas, haciendo crucigramas, leyendo o aprendiendo algo nuevo y estando ocupadas, mantienen un buen estado de ánimo, siendo las actividades intelectuales que realizan, los mejores protectores contra la soledad, el deterioro cognitivo, la ansiedad y la depresión.
La plasticidad neuronal ha cambiado la perspectiva y la vida de los seres humanos. La vejez era hasta su descubrimiento, una etapa de la vida donde el deterioro cognitivo estaba tan asegurado como las canas y las arrugas. Hoy podemos confirmar que cualquier actividad que mantenga la mente activa, fomentará la creación de nuevas neuronas.
A diferencia de los animales, la forma que le damos a nuestra vida está moldeada por el aprendizaje y las experiencias vividas. A la vez tenemos la posibilidad de mantenernos mentalmente jóvenes, animados y lúcidos, sin necesidad de tener en cuenta nuestra edad cronológica.
*Psicóloga y escritora
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