A finales de la penúltima década del siglo XIX la ciudad de León, Guanajuato, crecía de manera pujante y próspera, sin embargo, en 1888 ocurrieron una serie de lluvias e inundaciones que dejaron cerca de 242 muertos y más de 1,400 desaparecidos.
En ese entonces la ciudad tenía unos 100,000 habitantes, posicionándose como la cabecera de distrito más importante de Guanajuato. Se organizaban a lo largo de 236 manzanas y se distribuían en unas 500 calles. La mayoría de los ciudadanos se dedicaban a la industria zapatera, aunque también se elaboraban sombreros de palma, naipes, rebozos y objetos de talabartería de alta calidad por los que eran conocidos en toda la República.
El 18 de junio comenzó a llover a las 6:00 de la tarde y duró hasta las 11:00 de la noche, cuando los charcos de agua ya habían superado el metro de altura en las calles más altas. Algunos hombres y mujeres treparon a lo más alto de los árboles, pero muchos otros fueron arrastrados por la corriente. Los animales de carga y ganado, que en ese momento resultaban indispensables tanto para la economía como para el traslado, nada pudieron hacer contra el agua que fluía de los ríos desbordados.
A las 2:00 de la madrugada el terror era latente. Las casas, en su mayoría hechas de adobe, comenzaron a ceder. El Arroyo del Muerto cambió su curso natural y haciendo honor a su nombre, se llevó los cuerpos de aquellos que no habían logrado escapar a la catástrofe.
La aparente calma llegó por la mañana, pero los primeros rayos de sol también descubrieron el desastre que había dejado tras de sí la tormenta: más de 2,000 casas destruidas, 1,400 desaparecidos, centenares de muertos y más de 5,000 familias que lo habían perdido todo.
Pronto se recibió ayuda nacional y extranjera que se utilizó para proporcionar vestido y alimentos y para habilitar instrumentos de trabajo y materia prima de los artesanos que los perdieron. Fueron más de 2,150,000 pesos en pérdidas, una cifra exorbitante para la época. La ciudad tuvo que ser prácticamente reconstruida.
En su Monografía del Municipio de León, el cronista vitalicio, Carlos Arturo Navarro Valtierra, enumera al menos 20 inundaciones que sacudieron al municipio desde que nació como Villa de León (el aluvión más antiguo del que se tiene registro data de 1608).
Navarro Valtierra describe que León se encuentra en un valle plano que tiene el suficiente descenso para desalojar las corrientes pluviales, pues aun en épocas de fuertes lluvias ha permanecido ilesa de todo perjuicio.
No obstante, advierte que la causa de las inundaciones no se debe atribuir a la topografía, sino a las condiciones en que los humanos pretenden dominar los cauces naturales del agua.
“A medida que se extiende la mancha urbana, los arroyos quedan aprisionados entre construcciones, pretendiéndose muchas veces restarles su cauce, convirtiéndolos en bombas de tiempo que descargan toda su fuerza destructora en época de lluvias abundantes”, refirió Navarro Valtierra.
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