Cuando el zar mexicano del COVID-19 dijo la semana pasada que el crecimiento de los casos en la capital del país se había estabilizado, pocos sintieron que era motivo de celebración. Hugo López-Gatell ya había cantado tales victorias antes.
“La epidemia se está desacelerando”, declaró el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud en una conferencia de prensa el 5 de mayo. Tres semanas después, durante su sesión informativa nocturna del 25 de mayo, dijo: “Hemos aplanado la curva”.
Pero las cifras cuentan una historia diferente. Un día después de su tuit del 11 de junio sobre Ciudad de México, la nación reportó un récord de 5.222 casos nuevos de la mortal enfermedad. Al martes, las infecciones de México se han más que duplicado desde el 25 de mayo a 154.863, con una cuarta parte de ellas en la capital. Las muertes ascienden a 18.310, según el recuento oficial.
A lo largo de la pandemia, López-Gatell ha tratado de calmar el pánico público y apoyar los argumentos de su jefe, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO, que prioriza la economía sobre las estrictas cuarentenas. La amabilidad que caracteriza a López-Gatell y su habilidad para explicar fácilmente ideas complejas han ayudado a convertirlo en el funcionario más popular en la administración AMLO. Pero, dicen los críticos, también son rasgos que le han permitido ocultar la magnitud de la crisis, poner vidas en peligro y exacerbar el brote.
“Él es un buen comunicador y sabe hacer un show”, dijo en una entrevista Laurie Ann Ximénez-Fyvie, a cargo de un laboratorio de genética molecular en la Universidad UNAM en Ciudad de México. “Tiene sus argumentos y los usa para convencer a la gente de que esto está bajo control”.
López-Gatell declinó hacer comentarios para este artículo luego de cancelar dos entrevistas programadas en las últimas semanas. Su oficial de prensa no respondió a una solicitud de comentarios.
Hombre del momento
Antes de que la crisis golpeara, López-Gatell era relativamente desconocido en la vida pública mexicana. El médico de 51 años, de cabello entrecano y silueta delgada, anteriormente se desempeñó como director general de epidemiología junto a Alejandro Macías, el zar de México durante la epidemia de H1N1 en 2009. La revista Quién apodó a López-Gatell, el “inesperado hombre del momento” en abril, y una encuesta del diario El Financiero reveló un índice de aprobación de 56% en mayo (aunque había recibido un golpe de 6 puntos porcentuales desde la encuesta anterior).
Al igual que en varios mercados emergentes, una combinación de pocas pruebas, sistemas de salud precarios y un seguimiento poco confiable hace que muchos se pregunten qué tan grave es el brote aquí. El propio López-Gatell ha reconocido que las cifras son probablemente más altas, lo que aumenta aun más la confusión.
“No sabemos dónde estamos” en la curva, dijo Sebastián Garrido, coordinador de la unidad de ciencia de datos de la Universidad CIDE. Garrido ha estudiado datos del Gobierno que muestran que aún están registrando muertes de fines de marzo. Ese rezago probablemente se puede atribuir a sistemas obsoletos, así como a medios legales y médicos para certificar las muertes por COVID-19, dijo, lo que aumenta la posibilidad de que el número real de muertes de los últimos días no se conozca durante meses.
Vigilancia centinela
Al principio de la crisis, la Secretaría de la Salud de México optó por la llamada estrategia de vigilancia centinela, basada en la selección de algunas unidades con una alta probabilidad de ver casos para identificar tendencias. La Organización Mundial de la Salud ha dicho que el sistema podría no ser efectivo para detectar enfermedades raras.
En parte por esa estrategia es que las tasas de prueba de México son tan bajas y siguen cayendo. Por cada 1.77 pruebas administradas, se confirma un nuevo caso. Esto contrasta con una proporción de 19,28 en Estados Unidos.
Además de la evidencia, el brote podría ser mucho peor de lo que el Gobierno está dejando ver: un aumento de 124% en la mortalidad en Ciudad de México. Nexos Datos publicó una investigación que revela que se emitieron 17,310 certificados de defunción más en la capital entre el 30 de marzo y el 7 de junio, en comparación con el promedio de cuatro años. Además de los fallecimientos por coronavirus, algunas muertes probablemente sucedieron porque las personas se demoraron en buscar ayuda médica, dijeron los investigadores.
“No lo están haciendo a propósito; no están escondiendo cuerpos en ninguna parte”, dijo Macías, el exzar del H1N1, sobre López-Gatell y otros funcionarios de la Secretaría de la Salud. “Es solo que no han descubierto cómo hacer las cosas correctamente. Los sistemas no estaban preparados para esto”.
Advertencia de la OMS
México se encuentra en uno de los momentos más complejos de la pandemia, alertó un representante de la OMS la semana pasada, agregando que aún no se deberían flexibilizar las medidas de distanciamiento social.
Desde que se diagnosticó el primer caso en México el 28 de febrero, López-Gatell ha actualizado dos veces las estimaciones de muertes probables tras haber minimizado inicialmente la amenaza del virus en marzo. A principios de mayo, el Gobierno estimó que la mortalidad podría llegar a 6,000. Un mes después, López-Gatell dijo que hasta 35,000 personas podrían morir. Una proyección del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de University of Washington pronostica hasta 52,000 muertes para agosto.
López-Gatell también ha provocado controversia de otras maneras. La semana pasada, criticó a los medios de comunicación por publicar nuevas cifras de muertes en su portada, diciendo que el conteo de las últimas 24 horas incluye fallecimientos de períodos anteriores. Inicialmente también rechazó la importancia del uso de tapabocas.
Una de sus ideas más controvertidas ha sido presionar al público para que se concentre no en infecciones o muertes, sino en casos “activos”, en los que solo se tienen en cuenta pacientes con síntomas en el período previo de 14 días. Johns Hopkins Medicine dice que para los casos graves, los síntomas pueden durar mucho más y la recuperación puede tomar seis semanas o más.
“Es toda una maniobra manipular las interpretaciones”, dijo Ximénez-Fyvie de la Universidad UNAM.
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