La crisis del COVID-19 en la industria petrolera y los desafíos que plantea

Los meses por venir serán cruciales para México a nivel de toma de decisiones sobre posibles acciones en el recorte de su producción, cierre de campos petroleros y atraso de proyectos de perforación y reactivación de pozos

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(Foto: REUTERS/Dado Ruvic)
(Foto: REUTERS/Dado Ruvic)

Abril del 2020 es ya reconocido como el Black April o “El Abril Negro” para el sector energético de hidrocarburos según la Agencia Internacional de Energía (IEA, 2020). Sin dudas, este periodo del impacto del COVID-19, será recordado como uno de los eventos más trágicos, de la historia de la industria petrolera. En principio debemos salir del pensamiento tradicional de las crisis petroleras, para entender la huella que ya ha dejado el COVID-19. En esta ocasión, no fue producto de bajas de precios por consecuencias geopolíticas; ataques con drones; guerras en el medio oriente, o cualquier episodio que el lector pueda recordar. Esta crisis del COVID-19, y que tocará a México de manera muy relevante, la podemos definir como una “caída brutal del consumo de petróleo” que puede ascender, este año 2020, a más de 30 millones de barriles por día.

En los últimos meses, el consumo sostenido de petróleo se hundió (en pocos días) en más de 20% (22 millones de Barriles por día): es decir, de 100.3 millones de Barriles por día al cierre de diciembre del 2019, pasó a un estimado de 78.5 millones de Barriles por día en el mes de abril del 2020, de acuerdo con los cálculos publicados por la IEA (IEA, 2020). Esta caída del consumo ocurrió solo en muy poco periodo de tiempo.

Principalmente desde el 11 de marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó el cambio de la alerta causada por la infección del COVID-19 de epidemia a una pandemia. Tan solo la industria de transporte consume cerca de un 70% de la producción de petróleo y gasolinas, entre los principales, el combustible tipo JET que se utiliza para la industria aeronáutica (IEA, 2015). Otro fenómeno inédito de este “Abril Negro” fue la caída de los precios del West Texas Intermediate (WTI), uno de los precios de referencia del petróleo, el cual llegó a ser negativo el 20 de abril cotizando, al cierre del día en -2.6 dólares por barril. La caída de los precios del petróleo tiene una causa sistémica nunca vista en el mercado energético. Usualmente las crisis anteriores del sector tenían una pronta recuperación.

Petroleras europeas como Shell, Equinor, Eni y BP habían prometido a sus accionistas que podrían aventurarse a transformar la industria en un ecosistema: volverse más eficientes, pagar sus deudas y aumentar los dividendos, todo esto, mientras conducen la transición a energías más limpias y reducción de emisiones dióxido de carbono (CO2). El COVID-19 se presenta como un desafío, y la situación financiera de algunas de estas Majors es “tensa”. Pagos de compromisos adquiridos, menores ingresos, y principalmente la preocupación de sus acreedores, tiene a los mercados financieros en alerta.

En este caso quisiera incluir a Petróleos Mexicanos (PEMEX) como parte del contexto, la cual se encuentra en una situación crítica en términos de su salud financiera, evidenciado por la rebaja o pérdida reciente del grado de inversión de la calificación de riesgo más importante: Fitch Ratings (Fitch, 2020). Por otro lado, la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH), publicó la producción oficial de México que, al cierre de marzo 2020 mantuvo los niveles de 1.7 millones de barriles por día; sostenidos desde noviembre 2019 (CNH, 2020). Los meses por venir serán cruciales para México a nivel de toma de decisiones sobre posibles acciones en el recorte de su producción, cierre de campos petroleros y atraso de proyectos de perforación y reactivación de pozos.

¡No todo está perdido! No se han hecho esperar, múltiples comunicaciones sobre la necesidad de restablecer el orden de tipología del consumo en términos de energía fósil. “La profunda caída de los precios del petróleo hoy es otro poderoso ejemplo de cómo los combustibles fósiles son demasiado volátiles para ser la base de una economía resistente.” (350.org, 2020). La recesión producto del COVID-19 muestra que son necesarios sistemas económicos sostenibles, resistentes y estables, basados en fuentes de energía renovables y accesibles.

Hay una esperanza de cambio originaria y radical en toda la situación que se avecina. Muchas de las majors citadas anteriormente, ya tienen años trabajando en una nueva conceptualización de la energía orientada hacia energías limpias, y reducción de emisiones de dióxido de carbono (CO2). Por citar algunas, la estatal noruega Equinor ya ha cambiado sus estructuras organizacionales, gobierno corporativo y contenido estratégico, con acciones contundentes a lo que ellos denominan: How and Why: Shaping the future of energy (Equinor, 2020). Shell también ha realizado lo propio cuando hace varios años, cambió el concepto de una empresa petrolera a una integrada en energía, son vastos los proyectos de investigación y desarrollo que esta multinacional ha realizado en aras de lograr una transición rápida a energías sin CO2 (Shell, 2020).

Desde nuestras acciones es perceptible cómo la población ha reaccionado de manera muy objetiva antes las medidas recomendadas por la OMS, aunque ya empiezan a ver resultados en las cifras de desempleos y quiebre de muchas empresas que pueden desbalancear esa ecuanimidad. Este contexto de aislamiento - de Paro Cohesionado Colectivo - que hemos realizado de forma involuntaria, ha traído como consecuencia un desgarro parcial o total de todos los ritmos económicos de casi todos los sistemas industriales e institucionales en general. Confirmando así, lo que algunos pensadores han predicado desde hace muchos años en el mundo corporativo y educativo, respecto a la necesidad de colocar al individuo en el centro de todas las organizaciones, en palabras de Fernando Véliz “cuidar” a las personas.

Las decisiones que deberán ser tomadas en este caso por el sector energético, no dejan de tener el mismo núcleo que el de todas las empresas: el individuo y su colectivo. Daniel Goleman y Peter Senge es su teoría del Triple Focus (Goleman y Senge, 2016) han insistido en integrar tres factores comportamentales que cohesionados logran el verdadero cambio empresarial que necesitamos: la autoconciencia; la preocupación empática y el pensamiento sistémico.

¿Cuándo alcanzaremos los niveles de consumo de petróleo que teníamos en 2019? ¿Cuándo llegaremos a recobrar el ritmo de vida que teníamos en diciembre de 2019? ¿Cuáles son los actores que están guiando la transición hacia energías alternativas y limpias? ¿Cómo las organizaciones se tornarán más humanas en su gestión cotidiana de aquí en adelante con sus partes interesadas? Son preguntas cuyas respuestas, y en mi opinión, tienen al colectivo en una importante crisis de incertidumbre.

*Doctor en Administración, experto en innovación organizacional por la Universidad La Salle México. Consultor organizacional y especialista de la industria de energía desde hace 26 años

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio

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