“Cuando un político pierde el sentido del ridículo es que ha perdido contacto con la realidad”. Es la lapidaria frase con la que el escritor mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez inicia una columna sobre las dos episodios de la actualidad informativa nacional que en los útlimos días ha protagonizado el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO): el decálogo para salir del coronavirus y el supuesto plan del Bloque Opositor Amplio (BOA).
En el primero, López Obrador anunció una serie de recomendaciones para los ciudadanos en la llamada “nueva normalidad”, la etapa que vino después de la Jornada de Sana Distancia, en la que las personas empiezan a retomar de manera escalonada sus actividades cotidianas. Todo eso mientras que a nivel nacional los contagios y los fallecimientos por el virus siguen aumentando; ni siquiera se ha alcanzado el pico de la pandemia.
“No encuentro otra palabra para describir la nueva perla de sabiduría presidencial. Para tiempos de extremo apremio, una ridiculez. Un mensaje que mueve a risa, a burla. Una involuntaria parodia a las patrañas de la autoayuda y el pensamiento mágico”, sentenció el también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua ante lo dicho por el mandatario.
Cabe recordar que, entre otras cosas el presidente sugirió: actuar con optimismo porque el buen estado de ánimo ayuda a enfrentar mucho mejor las adversidades; dar la espalda al egoísmo y al individualismo, y en lugar de ello ser solidarios y de ser posible compartir con los que menos tienen; y alejarse del consumismo, pues la felicidad no reside en las posesiones materiales. “Solo siendo buenos podemos ser felices”, reiteraba.
A eso, en una columna publicada en el Reforma, Silva-Herzog recalcó: “Ante el virus que ha detenido al mundo, el presidente de México recomienda que seamos alegres. En la hora de mayor peligro sanitario en nuestro país, un llamado a sonreír y a ser optimistas. Comer verduritas, ser buenos y rezarle a algún santo. Ante la crisis económica más severa en varias generaciones, una oración de desapego”.
Además, señaló un aire incluso del tipo religioso en el mensaje de AMLO: “Es un decálogo porque al predicador del palacio le parece digno de ser memorizado. La confianza con la que lee las sentencias, el tono sacerdotal del mensaje, incluso la repetición de algunas frases que le parecen especialmente profundas e imaginativas, revelan que, en efecto, piensa que su escrito es un versículo para el presente”.
También refirió la contradicción que el decálogo del presidente representa para el mensaje que las autoridades sanitarias han estado sosteniendo durante la pandemia. “Muy en contra de lo que sostiene el subsecretario de Salud y lo que aconsejarían los propios datos oficiales, el Presidente dio un mensaje en el que implícitamente desentendió a su gobierno de la crisis sanitaria. Cada quien a cuidarse por su cuenta. Esto ya no es un asunto de política pública, es cuestión de responsabilidad individual. Ya aprendimos a cuidarnos. ¡Es tiempo de salir y recuperar la libertad! Y cada quien, que asuma su riesgo”.
Por otro lado, sobre el BOA -supuesto plan en contra del presidente y su gobierno- un documento que fue presentado la semana pasada durante la habitual conferencia matutina que el mandatario encabeza, pese a no tener certeza de su validez, el también periodista lo consideró “igualmente ridículo” que el decálogo; “aunque mucho más dañino”.
“Desde el palacio de gobierno, se da lectura a un documento como si fuera la exhibición de una terrible conjura y se señala puntualmente a los sospechosos (...) Ninguna ilegalidad se descubre, pero no importa. El apócrifo sirve para lanzar basura. No vale detenerse en la bobería del documento. Lo que cuenta es que la Presidencia de la República emplee su tribuna para lanzar acusaciones vagas, para insinuar que sus críticos son desleales a la democracia, para insistir en el cuento de que sus opositores son, en realidad, golpistas”.
Además, insiste en el mandatario presenta y da protagonismo a un documento de origen incierto simplemente porque puede hacerlo. “Se trata, sencillamente, de una ostentación de poder. El Presidente lee un documento que no merece la menor confianza porque puede hacerlo. Ese es el crudo mensaje que proyecta: el Palacio Nacional puede ser empleado para decretar la enemistad”.
Jesús Silva-Herzog Márquez finalizó la columna titulada El sermón y la bravata lamentando: “Sorprende el papel que el Presidente imagina para sí mismo en la emergencia. No es un Presidente que decide, que organiza, que dirige. Es un Presidente que, al tiempo que evade las responsabilidades de gobierno, sermonea e intimida. Necesitamos un Presidente y tenemos un párroco”.
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