Ignacio y Mauricio jugaban de niños al velorio: uno era el muerto y el otro lo ponía en ataúdes de la funeraria fundada por su abuela en Ciudad de México. Su relación con la muerte fue armoniosa hasta la irrupción de la pandemia.
“Nos enseñaron que la sangre, la muerte no son malas; nos llevaban a la escuela en carrozas”, rememora con una sonrisa Ignacio Navarrete en la oficina de Los Olivos Funerales, de espaldas a fotografías que resumen cuatro décadas de historia del negocio, de él y sus dos hermanos con el abuelo, y otra, en sepia, de sus bisabuelos.
El trabajo en esta empresa familiar que dirige al detalle Bertha Olivos, de 82 años, ha crecido “cuatro veces” desde fines de febrero, cuando se conoció el primer caso de covid-19 en México, añade ya con el rostro ensombrecido Nacho, quien administra la funeraria, carga y traslada cadáveres con su hermano y su tío Ricardo García.
El pequeño despacho tiene urnas hasta el techo. Las más vendidas por estos días son las del paquete básico de 400 dólares.
El local está en Iztapalapa, municipio azotado por la inseguridad y el que más contagios registra en México, con 5.746, además de 689 muertes.
El país, de 127 millones de habitantes, acumulaba hasta el domingo 117.103 casos confirmados y 13.699 defunciones.
Abogado de 29 años, Ignacio tiene un estudio de derecho mercantil, una importadora, una comercializadora y una refaccionaria; su hermano Mauricio, de 26 años, es psicólogo. Ambos sienten que están al “límite” de sus fuerzas porque dedican la mayor parte del tiempo a la “amada” funeraria.
“El covid nos ha exigido 1.000%. Nos ha llevado al límite”, dice Nacho en la sala de velaciones.
- Crematorios saturados -
Al mediodía, Bertha ya ha subido unas 15 veces las escaleras de tres pisos de la funeraria que también es su casa. Sin asomo de cansancio, esta anciana menudita y delgada, de cabello blanco y cejas tatuadas, atiende con cubrebocas a una mujer que pregunta llorando los costos para cremar a su padre fallecido por el nuevo coronavirus.
“¿Cuánto tiempo tarda?” el proceso exequial, interroga la clienta argumentando que el hospital amenaza con mandar el cuerpo a una fosa común si no lo saca pronto.
“Si ya tienen el certificado de defunción, yo hablo ahorita al crematorio a ver si alcanzamos turno para mañana o pasado mañana. Los turnos se acaban muy rápido”, responde la propietaria.
Viuda desde hace cuatro años, Bertha se considera una mujer "fuerte", tanto que dice que ni los retoques de sus cejas le duelen.
“Pero esto es tan doloroso... Hay veces que me subo a llorar a mediodía. Estoy muy espantada. No era religiosa, pero ahora todas las mañanas le pido a Dios que pare su furia”, confiesa.
De haber sabido que vendría una pandemia, “nunca me hubiera dedicado a esto”, sostiene Bertha, que al igual que su familia cree que el gobierno “ha ocultado cifras” de contagios y muertos. Solo ellos han recibido más de cien difuntos.
Entre sus clientes está José Pérez, panadero de 40 años, cuyas dos hermanas murieron en una misma semana.
- “Desgaste mental” -
“No creíamos [en el virus], uno cree hasta que lo vive en carne propia. Es muy doloroso ver cómo familias enteras se están desintegrando”, afirma José en el zaguán de su casa, frente al altar que colocó para honrar a sus hermanas y bajo una manta colgada por autoridades que advierte: “¡CUIDADO! ESTÁ ENTRANDO USTED EN ZONA DE ALTO CONTAGIO”.
El recorrido mortuorio de Mauricio y su tío Ricardo inicia con la preparación del equipo de bioseguridad, que desechan a diario.
“Ya es desgaste mental por ver tanta muerte. Nosotros que estamos viendo los hospitales, las morgues a tope, vemos que esto está desbordado, los crematorios igual”, dice Mauricio, de camino a un sanatorio del sur de la ciudad.
Tras cotejar los datos de un cuerpo, Ricardo entra en un cuarto en cuya puerta un letrero alerta: “COVID Mortuorio”. Muy rápido sale con una nueva víctima del virus en su carroza, con un corrido de fondo cuya letra habla de la muerte. Tiene solo 15 minutos para llegar al crematorio.
Con información de AFP
MÁS SOBRE ESTE TEMA