José, empleado de un crematorio, y Daniel, sepulturero, tienen más trabajo que nunca por la pandemia en México, pero no se acostumbran al dolor ajeno. Tampoco Humberto, serenatero, a quien en cambio pocos tienen ánimo de contratar para el último adiós.
Son los últimos eslabones de una cadena trágica que los enlaza en el cementerio municipal de Nezahualcóyotl, suburbio vecino de Ciudad de México. Aquí sus testimonios sobre la crisis que deja 12,545 muertos y 105,680 contagiados en este país de 127 millones de habitantes.
Frágil coraza
José Ramírez, de 49 años, lleva un año trabajando en el panteón y apenas un mes en el crematorio.
Con traje de protección plateado que lo hace ver como astronauta, es uno de los encargados de recibir los cuerpos y entregar, tres horas después, las cenizas a sus familiares.
"No te acostumbras al dolor ajeno, y cuando la estás entregando (la caja), te contagia y es muy difícil para uno aguantarse. A lo mejor te vuelves más duro en apariencia, pero no pierdes lo sentimental", dice a la AFP frente al horno hirviente en el que recién introdujeron una bolsa negra con el cuerpo de una presunta víctima de covid-19.
Solo en esta jornada José y su compañero Juan Carlos Cruz, de 37 años, han incinerado ocho cadáveres. A ambos les impacta el desconcierto de las familias por la rapidez con que la enfermedad arrebata la vida.
"Te dicen: 'llego con mi familiar al hospital, platico con él y a los tres o cuatro días ya no está conmigo y me lo entregan en cenizas'", refiere Juan Carlos.
Entonces el miedo lo invade. "Le temo a llegar a infectarme. Corremos muchos riesgos, tenemos familia, tenemos quién nos espera en casa".
“Muchos no creen”
Nadie habla con Daniel Ángeles mientras sella los nichos con ladrillos. Pero en su mente quedan las explicaciones que aventuran parientes de los fallecidos por el nuevo coronavirus.
"Muchos no creen, dicen prácticamente que lo que está matando a la ciudadanía es el gobierno", afirma Daniel, de 25 años, tras inhumar a una persona que falleció por otra causa.
Otros sí reconocen que "fue por covid y que lo notaron mal, que empezó con síntomas de fiebre y tos" y que empeoró hasta morir.
De tres cuerpos que solían inhumar diariamente antes de la pandemia, Daniel y su equipo ahora atienden hasta 15 servicios.
Además, observa que los deudos terminan muy afectados por la velocidad con que deben transcurrir los sepelios, frente a pocas personas, por orden de las autoridades.
"El ingreso es directo, sin despedirse ni nada de esto. La gente está sacada de onda (confundida). Cuando es por covid, va directo y no tiene la oportunidad de despedirse", dice.
Cantar con tapabocas
A Humberto Montes la mascarilla no le permite cantar a gusto en el trío de música norteña del panteón. Pero eso puede ser pura veleidad, pues lo cierto es que la epidemia deja muy poco ánimo y dinero para contratarlo.
"Con esto de los cubrebocas no estamos trabajando a gusto porque pues la voz no le sale a uno igual", afirma Montes, de 60 años, junto a dos compañeros que prefieren leer la Biblia a falta de clientes.
Montes carga su acordeón cerca de las tumbas, donde ofreció sus servicios a una familia que no los aceptó.
"Está muy difícil, la gente está muy espantada, está muy gastada entre funerarias, cajas y luego faltan los pagos de acá (del cementerio)", dice. Un día antes apenas reunió 60 pesos (unos USD 2,74) cuando en el pasado llevaba a casa hasta 500 pesos (casi USD 23).
Antes del coronavirus, recuerda, la gente pedía música cuando visitaba a sus seres queridos en el camposanto o para hacer más llevadera la despedida.
“Pedían hasta ocho canciones, nos íbamos muy contentos”, rememora. Pero “desde que empezó esta pandemia no entran a adornar, no hay visita, nada más la gente que viene con su cadáver y tiene el tiempo medido”.
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