El COVID-19 constituye un punto de inflexión que marcará un antes y un después, por la dimensión global que alcanzó en poco tiempo desde que se detectó en Wuhan, China, el 31 de diciembre del 2019 y la declaración que hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 11 de marzo 2020 al clasificarlo como pandemia por la velocidad de su propagación en todos los países. Aun se sigue debatiendo si el origen del patógeno es animal o debido a la acción humana, evidenciando también intereses políticos y económicos entre naciones hegemónicas. Lo cierto es que ha implicado un impasse global.
Los impactos a mediano y largo plazo aun no se advierten con toda claridad. Los que son visibles, se han dejado sentir de inmediato: en lo político, económico, laboral, legal, familiar, medioambiental, en salud y educación, etc. La naturaleza inédita de esta contingencia epidemiológica nos coloca de cara a nuevos desafíos. En el ámbito de la gestión educativa exige nuevas prácticas que es necesario innovar por parte de quienes están al frente de los sistemas educativos; directivos, docentes, estudiantes y la familia.
También requiere nuevos esquemas de participación y protocolos de actuación con una perspectiva de ‘anticipación y prevención’ para salvaguardar la vida de la población, por la responsabilidad social del sistema educativo y los centros de formación. La gestión del sistema educativo y de las instituciones, independientemente del nivel educativo de que se trate, en momentos de estabilidad dista mucho de la gestión en tiempos de inestabilidad o incertidumbre, que puede derivar en el caos o nuevos aprendizajes y oportunidades para todos los involucrados.
Por ello, la previsión, un plan de trabajo o protocolos de actuación, siempre resultan indispensables para su conducción, porque es una forma de otorgarle «dirección», de «guiar u orientar» para disminuir los impactos a corto, mediano y largo plazo. En medio de un ambiente de incertidumbre, brinda cierto grado de certeza contar con un plan de acción frente a una emergencia sanitaria como ésta. En paralelo, resulta crucial el liderazgo de las instituciones, de directivos y docentes, como lo expresa Rojas, A. “el liderazgo se prueba en situaciones complejas, en momentos difíciles o críticos…” (2006, p. 119).
Estos hechos, sin lugar a duda son los que nos hacen reflexionar en torno a la fragilidad de la condición humana, por lo que resulta indispensable preservar la vida de la población, el funcionamiento de las instituciones y de los sectores productivos y de servicios aun cuando sea de manera limitada o progresiva, como lo atestiguamos en estos últimos meses.
De ahí la necesidad de repensar nuestro papel como agentes sociales, el de las instituciones en su pertinencia y responsabilidad social, en los valores que afloran más ante detonadores como el COVID-19. Si bien el uso de la razón, históricamente ha sido considerado una cualidad para tomar decisiones y orientar nuestras acciones en los distintos espacios y organizaciones, la realidad nos deja ver cada vez más la importancia que juegan también las emociones en las variadas situaciones e interacciones que construyen las personas.
La comprensión de lo que implica y significa la «gestión educativa» nos conduce también a entender mejor por qué los gestores educativos necesitan adquirir, desarrollar o consolidar un conjunto de competencias, a fin de lograr un impacto positivo con sus prácticas, ya sea como hacedores y tomadores de decisiones de políticas públicas, de los directivos en los establecimientos educativos, o en su rol como docentes.
La gestión educativa es una “…actividad práctica, un saber hacer que incluye una pluralidad de conocimientos y actividades relacionados con aspectos esenciales del funcionamiento de las organizaciones educativas, entre otras: generar, acordar y alcanzar objetivos; establecer funciones; utilizar formas adecuadas de liderazgo y dirección; buscar maneras adecuadas de dirigir la iniciativa institucional hacia una acción educativa y medio ambiental de calidad.” (Gairín Sallán citado en Moncayo G., 2006).
Para ejercer la gestión educativa hay que considerar los niveles de complejidad que implica y desplegar un conjunto de competencias: contextual, gestión estratégica, liderazgo; trabajo en equipo; comunicación; participación; delegación, negociación; anticipación, resolución de Problemas; discernimiento ético (Braslavsky, C. y Acosta, F., 2001; IIPE, 2001). Esta pandemia nos revela también que es imprescindible la adquisición y/o desarrollo de competencias en TIC’s para el uso de plataformas en internet; redes sociales; dispositivos; y socioemocionales, como: la empatía, solidaridad, flexibilidad, creatividad, escucha activa, etc.
Las estrategias para disminuir la posibilidad de contagios como medida de prevención y salvaguardar la vida de las personas, implementadas por las autoridades del sector salud, en coordinación con el educativo “quédate en casa”, ha implicado para los gestores educativos desplegar acciones conducentes a continuar con el ciclo escolar vigente, no sin tensiones, conflictos y dificultades para los involucrados, dado el cambio de los roles de los padres de familia o figuras parentales, a quienes esta contingencia ha llevado a asumir un papel activo como co-educadores.
A los docentes proseguir con el currículo escolar, aplicar estrategias para suscitar experiencias de aprendizaje en los alumnos a través de diversos medios y modalidades. A los directivos de los centros de formación les ha demandado diseñar e instrumentar estrategias para llevar a cabo un trabajo coordinado con el profesorado, generar comunicados y acuerdos, reuniones, establecer criterios de forma colegiada y aquello que resulta esencial en la toma de decisiones, cuya intención es minimizar efectos negativos y potencializar las fortalezas de la institución y colaboradores del centro educativo a favor de la comunidad escolar.
Por esto para la gestión educativa es urgente contar con protocolos de actuación, entendido como un documento, reglamento, proceso o normativa que establece cómo se debe actuar ante determinados procedimientos, acontecimientos o situaciones, para el caso que nos ocupa, retomamos la que proporciona la OMS que hace alusión a la Gestión de los riesgos sanitarios en situaciones de emergencia (2017), cuyos componentes esenciales: políticas y gestión de recursos humanos; planificación y coordinación; gestión de la información y del conocimiento; infraestructura y logística; servicios asistenciales y otros servicios conexos, capacidades existentes en la comunidad.
En conclusión, la anticipación y prevención resultan imprescindibles en la gestión educativa, implica estar preparados ante cualquier emergencia. Para lograrlo hay que diseñar escenarios de los probables sucesos que se puedan presentar y realizar un protocolo de actuación que incluye diversas estrategias que nos ayude a definir las actividades y procedimientos a seguir. La construcción de ambientes seguros implica el desarrollo de acciones preventivas ante situaciones o conductas de riesgo. En todos los casos, es preferible intervenir antes de que ocurran y alcancen dimensiones inimaginables como ha resultado el COVID-19, que ha tenido un impacto global y nos ha puesto a prueba en todas nuestras capacidades. ¿cuáles son las lecciones aprendidas que nos deja?, aun estamos descubriéndolas y no son pocas.
*Universidad La Salle
Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio