A finales de 1902, una epidemia de peste bubónica se expandió en la urbe costera de Mazatlán, Sinaloa, a su paso, la enfermedad dejó centenares de fallecidos e infectados, pero una medida de contención singular fue el lazareto de Belvedere, centro de atención que recluyó a los contagiados y que estaba situado en una isla.
La tercera pandemia histórica de peste azotó el puerto mazatleco desde diciembre de 1902. Al igual que el COVID-19, la peste bubónica que llegó a costas sinaloenses habría iniciado en China en 1894, en específico, en la provincia de Yunnan y en la comarca de Quan-Sien.
De ahí, la enfermedad pasó a Cantón, Hong-Kong y Macao; dos años después se expandió a Bombay, ciudad portuaria de la India, desde donde viajó por vía marítima a otras costas cercanas y, más tarde, hacia Europa, África y América.
Entre 1896 y 1914 la peste bubónica mató a cerca de 8,000,000 de personas en el mundo. Los afectados en Sinaloa, sin embargo, fueron 529 muertos de 738 enfermos registrados (algunas versiones refieren alrededor de 2,000 fallecidos). Para aquella época, Mazatlán tenía 18,000 habitantes, de los cuales huyeron 12,000 por temor a la pandemia.
Ciertamente, el término “aislar” tiene un origen literal y preciso cuando de confinamiento médico se trata. Llevar al infectado a una isla para resguardar al resto de la población y evitar la propagación del contagio, suena más lógico cuando, por ejemplo, se habla de espacios hospitalarios aislados, de aislamiento social o sana distancia. En efecto, apartar a los enfermos era la función de un lazareto, como el de la isla de Belvedere en Mazatlán.
Los lazaretos eran centros de reclusión para enfermos de males contagiosos y fueron muy comunes en México tras la llegada de los españoles, pues los europeos trajeron consigo varias enfermedades que requerían el aislamiento de las personas para contener la propagación. En las ciudades costeras se ocupaban para poner en cuarentena a los viajeros infectados o sospechosos de algún mal infeccioso.
Son escasas las referencias del lazareto en Mazatlán, pues una vez controlada la enfermedad, las autoridades determinaron quemarlo (aunque habrían construido uno más pequeño en sustitución). Sin embargo, se sabe que estaba adjunto al sitio conocido hoy día como isla de Piedra. No es que fuera una ínsula alejada del puerto, la llamada isla de Belvedere tiene rasgos, más bien, de islote, un lugar que a principios del siglo pasado era dispuesto para resguardar a los enfermos de afecciones contagiosas.
El lazareto de la isla Belvedere contaba con vestíbulo para médicos, pabellones para enfermos y convalecientes, cocina, baños y farmacia. Algunos reportes de prensa de la época referían que la higiene era “excelente”, que los enfermos no tenían queja alguna del lugar y estaban bien alimentados con leche, carne, pan, huevos, jerez y té con cognac, según relata Ana María Carillo Farga, doctora en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien escribió el artículo “¿Estado de peste o estado de sitio?: Sinaloa y Baja California, 1902-1903”.
No obstante, la población mazatleca tenía terror a ese lugar de aislamiento y algunos preferían ocultarse antes que ser trasladados al lazareto de Belvedere. Incluso con la buena prensa, pues los reportes afirmaban que el centro era eficaz en su tratamiento y muchas personas lograban recuperarse.
De acuerdo con Carrillo Farga, la gente infectada de peste bubónica era reacia al lazareto por miedo a ser separados de sus familiares y, en caso de morir, estar alejados de sus seres queridos. Por ello, muchos pobladores decidían esconderse o negar que entre sus parientes hubiera enfermos.
Pero la policía tenía orden de intervenir y llevar a la fuerza a quienes presentaran síntomas sospechosos. Primero los trasladaban a unas barracas construidas en Lomas de Velódromo, una zona cercana a la playa a las afueras de la ciudad. Y si los recluidos llegaban a presentar calentura y dolor inguinal eran conducidos al lazareto.
En estas barracas estaban recluidos tanto familiares de quienes ya habían muerto por la enfermedad, otros sospechosos de contagio, así como las personas que atendían a los enfermos. Hasta el 14 de abril de 1903, las barracas aislaron a 2,146 personas, según Carrillo Farga.
Cuando las personas llegaban a las barracas de Lomas Velódromo se les hacía bañar y les eran otorgadas una muda de ropa nueva. “Recibían luz, combustible, agua y 35 centavos diarios con los que se surtían de alimentos en expendios que había en el lugar. Al salir, recibían otra muda de ropa nueva y cinco pesos (mexicanos de la época)”, de acuerdo con Antonio Butrón y Ríos, autor de Epidemiología. Datos históricos sobre la peste bubónica de 1902 a 1903 en el estado de Sinaloa (1916).
La gente peregrinaba de casa en casa para no ser secuestrada por las autoridades sanitarias y, aunque en un inicio muchos lograron escapar de Mazatlán, a principios de 1903 fue establecido un “cordón sanitario” alrededor de la ciudad portuaria. Ello causó un descontento generalizado pues dejaba atrapados a los habitantes y el ejército les impedía salir. Una estrategia radical que también aplicaron las autoridades chinas en Wuhan, considerada como zona originaria del actual coronavirus.
En Sinaloa eran los tiempos del general Francisco Cañedo, quien gobernó 32 años la entidad norteña, siete ocasiones entre 1877 y 1909. Este militar se caracterizó por el asesinato de los opositores al régimen, manipulación de elecciones y otros abusos de poder. Había una “estabilidad” a la usanza de Porfirio Díaz (presidente en esa época) y progreso económico concentrado en unas cuantas manos, en pocas palabras, eran tiempos del porfiriato.
El cierre de puertos para Mazatlán provocó, primero, un incremento en el precio y, después, escasez de alimentos; lo que exacerbó el descontento entre la población. Sin embargo, las autoridades sanitarias federales enviaron un barco de vapor de la Secretaría de Guerra para solventar estas necesidades, luego de que la prensa local denunciara las afectaciones y demandara una solución.
Hubo tratos diferenciados entre las clases acomodadas y las personas pobres, mientras a los primeros se les permitía confinarse en sus casas, los segundos eran obligados a ir a las barracas o el lazareto de Belvedere. Por otro lado, se siguieron medidas como quema de casas y ranchos completos. Los presos eran obligados a transportar y enterrar a los fallecidos, muchos se contagiaron y murieron por esa labor. También se discriminaba a la población de origen chino, pues se les identificaba como propagadores de la enfermedad, a pesar de que entre ellos no se registraban afectaciones.
Varias versiones históricas coinciden en que la peste bubónica llegó a Mazatlán procedente de San Francisco California, en el buque Curazao, pues también tocó puerto en Ensenada, donde se reportaron contagios. En su momento, las autoridades estadounidenses negaron, por intereses económicos y comerciales, que en los puertos de esa ciudad hubiera casos de peste. Hasta agosto de 1903 cuando por fin aceptaron que la enfermedad había “llegado” a San Francisco, donde se prolongó hasta 1904.
Cuatro años antes de que la enfermedad azotara Mazatlán, el bacteriólogo francés Paul L. Simond indetificó que la peste era una enfermedad de las ratas. El científico galo postuló que la trasmisión a los humanos se efectuaba a través de las pulgas que tenían los roedores y, al picar a las personas introducían las bacterias.
Los médicos de Mazatlán trataron la enfermedad con el suero Yersin a mediados de febrero, pero sería hasta marzo cuando llegarían las vacunas procedentes de Washington, Rusia y París. Durante la epidemia, hubo 12,893 vacunados en Mazatlán; 3,575 en Villa Unión y sus alrededores; y 1,157 en Siqueiros y sus alrededores. En total, 17,625 inmunizados. Según consignó la historiadora Ana María Carrillo Farga.
A mediados de abril de 1903, las autoridades mazatlecas informaron el alta de los dos últimos enfermos alojados en el lazareto de la isla Belvedere. En mayo se reportaron los últimos casos, pero sería hasta agosto en que ya no se tendría rastro de la enfermedad. En junio, el gobierno federal aprobó la apertura al tráfico del puerto de Mazatlán, y dio patentes limpias a las embarcaciones.
Venecia fue el primer lugar del mundo donde se construyó un lazareto, a principios del siglo XV el Senado de la Serenísima requisa del monasterio de las Ermitas de San Agustín decidió establecer un centro de encierro en la isla de Santa María, cerca de la isla de San Lázaro.
“La palabra lazzaretto se refiere a san Lázaro, que enfermó de lepra, aunque también podría ser una alteración fonética del nombre de la isla de Santa María de Nazaret”, según explica Alessandro Giraudo en su libro Cuando el hierro era más caro que el oro (2016).
En la actualidad, es inevitable asociar un lazareto con los espacios reconvertidos para atender la emergencia sanitaria, las llamadas Unidades Temporales COVID-19 en la capital mexicana. Entre las que destacan, por ejemplo, el centro Citibanamex o el Autódromo Hermanos Rodríguez. Aunque estos últimos están habilitados con atención médica y fueron creados para evitar la saturación hospitalaria, cumplen la función de un lazareto.
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