Apenas ven la ambulancia, los vecinos intuyen la razón. Antes llegaron policías para proteger a sus ocupantes, dos paramédicos que se llevan a un hombre con síntomas de covid-19 en un populoso suburbio al este de Ciudad de México.
El vehículo que conducen Nicolás Rodríguez, de 53 años, y Roberto Solís, de 42, atrae a los moradores en Nezahualcóyotl -uno de los focos de la pandemia en México-, pero un policía les pide volver a casa.
Delgado, de pelo corto y mirada fija, Roberto es el primero en entrar a la vivienda de dos pisos, equipado con una bata, cubrebocas, gafas, careta y guantes.
El paciente de mediana edad no ha sido sometido a una prueba, pero tras revisarlo, a Roberto no le queda duda de que está contagiado con el nuevo coronavirus.
Entonces da aviso a su compañero para que se enfunde el traje de protección y preparan ambos la camilla que cubre el cuerpo con un plástico.
Es el primer caso sospechoso de covid-19 que encuentran durante la jornada nocturna, en la que un equipo de la AFP los acompañó.
Antes atendieron a un enfermo renal con complicaciones para respirar, a un policía con agotamiento extremo y una falsa alarma de deceso.
La crispación por la epidemia en Nezahualcóyotl hace que la presencia de Nicolás y Roberto no siempre sea grata para los vecinos; por eso sus incursiones requieren una avanzada policial.
“Ya nos ha tocado que nos agredan”, dice Roberto. El recelo se extiende a la prensa: con agresividad, un residente intenta retirar la cámara de video del lugar.
El paciente finalmente sale en la camilla con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada apuntando al cielo; el silencio de la noche se rompe con la voz quebrada de una mujer que le dice: “Dios te bendiga”.
- Murió “en mi propia camilla” -
Pese al esfuerzo del personal de salud, el coronavirus parece estar ganando la batalla en la zona.
Hasta el sábado el municipio de Nezahualcóyotl -con 1,2 millones de habitantes- registraba 1.467 contagios y 152 defunciones. En todo el país se contabilizan 7.179 muertes y 65.856 casos positivos.
Arrollamientos, choques, volcaduras y apuñalados han quedado atrás. Nicolás y Roberto aseguran que 85% de sus emergencias corresponden ahora a casos de covid-19.
Con un balance lamentable: de unas 80 personas que han atendido desde el inicio de la pandemia, 45 han fallecido. El caso de una mujer, esta semana, les dejó una honda impresión.
“Subo a la habitación y veo a la persona pálida (...) Me dice: ‘¿Qué me está pasando?’. Me agarra la mano y me dice: ‘Quiero vivir por mis hijos’”, cuenta Roberto.
La mujer murió cuando preparaban el equipo para entubarla en el hospital. “Fallece en mi propia camilla (...) ¿Con qué cara le dices al familiar que me esperaba afuera que había fallecido su esposa?”, afirma este exmilitar.
Él y su compañero tienen grabadas las miradas de miedo de los enfermos, muchos de los cuales ya no pueden hablar cuando los auxilian. “Reflejan mucha angustia, nos quieren decir algo pero ya no pueden”, dice Nicolás, quien conduce la ambulancia.
Atrás va Roberto. “Trato de decirle que es más fuerte que el virus (...), trato de darles ánimos, aliento, que no se deben dejar vencer (...), como si fuera nuestro familiar”.
Nicolás cuenta que algunos pacientes simplemente no quieren que los trasladen. “Nos dicen: ‘No quiero que me lleves a un hospital porque ahí me voy a morir’”.
Temor por la familia
Estos paramédicos también viven con el temor a contagiarse y afectar a sus seres queridos.
“Se te viene a la mente la familia que en casa nos espera, tenemos que trabajarlo bastante psicológicamente porque somos profesionales de la salud”, expresa Roberto, con una madre anciana, una hermana diabética y dos hijos.
Ambos confían en el equipo de protección, aunque reconocen que es muy estresante cuando el superior ordena: “Vete a un probable covid”.
Aunque agotadora, la jornada aún no termina: los esperan otros dos casos de posible coronavirus y una crisis nerviosa.
Con información de AFP
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