Mientras muchos extrañan los besos y abrazos que les robó la cuarentena por el nuevo coronavirus, el luchador mexicano Galeno del Mal echa de menos dar y recibir golpes en el ring, y escuchar aplausos e insultos del público por igual.
“No saben cuánto extraño estar en un ring, estar con el público y ¡pum!, un trancazo (golpe) a uno, un trancazo a otro”, dice a la AFP el joven de 18 años tras un breve entrenamiento con Hijo de Dr. Wagner, su hermano mayor.
Ambos practican en una arena de lucha libre propiedad de su familia en Nezahualcóyotl, suburbio cercano a Ciudad de México.
Cubierto por tejas de zinc, el lugar quedó vacío hace dos meses ante las medidas para contener la propagación del virus, que hasta el martes dejaba en México 5,666 muertos y 54,346 contagiados.
“Extraño pegarles a luchadores, que me peguen también, me gusta mucho que me peguen”, añade Galeno del Mal con su máscara tricolor y un gesto de entusiasmo como si de repente las bancas metálicas se llenaran de gente.
Pero la realidad es que la Arena Azteca Budokan, con capacidad para unos 300 espectadores, está solitaria. Carteles de encuentros pasados y fotografías de prensa quedan como testigos de este espectáculo -parte fundamental de la cultura mexicana- antes de la pandemia.
“Para mí es importante el público, escucharlos que me digan groserías o que me apoyen”, afirma Galeno del Mal.
Él y su hermano son la tercera generación de una dinastía de luchadores que inició su abuelo, Alfonso ‘Acorazado’ Moreno, cuya foto en blanco y negro muestran orgullosos en un mural junto a las de varias luchadoras con atrevidos trajes.
Pelea contra la ansiedad
Acostumbrados a la rudeza, los corpulentos hermanos viven la cuarentena como leones enjaulados.
“El lunes me dio un tipo ataque de ansiedad en que le dije a mi madre: ‘¡ya no aguanto, ya no puedo!’ Me sentí aturdido, me sentía que no cabía en ninguna parte”, confiesa Hijo de Dr. Wagner, de 28 años.
“Al principio hacía de todo, pero llega el momento en que no tienes nada qué hacer”, apunta su hermano enmascarado, molesto por tener que usar tapabocas. “Con la máscara uno se acostumbra (...), pero el cubrebocas lastima”.
Con los gimnasios cerrados, procuran visitar la arena familiar para mantenerse en forma: un breve calentamiento, seguido de maromas, movimientos contra las cuerdas y llaves en el ring.
“Tratamos de venir al cuadrilátero dos veces a la semana y perfeccionar movimientos hechos o aprender unos nuevos”, señala Hijo de Dr. Wagner, quien hace poco más de un mes tuvo que actuar a puerta cerrada en una arena de Japón -donde los luchadores mexicanos son muy populares-, debido a la epidemia.
Soñar con la arena llena
Estos ágiles gladiadores son hijos de Dr. Wagner Jr. y Rossy Moreno, dos célebres luchadores que a su vez son hijos de Dr. Wagner (abuelo) y de ‘Acorazado’ Moreno, respectivamente.
Son también sobrinos de Silver King, quien murió de un infarto fulminante en el cuadrilátero durante una exhibición en Londres en mayo de 2019, y de El Oriental, hermano de Rossy Moreno y de Esther, Alda y Cynthia, también reconocidas luchadoras.
La historia de todos ellos -que ocultan sus identidades y el rostro con celo extremo- está en las decenas de fotografías que engalanan el escenario, en donde ya aparece una imagen de Hijo de Dr. Wagner el día de su debut.
Sin fecha para reabrir, el mayor de los hermanos aprovecha para enseñarle al adolescente todo lo que aprendió de sus padres y tíos.
“Él es muy joven, (hay que) guiarlo poco a poco. Es una edad en la que estamos formando un carácter, un temperamento, transmitírselo a él es un gran trabajo”, dice Hijo de Dr. Wagner.
Su hermano se concentra también en entrenar y sueña con escuchar pronto los gritos del público: “La veo y digo, chale (rayos), me encantaría luchar este fin (de semana) que viene y que esté la arena llena”.
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