El subsecretario de salud, Hugo López-Gatell luce desesperado, y tiene muchas razones para estarlo.
En un país donde el inmaculado gobierno federal ostenta la batuta de la moral, con la que marca el ritmo de esa gran orquesta, tan creativa que, por momentos, el pianista toca el violín, el violinista arrebata el chelo y el chelista, confundido pero exudando aplomo, arremete con el clarinete.
Así y todo, pretenden que la cansada audiencia tome eso por música y la aplauda, apasionada.
De esta manera llegó un agrónomo a convertir en composta a la empresa petrolera del estado, un canciller a encargarse de las compras más insólitas y a hacer exhaustivos comunicados sobre temas de salud, mientras el funcionario a cargo del tema refuta la teoría de matemáticos especializados.
Mientras tanto, una población sometida a dogmáticos intentos de adoctrinamiento moral, civil, económico e informativo, no parece tener derecho a datos reales sobre una epidemia en la que está en juego su salud y su vida misma.
No es preciso ser epidemiólogos certificados para pensar que la estrategia no llegó a tiempo, que no se implementaron filtros de detección en aeropuertos, sobre todo en vuelos procedentes de focos de contagio, que no se advirtió sobre las medidas de distancia, desinfección de objetos y manos, así como la permanencia en casa sino hasta bien entrado marzo, cuando el propio presidente seguía de gira, abrazando y besando incluso niños e invitaba a llevar a la familia a comer fuera. Vamos, hoy se sigue discutiendo, desde la fuente misma de información oficial, el uso de cubrebocas en espacios públicos.
Bastaba ver las noticias para darse cuenta lo que ocurría en países donde el virus había llegado, sus números, las medidas que implementaron y los resultados que obtuvieron. Aplicar tests para Covid-19, repetía la OMS, tantos como sean posibles.
Pero el gobierno mexicano, por supuesto, tenía otros datos. La OMS ignoraba que, fronteras adentro, los mexicanos contábamos con la fuerza moral del mandatario, con el infalible modelo Centinela, pero más importante, contábamos con un férreo sistema de salud pública, hospitales debidamente equipados gracias al presupuesto sesudamente asignado. Tan preparados estábamos que pudimos, por solidarios que somos, venderle a China equipos de seguridad para proteger su cuerpo médico, ese que por reveses del destino hoy le compramos varias veces mas caro de su valor original… aaaah, esos chinos.
Hoy, a López-Gatell, tan carismático él, robando suspiros en cada sesión informativa, no le alcanzan las tablas (entiéndase en ambos sentidos) para explicarnos la obsolescencia del Centinela ante el inexplicable arribo de la centena de miles de contagios. Tal vez esa sea la razón de su visible molestia ante preguntas sensatas de periodistas con sentido común, como Dulce Soto, quien recibió una respuesta tardía y al más puro estilo presidencial, tratando de señalar al periódico para el que trabaja, como si eso justificara algo más que la liberación verbal de la propia frustración.
Pues bien, subsecretario, Hugo, absolutamente nadie tiene obligación de simpatizarle mientras, así como usted, realiza su trabajo. Lo que Dulce le preguntó es de interés nacional, tenga, en adelante, la bondad de responder lo que se le pregunta con respeto y oportunidad.
No nos está gustando ese modito.
*Diseñadora y tuitera
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