Las vecindades en la Ciudad de México son un ícono del folclor capitalino; sin embargo, las condiciones de vida no son las óptimas para evitar la transmisión del coronavirus entre sus habitantes.
El hacinamiento, la precarización de los servicios básicos, la relación con el empleo informal, la inseguridad y la sobrepoblación son algunos de los factores que implica el convivir en una vecindad.
Derivado de la expansión industrial en el entonces llamado Distrito Federal a mediados del siglo XX y del sistema económico estabilizador en donde proliferó el empleo en la capital, millones de mexicanos migraron de diversos puntos de la república al centro y norte de la ciudad, donde la solución del gobierno en ese momento fue habilitar distintos espacios con áreas comunes para vivir.
Con el pasar de los años, el incremento de la población y el deterioro al tejido social, las vecindades continúan siendo igual o más vigentes para las personas cuyas aspiraciones sociales se quedaron estancadas en esas cuatro paredes. Las personas que las habitan suelen ser vecinos por muchos años, incluso generaciones y se quedan para garantizar tener un techo que los cubra de la intemperie.
La irrupción del COVID-19 en el mundo alteró el orden público y las conductas sociales de sus habitantes por medio de medidas emergentes instauradas en casi todos los gobiernos; la necesidad de las personas que viven al día y sus condiciones precarizadas de vivienda, las obligan a una convivencia estrecha que descalifica por defecto las sugerencias promover el aislamiento social.
Las autoridades sanitarias del mundo han recomendado la sana distancia y el aislamiento social para evitar la propagación del coronavirus. En México, el gobierno federal lo nombró Jornada Nacional de Sana Distancia, en la que Hugo López-Gatell, subsecretario de prevención y promoción de la salud, explicó que las actividades económicas no esenciales se detendrán hasta que termine la emergencia de salud. En un inicio, el epidemiólogo dijo que se acabaría el 30 de abril; no obstante, ante el escenario epidémico que se presentó en México, se optó por extenderlo hasta el 31 de mayo.
Y es que el avance del nuevo coronavirus no se detiene, pues de acuerdo con la Secretaría de Salud (SSa) hasta el martes 5 de mayo, en México se tienen registrados 26,025 casos acumulados de SARS-CoV-2 y 2,507 muertes relacionadas directamente con esa enfermedad, en donde la entidad más afectada es la CDMX y se espera que esta semana sea en la que más contagios nuevos se presenten.
Los testimonios de la gente más vulnerable ante la enfermedad circulan por diversos medios, tal es el caso de la crónica de Araceli, una mujer de 65 años que murió por COVID-19 y vivía en Peralvillo 22, una vecindad de la colonia Morelos muy cerca de Peralvillo 33, lugar donde hace algunos meses tuvo lugar una redada policiaca en la que se incautaron drogas, armas, dinero y fue hallado un altar con restos humanos.
Un trabajo del periódico El País mostró el modo en el que vivía ella, su hija y sus vecinos, quienes la recuerdan como una extraordinaria mujer con un sazón muy rico para preparar antojitos mexicanos afuera de la vecindad.
“Cocinaba muy bien, me gustaban mucho los sopes que hacía, así gorditos, con salsa roja”, dijo una vecina respecto a las destrezas culinarias de Araceli.
Y a pesar de que los vecinos lamentaron la pérdida de su cohabitante, sus formas de socializar continúan de manera similar, pues la situación en la que existen impide que puedan detener su estilo de vida; sin embargo, sí llevaron a cabo los rosarios correspondientes dedicados a Araceli.
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