Un liderazgo se mide a partir de la forma en que se maneja una crisis. Aunque se esperaría que un gobernante provea información concisa sobre la situación y sus riesgos, genere certidumbre al transmitir datos fidedignos y desacreditar rumores y noticias falsas y, sobre todo, inspire con su ejemplo al ciudadano, en México tenemos una verbena frente a la pandemia.
En lugar de proveer información precisa, en las conferencias “mañaneras” que cada día realiza el presidente López Obrador se transmiten poco menos que mensajes motivacionales, mientras se dice que el ejecutivo no puede transmitir el coronavirus porque su fuerza es moral. Incluso hace unos días dijo que lo protegen imágenes religiosas católicas, cuando se dice que es evangélico. Rehúsa usar gel antibacterial porque es parte de una conspiración “neoliberal” como, en su opinión, ocurrió con la contingencia del AH1N1 de 2009.
Tampoco el presidente es un ejemplo fuera de sus conferencias. Durante una gira que realizó el pasado 14 y 15 de marzo, se deja tocar por multitudes, e incluso besó a una niña con chupete en la mejilla. Al cuestionársele, dice que en sus siguientes salidas tendrá más cuidado para no darle a sus enemigos políticos razones para quejarse, en lugar de lo que es: una medida mínima para que no se extienda el contagio.
Este ambiente de negación lo comparten sus seguidores en redes sociales, donde desacreditan cualquier esfuerzo que se hace en otros países para contener la pandemia. Por si fuera poco, anuncian que para ellos la prensa y políticos opositores esperan que muera mucha gente para atribuirle la culpa a López Obrador. Ni se diga de las notas que publica con preocupación la prensa internacional, las cuales son desacreditadas como parte de la conspiración contra el presidente.
Sin embargo, y aunque haya quienes digan que López Obrador enloqueció, en realidad se ha mantenido consistente en sus mensajes y estrategias de comunicación desde hace décadas. Su discurso siempre ha estado impregnado de tintes religiosos. Las expresiones populares que dice son retomadas como ataque o chiste, lo cual termina haciendo que todos sigamos los temas según los términos lingüísticos que establece o, dicho de otra forma, terminamos hablando como él. Nunca ha asumido responsabilidad de algo, endosando en cambio la culpa a otros, a quienes llena de calificativos. Visto de esa forma, aquí nunca hubo sorpresas, sino sorprendidos.
Ahora bien, ¿por qué está siendo noticia y motivo de preocupación la actitud de López Obrador? En mi opinión, porque esta vez hablamos de una crisis que afecta a todos los mexicanos, por encima de cualquier diferencia social o clivaje político que podamos tener. Eso podría ser el punto de quiebre.
Aunque López Obrador pudo sortear diversas crisis de gobierno con sus viejos recursos retóricos, como la tragedia de la gobernadora Martha Erika Alonso y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, los muertos de Tlahuelilpan o el fallido operativo contra Ovidio Guzmán en Culiacán, podía desviar la atención haciendo que la tragedia fuera producto de los “conservadores”. Pero esta vez todos estamos expuestos a ser infectados, lo cual altera nuestra vida diaria. Lo anterior, independientemente de otras complicaciones, como lo que muchos analistas ven como una inminente recesión o la caída de los precios del petróleo.
¿Qué puede pasar? Aunque muchos políticos, analistas y medios vienen cantando la crisis terminal del gobierno de López Obrador cada fin de semana, ninguno plantea una alternativa que pueda ser creíble. En este marco la simple reacción sólo termina afianzando al presidente ante sus seguidores. Si se cae en una crisis grave y lo único que puede mostrar la oposición son chistes malos, memes y exageraciones, abriríamos el paso a una radicalización del discurso oficial, de pronóstico reservado.
*Analista político
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