“La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”, fue el extraño pero enfático mensaje del Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, en el marco de una pandemia que ha colapsado los sistemas de salud de varios países alrededor del mundo en escasas semanas y que, alcanza para un profundo análisis de varias disciplinas: ciencia médica, filosofía, ética, antropología, psicología, corrientes de pensamiento mágico, religión; y que, de paso, ha vigorizado ese sentido del humor tan característico de los mexicanos, como ha podido constatarse en las benditas redes sociales, minutos después de ser pronunciado.
Más que una prenda, la moral ha resultado un efectivo superpoder del mandatario en funciones, con ella ha “derrotado” a una vasta oposición que cambia de forma y de sectores de la sociedad según el contexto en el que el presidente pronuncie dicha palabra. Es el tema medular en la elaboración de una poderosa Cartilla que promete convertirse en una Constitución capaz de cambiar, de facto, el proceder de los mexicanos.
La moral del presidente se yergue, majestuosa, por encima de la historia, la ciencia, la tecnología, las matemáticas… y la realidad. ¿Qué importancia tiene si México se fundó o no hace 10,000 años; si Carmelita Romero Rubio fue esposa de Porfirio Díaz o de Benito Juárez; si los ventiladores, esos, producen energía eólica o eótica? Absolutamente ninguna, faltaba más. Si él dice que ningún virus puede hacernos daño porque no hay corrupción, no hay anagabrielas, ni bartletts, ni patytrujillos (con 11 doctorados) que valgan. La superioridad moral, como un manto, lo cubre todo, los cubre a todos.
Cómo osamos, los impíos, lanzar profanos cuestionamientos sobre si es correcto que el señor presidente busque el amor de su gente, tendiendo su mano franca a todo aquel que la busque; que reparta, obsequioso, besos, abrazos y selfies en tumultos convocados; como si fuera tan terrible que besara y diera cariñosos mordiscos en las mejillas de niñas pequeñas, solo porque atravesamos una emergencia sanitaria sin precedentes.
Parece que no entendiéramos que la popularidad del presidente registró una importante caída. Hacer llover dinero en efectivo, por increíble que parezca, no compra popularidad por mucho tiempo, en estos días. Eso, es una verdadera emergencia que requiere acciones rápidas y contundentes.
Las fronteras pueden permanecer abiertas, los eventos masivos pueden continuar, las pruebas para detectar el covid-19 pueden esperar, las mascarillas y guantes para el personal médico pueden ser sustituidos por artículos similares. Lo impensable es detener las mañaneras, entiéndase de una vez, el show debe continuar.
En mitad (y por encima) de todo, el presidente debe salir al desfile.
Los miembros del gabinete hacen como que le ayudan a ponerse la inexistente prenda: “El presidente es una fuerza moral”, “El presidente más culto, consciente y valiente”, “El presidente más feminista de la historia contemporánea”, “El que crea que sabe más que el presidente, es un traidor a la patria”.
Es cuestión de tiempo para que alguien, puro como un niño, grite con frescura “¡Pero si va desnudo!”, para que veamos esa moral deslizarse por los hombros presidenciales, y desvanecerse antes de tocar el piso.
*Diseñadora y tuitera
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