Lo peor es que nos hemos ido acostumbrando. Ya no contamos los muertos, ya no nos asombramos. Es un muerto más”. “Estamos como anestesiados: tanto muerto, tantas muertes. Ya no somos capaces de emocionarnos”. Son las palabras de los vecinos de Sonora y Caborca, en relación con el asesinato, en julio 2019, de 11 personas en un solo fin de semana en Caborca, una localidad de 100 000 habitantes en el norte de México.
Cada día, 10 mujeres mueren asesinadas en México. Uno de cada diez de estos feminicidios son contra mujeres de menos de 17 años. En la redes sociales, abundan los mensajes de solicitud de ayuda, de niñas y mujeres que han desaparecido. Algunos casos, ocasionalmente, vuelven a atraer la atención del público, como el caso de la profesora Raquel Padilla, historiadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), asesinada a puñaladas por su pareja. La mayoría pasan anónimas.
Pero la anestesia social no es un defecto moral de los y las mexicanas, que no son ni más ni menos sensibles que cualquier otro pueblo. Hay varios factores que permiten comprenderlo. La situación es resultado del terror sembrado por las guerras (capitalistas) contra el narcotráfico desde hace más de 10 años; de la impunidad en la que han quedado la mayor parte de estos crímenes; de un individualismo desvinculante que nos encierra en nuestros problemas privados; y, por último, de la imposibilidad de hacer un trabajo de investigación periodística que permita decir la verdad públicamente.
Anestesia estatal
Además de la anestesia social existe en México una anestesia de aquel que no sólo no debería dormir un solo instante ante tal macabro escenario, sino que se encuentra obligado a responder. Y es que la acción del Estado, que debería ser garante de la seguridad y la libertad de las mujeres y niñas dentro de su territorio, es omisa, está ausente. Con ello ciertamente contribuye a la impunidad y a la perpetuación de la violencia, específicamente la violencia en contra de las mujeres cuya manifestación más dramática es el feminicidio.
El caso de Fátima, de 7 años, parece ser la gota que derramó el vaso y volvió a mostrar la omisión del Estado. Secuestrada a la salida de su escuela el 11 de febrero 2020, en el sureste de la Ciudad de México, Fátima fue encontrada muerta cuatro días más tarde. Su caso revela una cadena de negligencias y omisiones, que ponen en duda, una vez más, la falta de compromiso de las autoridades con la seguridad de niñas y mujeres.
La niña fue entregada a una persona no autorizada a la salida de su escuela; la familia acudió a diversas dependencias hasta que llegó a la Fiscalía Especializada en Búsqueda, Localización e Investigación de Personas Desaparecidas, y se emitió una alerta Amber con la foto y los datos de la niña; sin embargo, según varios relatos, no fue difundida masivamente y la familia imprimió y distribuyó una ficha de desaparición que divulgó por toda la zona del secuestro. En el caso de Fátima llegaron demasiado tarde puesto que fue encontrada muerta con rastros de tortura y abuso sexual.
El caso de Paloma
Paloma, una chica de 14 años, desapareció el 13 de diciembre 2019 en Hermosillo (capital de Sonora) para volver a aparecer, asesinada, el 31 de diciembre, semi-enterrada junto a otras dos personas a 12 kilómetros de la ciudad. La familia recurrió a las autoridades. Interpuso una denuncia por desaparición ante la Fiscalía General de Justicia (FGJE) el 14 de diciembre de 2019, donde les dijeron que se emitiría una Alerta Amber (alerta de secuestro de niños y adolescentes).
Circular distribuida por los familiares de Paloma, la joven de 14 años desaparecida y asesinada. Madres Buscadoras de Sonora.
Las autoridades solicitaron a los familiares que no intentaran pedir ayuda ni publicar la foto de Paloma en redes sociales. Empero, la familia, desesperada, recurrió a grupos de búsqueda para que subieran a las redes el anuncio de desaparición.
El 2 de Enero, el padre de Paloma salió a buscarla. Hasta el día de hoy no se tiene noticias de su paradero y su teléfono dejó de funcionar. El también desapareció. Porque hoy en México, también se desaparece buscando a las y los desaparecidos/as.
El 22 de febrero, dos meses después de su desaparición, se confirmó a través de una prueba genética que los restos encontrados en el Ejido La Mesa Del Seri en Sonora, correspondían a Belem Paloma Lara, de 14 años.
El papel del “monstruo” en la narrativa mediática
Un feminicidio no aislado, una más de tantas, una historia más indignante que la otra. Pocos días antes, el feminicidio de Ingrid, asesinada por su marido, quien violentó su cuerpo hasta lo indecible. En este caso, a lo terrible del suceso se agrega el tratamiento que la prensa le reservó, publicando detalles macabros y sensacionalistas de la muerte de la mujer acompañados de fotos.
Nuevamente el Estado fue el blanco de las críticas y las sospechas porque, ¿de qué manera llegaron tales detalles y fotos a los medios si no es por una fuga de parte de las autoridades?
Rita Segato ha expuesto con gran elocuencia y claridad de qué forma los medios son actores fundamentales de la “pedagogía de la crueldad”. La presentación del monstruo, el perpetrador de esta violencia, de alguna manera acaba resultando una figura deseable de imitación para el hombre mexicano.
Desensibilización, pero también miedo y censura
Es importante detenernos sobre el rol de los medios. En ellos desfilan sin cesar imágenes insostenibles que se vuelven banales: una fosa de la que emerge un brazo o una pierna, personas colgadas de puentes, cadáveres desmembrados y un sinfín de crueldades expuestas a todo color, como fue expuesta la muerte de Ingrid.
Esta exposición que se limita a proponer al destinatario una brutalidad tras otra, no contribuye a comprender tanta violencia sino a saturarnos y desensibilizarnos. Sabemos que periodistas audaces, que han osado explicar los mecanismos y actores de esta super-violencia, han pagado con sus vidas su compromiso con la verdad.
También sabemos que el sensacionalismo parece vender. Entre estos dos extremos, la censura y auto-censura, debida a peligros bien reales, hacen que cada mañana, en cada pantalla, sigan desfilando sin una narrativa comprensible, violencias atroces que parecen sacadas de un infierno indescifrable.
Pese a todo, pese a esta guerra que ha producido más de 60 000 desaparecidos/as, pese al terror y a la falta de información, son muchas las mujeres que han logrado organizarse en más de 70 colectivos a lo largo y ancho de México para buscar a sus seres queridos. Son también numerosas las mujeres que desde Centro América recorren en caravana el territorio mexicano buscando a sus parientes desaparecidos en la travesía migratoria, entre ellos muchas mujeres que osaron partir solas en busca de sustento y escapando de la violencia.
Pioneras de esta búsqueda fueron las madres de las desaparecidas de Ciudad Juarez que entre otros colectivos constituyeron Nuestras Hijas de Regreso a Casa.
Nos preguntamos si esta enorme y extraordinaria energía, de tantas mujeres, consagrada a la investigación y la búsqueda, podría transformarse en poder organizativo y solidario. Un poder que permita también enfrentar las raíces profundas de esta violencia, no sólo el fruto de sujetos desviados y machos heridos (que sin dudas los hay), sino la consecuencia de una larga historia de despojos y explotación.
Neoliberalismo, super-violencia y la “mujer-servicio”
La violencia contra las mujeres es al menos tan antigua como la cacería de brujas. La violencia en la intimidad de los hogares era hasta hace poco ampliamente tolerada. Servía (sirve) al disciplinamiento de esta importante e invisible fuerza de trabajo femenina que no es externa a la acumulación de capital, como nos dice Nancy Fraser. Le es consustancial: por cada hombre que trabaja hay mujeres que aseguran los cuidados indispensables para que estos trabajadores sobrevivan.
Solo desde hace pocas décadas esta violencia se visibiliza, se reconoce y se la llama “violencia doméstica”, “violencia intrafamiliar”. Hace todavía menos que le llamamos “violencia de género”. Pero esta violencia contra las mujeres, por ser mujeres, solo se comprende en el contexto global de sociedades que Rita Segato llama “dueñistas” y economías de la muerte.
Qué significa ser “matable”
La “matabilidad” de ciertos sujetos no es natural, no es un accidente que deba ser reportado en las crónicas de hechos diversos. Es la consecuencia de una exposición desigual a la violencia Estatal, para-estatal, económica y doméstica que produce población desechable. Los más expuestos son los sujetos feminizados, en primer lugar, claro está, las mujeres y niñas; pero también los hombres vulnerabilizados porque han sido previamente ilegalizados, racializados y etnicizados y no porque porten un destino de “víctimas”.
Y como lo indica Jules Falquet, el blanco mayoritario, pero no el único, de los feminicidios, son estas mujeres previamente vulnerabilizadas. Porque si otrora la reproducción social se hacia gratis y en casa, hoy esas labores se han transformado en mercancía: desde el cuidado de los niños al alquiler de un vientre. Son en su mayoría estas “mujeres-servicio”, como las llama Falquet, las que son violadas, asesinadas y arrojadas en basureros.
Pero no debemos olvidar que, como nos recuerda el caso de la historiadora Raquel Padilla, el feminicidio, si bien afecta principalmente a mujeres pobres y racializadas, también mata a mujeres de otras clases sociales.
El ¡Ya basta! de las mujeres en México
Todo parece indicar que la acumulación de agravios lleva a un nuevo ¡Ya basta! en México. Para el 9 de marzo 2020, un día después de la marcha feminista global y que en México esta cobrando gran importancia, se convoca a un paro de mujeres. Se están sumando una gran cantidad de personas e instituciones tanto públicas como privadas en México y en otros países de la orbe.
Iniciada por la organización veracruzana Brujas del Mar, la propuesta resonó y tuvo una respuesta masiva; hoy parece ser que se trata de un parte aguas en la sociedad mexicana. Miles de mujeres desapareceremos de la vida pública, de los espacios económicos y productivos, buscando hacernos visibles mediante la ausencia, buscando denunciar el descuido gubernamental.
Cartel del paro convocado para el 9 de marzo.
La convocatoria, cuyo eslogan es #UNDIASINNOSOTRAS, busca expresar el hartazgo, y denunciar que las mujeres y la violencia feminicida que sufren todos los días es ignorada tanto por la sociedad como por las autoridades.
Las “nosotras” de ese eslogan son las mujeres transformadas en cuerpo-mercancía en Tijuana, las manos (de obra) baratas de las que fueran maquiladoras en Ciudad Juarez, las migrantes apiñadas hoy en la frontera norte de México esperando un utópico asilo estadounidense, las madres buscadoras de desaparecidos/das que recorren México tras las huellas de sus seres amados. La esperanza es que, si matar mujeres es un arma eficaz para atacar los lazos fundadores de comunidad, las mujeres organizadas somos un arma eficaz para recrearlos.
Este artículo se realizó con la colaboración de la profesora Alicia Márquez del Instituto Mora y la periodista Lorenza Sigala de El Expreso. El trabajo de terreno se realizó en el marco del Proyecto Salir de la Violencia financiado por la Agencia Nacional de Investigación (ANR-Francia).
(Artículo publicado por The Conversation)