Juan de Torquemada, eclesiástico franciscano e historiador español es autor de varias obras que, en su mayoría, se relacionan con la cultura antigua de México y del siglo XVI; entre ellas se encuentra “La Monarquía Indiana”, en la que el historiador da testimonio de que Tonantzin era una diosa grande en belleza, además de caracterizarse por usar falda y huipil blancos.
En relación al culto prehispánico en el cerro del Tepeyac, los autores de la época describieron el ambiente hispano-colonial haciendo énfasis especial en los cultos mesoamericanos, es decir, en los territorios que ocupaban las civilizaciones prehispánicas. en las que el Tepeyac no pasó desadvertida, al igual que sus celebraciones.
Prueba de ello quedó asentada en el Códice de Teotenantzin, del que también historiadores mencionan que muy seguramente fue mandado a confeccionar por parte del cronista Lorenzo Boturini a fin de dejar un documento que representara a la zona montañosa en la que se encontraban dos esculturas de piedra y sus ornamentos a los que en su momento se identificaba como deidades.
Para quienes tiene oportunidad de ver este Códice, pueden apreciar que en la parte izquierda se ve una iglesia y, por debajo de ella una estructura que no se identifica de manera muy clara; en tanto, de su lado derecho se aprecia un texto en español que se refiere a una de las deidades a la que identifica como “Teotenantzin, Madre de los Dioses”.
El arqueólogo mexicano Alfonso Caso identificó algunos de los dibujos en el Códice como características de las diosas Chalchiucueitl y Teotenantzin, a quien se le relaciona con la diosa del maíz Chicomecoatl.
Con ello quedó registro de que antes de la conquista existía un lugar en el que se veneraba a una diosa y que hoy es ocupado por el recinto dedicado a la Virgen de Guadalupe. A Tonantzin la llamaban “Nuestra Madre”, además de personificar el símbolo de las fuerzas femeninas de la fertilidad.
Sin embargo, en aquella época también había otras diosas a las que se les consideraba la representación de la fertilidad, como lo eran Coatlicue, con su falda de serpientes, madre de los dioses del panteón azteca; Cihuacóatl, mujer serpiente y diosa de la tierra y Tonantzin, la favorita por sobre todas la diosas.
No se tiene certeza de cómo era el templo en el que se le adoraba, sin embargo, se sabe que las ofrendas que le dedicaban eran abundantes y de ello dio fe Fray Bernardino de Sahagún en su obra “Historia General de las Cosas de la Nueva España”. En la mencionada obra relata sobre la existencia de un monte llamado Tepeác al que los españoles nombraron Tepeaquilla y en el que se le hacía fiestas a Tonantzin.
Juan de Torquemada aseguraba que dicha diosa sólo se le aparecía a los indígenas en forma de una joven vestida de blanco que les hacía saber secretos. Con el pasar del tiempo, fue en 1528 que los evangelizadores construyeron una ermita en ese mismo lugar, a fin de retomar las bases ideológicas, sepultar la adoración a Tonantzin y, en su lugar, colocar a la Virgen de Guadalupe.
A raíz de ello, la escultura que se encontraba en la zona montañosa fue sustituida por una pintura de la que el mismo historiador Miguel León Portilla, sostenía que hay una relación entre la Virgen de Guadalupe y Tonantzin que los evangelizadores usaron para empoderar sus conquista en lo que ellos en aquel entonces nombraron “Nueva España”.
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