El Archivo General de la Nación (AGN) anunció la apertura de algunos de los archivos clasificados del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN). Estos se encontraban en el AGN y, con la llegada en diciembre de su nuevo director, Carlos Ruiz Abreu, señaló que ningún tipo de información permanecería secuestrada por el servicio de inteligencia mexicano como hace algunas décadas.
Sin embargo, los archivos que supuestamente se pusieron en manos del público, tienen ya tiempo abiertos, y ello lo confirmaron investigadores e historiadores que han dado seguimiento a este caso; un ejemplo son los archivos correspondientes a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que están abiertos desde 2002, así como los de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) que se han expuesto al público desde 1998.
Sin embargo, de esa base de datos existente y “reaperturada” el jueves 20 de febrero, a pesar de que no existe un catálogo que guíe a los usuarios sobre la información que contiene, se puede valer de la ayuda de los archivistas quienes, amablemente lo van guiando entre las miles de filas que existen entre los clasificados.
Para quienes van por vez primera, con una barrida o vistazo rápido que den a la información, podrán darse cuenta de algo peculiar en dicha lista, que entre ella se encuentran amplias carpetas, extensiones en las que puede verse cómo el servicio de inteligencia mexicano, además de encargarse de espiar a políticos y diplomáticos, tenía especial atención en la vida de escritores y de artistas, especialmente por aquellos que pertenecían a Televisa en la época de cine de oro.
Entre algunos de estos escritores y artistas, se encuentran archivos dedicados al seguimiento del entonces dueño y director de dicha Televisora, Emilio Azcárraga Milmo, así como de actrices del corte de Silvia Pinal e incluso escritores de la talla de Héctor Aguilar Camín y del periodista Carlos Denegri.
En medio de esa gran cantidad archivos existe un común denominador, uno que desvela cómo todos espiaban a todos con un nivel de maestría que cualquier tipo de tecnología envidiaría en estos tiempos, pues en aquel entonces no existían las telecomunicaciones con las que se cuenta en la actualidad y que facilitan ese tipo de empresas.
La forma y el estilo con la que eran redactados estos documentos y perfiles informativos, no sólo hablaban del aparente nacionalismo ciego de quienes formaban parte de esos servicios, si no también de su aversión a lo diferente, a lo que salía de lo establecido por el Estado, como lo era el militar por otras formas de pensamiento e incluso, por visitar amigos que se encontraban en prisión a razón del gobierno.
Había siempre un firmante en varias de ellas, uno que la mayoría de las veces tras la redacción de los informes, se despedía de manera respetuosa y ése era el Director Federal de Seguridad, al que en varios documentos es difícil adivinar su nombre, pues aparece tachoneado, aunque en el mar de archivos y en medio de la curiosidad, se encuentra: el Capitán Fernando Gutiérrez Barrios.
También conocido como “el súper policía del sistema”, Gutiérrez Barrios, fue creador de la policía secreta y quien se dedicó a espiar, torturar y desaparecer a quienes no coincidían con el régimen priista, por lo regular líderes sociales que luchaban en contra del sistema.
Se podía estar tomando un café un día cualquiera, incluso estar en una simple conferencia estudiantil escuchando a algún líder intelectual, viajando en un avión, trabajando en una empresa, pero siempre detrás del velo cotidiano había una sombra que llevaba apunte de todo y ésa era la gente del Capitán Fernando Gutiérrez Barrios con la pluma bien afilada y la conciencia ciega, llena de sórdidos secretos del Estado.
Sin saberlo, Héctor Aguilar Camín fue seguido por este gris personaje, quien con lujo de detalle describió todas las asociaciones que hizo con diferentes firmas editoriales en las que fue generando nexos y líneas periodísticas que desembocaron en la existencia de diarios que a la fecha seguimos leyendo.
Los únicos guardianes que quedaban de esos documentos y vestigios informativos eran antigüos archivistas de la DFS que fueron despedidos por el director del AGN a su llegada, ello sin antes contar con un conocimiento de lo que se encontraba en los archivos del CISEN y mucho menos con gestionadores de los archivos o, lo más básico, capacitación de personal en relación con tales documentos.
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