Más de 50 expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) confirmaron que el enjambre sísmico que ocurre en Michoacán, en el oeste de México y que ya causó casi 3,300 microsismos, no es indicativo del nacimiento de un volcán.
El actual enjambre sísmico no culminará con el nacimiento de un volcán por varias razones: la profundidad de los sismos se mantiene baja y la mayor parte del desplazamiento de magma es horizontal, de acuerdo con Servando de la Cruz Reyna, investigador del Departamento de Vulcanología del Instituto de Geofísica.
Además, el vulcanólogo explicó que la mayor parte de las fracturas producidas con el actual enjambre sísmico son pequeñas. “Se sugiere que la fuente del esfuerzo es un movimiento de magma, pero a profundidades de 10 kilómetros o más. Esto es muy común en zonas volcánicas y significa que el magma, que posiblemente esté produciendo el esfuerzo, puede tener origen en el desplazamiento”, explicó en una rueda de prensa donde se presentaron los resultados.
Hay una cantidad importante de magma, pero normalmente estancado a gran profundidad, no se mueve. Eventualmente algunos paquetes de ese magma buscan caminos, que pueden ser verticales, inclinados u horizontales, como en este caso, y por eso no llegan a la superficie
Los enjambres sísmicos están asociados a rupturas múltiples: varias rocas de la corteza se rompen a distintas profundidades debido a los cambios en los esfuerzos. “Si se aprieta, cuando se rompe libera energía acumulada; esa energía es sísmica, de movimientos o vibraciones del terreno”, explicó en su momento Hugo Delgado Granados, director del Instituto de Geofísica.
Lo que ocurre en Michoacán es el rompimiento en distintos niveles, entre 40 y cinco kilómetros de profundidad; la mayor parte a unos 15 kilómetros. Esto lo reporta oportunamente el Servicio Sismológico Nacional (SSN), adscrito al IGf, resaltó.
Delgado Granados expuso que si la naturaleza de estos movimientos es tectónica, “significa que se originan dentro de una placa, y en ese caso no es la primera vez que ocurren en Michoacán. “Tenemos cuando menos cuatro eventos en 1997, 1999, 2006 y 2020”, indicó.
Por su parte, Víctor Hugo Espíndola, subdirector de investigación del SSN, comentó que los microsismos ocurridos no son perceptibles para el ser humano ni han causado daños en viviendas, pero son detectados por instrumentos: se han registrado tres mil 287 eventos con magnitudes entre 2.6 y 4.1.
En total se han registrado más de cinco mil sismos muy pequeños, si se toman en cuenta incluso los de magnitud uno
Delgado Granados, por su parte, resaltó que hasta ahora se han integrado trabajos vinculados con la sismicidad, y para descartar que se trate del nacimiento de un volcán, se han hecho diferentes estudios con la instalación de magnetómetros, medición de dióxido de carbono difuso en suelos, medición de radón, muestreo de aguas; además de analizar las deformaciones a través de diferentes métodos.
Ha sido resultado del trabajo conjunto de unos 50 investigadores y técnicos académicos de las tres instituciones
En tanto, Espíndola Castro recordó que, inicialmente, para la medición se utilizó la red de estaciones del Servicio Sismológico Nacional, y al continuar la actividad especialistas del Centro de Geociencias instalaron sensores locales que dieron mayor precisión, además de una estación del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).
Y es que los michoacanos tienen antecedentes relativamente actuales para haber desconfiado del enjambre sísmico. Este 20 de febrero se cumplieron 77 años del nacimiento del volcán Paricutín, del purépecha Parhíkutini, que significa “lugar al otro lado”. Su nacimiento significó la destrucción de dos pueblos, que fueron borrados de la faz de la tierra para ser sustituidos por este coloso.
En las primeras 24 horas, el volcán se levantó hasta 30 metros. Al tercer día, era un montículo de más de 60 metros, y para el primer mes su superficie de 148 metros ya acaparaba el pueblo. Su repentina aparición cambió la vida de los habitantes de la meseta purépecha.
La lava que expulsó recorrió cerca de 10 kilómetros y sepultó dos pueblos: Paricutín, del que no quedó vestigio al estar demasiado cerca del cráter; y San Juan, que tiempo después también fue cubierto de lava y del cual sólo se salvó la iglesia.
MÁS SOBRE ESTE TEMA