“A Fátima no la mató el neoliberalismo ni a las otras Fátimas las salvará la retórica, los cambios de nombre o la confusión oficial”
En la conferencia matutina del lunes 17 de febrero, titulada “Al pueblo le debemos lo que somos, por eso seguiremos escuchando y sirviendo”, como respuesta al reportero Jan Salazar de Gurú Político y Zócalo Virtual, el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, sostuvo que el atroz asesinato de la niña Fátima Cecilia Aldrighett Antón es resultado de la decadencia moral provocada por el neoliberalismo.
En este artículo se sostiene que la afirmación del presidente explica de manera parcial dicho crimen y todos los demás que han tenido lugar en contra de miles de mujeres en México, pero no va al fondo del problema ni ofrece soluciones claras y prontas.
Asimismo, se afirma que cambiar de nombre al delito de feminicidio no llevará a una mejor protección de las mujeres, como afirma el Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero. Tampoco las confusas declaraciones de la Fiscal General de Justicia de la CDMX (Ciudad de México) abonan a una justicia pronta y expedita.
Más bien, lo anterior es una muestra del desconocimiento que las autoridades federales y locales tienen en torno a la violencia que se ejerce en contra de las mujeres en este país.
En torno al neoliberalismo
Ciertamente, habrá que decir que el modelo económico neoliberal al propiciar la acumulación de riqueza en unas cuantas manos, 1% de la población mundial, y promover el abandono de la gran mayoría de la población, ha generado patrones de violencia e inseguridad ligadas a la lucha por los recursos. Sin embargo, se sostiene aquí, la teoría neoliberal no puede explicar por sí mismo los niveles a que se ha llegado en México en términos de corrupción, política y privada, impunidad, violencia e inseguridad.
El neoliberalismo conlleva un conjunto de políticas económicas como la minimización del tamaño del Estado, la privatización de empresas, la liberación de la circulación de capitales, la extinción de los sindicatos y los derechos laborales, la flexibilización del trabajo, el mantenimiento de una macroeconomía sana, a pesar de los costos en los bolsillos de los pobres y las clases medias, entre otras cosas.
Pero, en ningún manual se encuentran los casos de corrupción política que se han visto en México como el invendible avión presidencial, la Casa Blanca de Enrique Peña Nieto, el robo de los recursos públicos perpetrados por exgobernadores como Javier y César Duarte, de Veracruz y Chihuahua, respectivamente, y de Roberto Borge de Quintana Roo. Tampoco se encontrará en ese manual la complicidad de algunos gobernantes y grupos privados en la trata de personas o en temas de narcotráfico y tráfico de armas, por mencionar los más importantes.
Esto es, el neoliberalismo como modelo económico sí propició la acumulación de riqueza en pocas manos, así como la devastación de los recursos naturales, lo cual ha llevado a nuevos grados de violencia en la lucha por los recursos, pero no puede ser la respuesta ante todo problema que se presenta en el México de la 4T (Cuarta Transformación) de López Obrador.
De tal suerte, lo dicho por el presidente en la “mañanera”, como se conoce a las ruedas de prensa de todos los días, cae en un ejercicio retórico que ni profundiza en las causas de la violencia en contra de las mujeres, ni ofrece alternativas claras y prontas de solución.
La retórica presidencial frente a los datos reales
La nota: “La menor fue hallada en un camino de terracería, dentro de un costal, completamente desnuda y envuelta con bolsas de basura”, de esta manera fue informada la opinión pública sobre la aparición sin vida de la niña Fátima Cecilia, quien apenas el 8 de enero había cumplido los 7 años y quien fue vista por última vez a las puertas de su escuela, Enrique C. Rébsamen, el pasado martes 11 de febrero.
El caso de Fátima se suma a la lista interminable de niñas y mujeres desaparecidas y asesinadas en México y cuyo número va en aumento llegando a un promedio de 10.5 mujeres asesinadas por día, si por día, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Por mencionar sólo dos ejemplos más de desaparición: tan sólo tres días antes, el 8 de febrero, se reportó la desaparición de una joven estudiante de 20 años, de nombre Magaly Nava Mendoza. Una Fátima más, Fátima Quitzia Martínez Lecona, también de 20 años, estudiante de la Facultad de Derecho de la UNAM, desapareció un día después de la primera Fátima, el 12 de febrero.
La desaparición y asesinato de Fátima, la niña de 7 años, ocurren a pocas semanas del atroz asesinato de Ingrid Escamilla, joven mujer de 25 años cuyo esposo la asesinó, desolló y desechó sus restos por el drenaje, como él mismo confesó.
Estos casos son sólo la punta del iceberg de la enorme crisis de violencia que vive el país, 100 personas son asesinadas cada día, alrededor del 90% son hombres y, como ya se dijo, poco más del 10% son mujeres. De acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Jan Jarab, hacia enero de 2019 se encontraban más de 9.000 mujeres desaparecidas, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Evidentemente esta cifra va en aumento, pues grupos de activistas y académicos calculan que tan sólo en la Ciudad de México desaparecen 20 mujeres cada día.
Sin restar importancia a la violencia sufrida por los hombres, jóvenes en especial, como en lo que toca a las mujeres de 12 a 19 años, una parte muy menor de la sociedad mexicana, en especial grupos feministas de activistas y estudiantes, ha alzado la voz para frenar esta terrible ola de violencia, desapariciones y asesinatos.
Pero al parecer, sus demandas caen en los oídos sordos del resto de una sociedad adormilada, indolente y desinformada que sólo se involucra cuando “no hay de otra”. Igualmente, las exigencias llegan a gobiernos de todos los niveles: federal, estatal y municipal que, en algunos casos, están más preocupados por echarle la culpa a alguien más, la víctima, por ejemplo, que por detener el horror al que han sido condenadas miles de mujeres.
En otros, llegan a gobiernos que no terminan de comprender los factores que inciden en las diversas violencias que viven las mujeres y los cuales se pierden en causas que no terminan de explicar la brutalidad a que son sometidas las mujeres. Así parecen mostrar las palabras de López Obrador, quien a pregunta de Jan Salazar dijo:
“Estamos haciendo todo lo que nos corresponde para evitarlo (…) Yo sostengo que se cayó en una decadencia. Fue un proceso de degradación progresivo, que tuvo que ver con el modelo neoliberal. Siempre he dicho que se mide el desempleo, el crecimiento económico, se mide incluso el número de homicidios, pero no se mide el grado de descomposición social que produjo la política neoliberal. Hay una crisis profunda de pérdida de valores en el país (…) Que se insista, hasta el cansancio, que, ‘sólo siendo buenos, podemos ser felices’. Y que ayudemos, todos, a tener una sociedad mejor. Esto es el fruto podrido de… el egoísmo y de la acumulación de bienes en unas cuantas manos y del abandono de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Entonces, tenemos que seguir este…, moralizando, purificando la vida pública, impulsando una nueva corriente de pensamiento en donde valga la integridad, la honestidad, el amor al prójimo y no lo material, lo que deshumaniza. Eso es lo que se tiene que seguir haciendo, eh…, apurarnos para tener la Constitución Moral y apurarnos para este…, que no siga creciendo la mancha negra de individualismo. Que se fortalezcan los valores. En lo judicial, pues eh…, no permitir la impunidad”.
La respuesta del presidente al reportero le llevó cerca de 10 minutos, pero en ningún momento se hizo referencia al sustrato cultural patriarcal-misógino que ha construido a las mujeres como seres de segunda, susceptibles de ser compradas, vendidas, violadas, mutiladas, humilladas, asesinadas. No se hizo referencia tampoco a las violencias estructurales y estructuradas sufridas por las mujeres, violencias ejercidas en la familia, en la comunidad, la escuela, el lugar de trabajo, por el Estado mismo, y cuya prueba última es el feminicidio, hoy por hoy, de Ingrid y Fátima. Con seguridad mañana serán otras y otras y otras.
Los tintes moralizantes y judeo cristianos del discurso presidencial son retórica circular que no va a ningún lado. Que no aterrizan en el problema real y cotidiano de violencia en contra de las mujeres.
Un fiscal que no sabe y una fiscal que se enreda
A la retórica presidencial se suma el intento del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, que, tal vez sin mala intención y sin saberlo, pretende invisibilizar y desencializar el feminicidio, privándolo de las características que lo distinguen al proponer su reclasificación como un “asesinato con agravantes”.
De esta forma, los asesinatos de mujeres, por ser mujeres, desaparecerían de la vista de la opinión pública, para aparecer como simples homicidios cuyas causas profundas quedarían enterradas en expedientes mal armados.
Por si fuera poco, otras autoridades se enredan en explicaciones “raras” por decir lo menos. Así ocurrió con Ernestina Godoy, Fiscal General de Justicia de la CDMX, quien en entrevista con la periodista Carmen Aristegui, la mañana del lunes 17 de febrero, horas antes de que la familia de Fátima preparara el funeral de la niña, afirmó que el padre senil y la madre con problemas mentales de la niña no habían reconocido el cuerpo mostrado por el forense como el de su hija desaparecida, por lo que no podía sostener que se tratara de la misma niña, por lo que había que esperar a que se realizaran las pruebas de ADN.
En la misma entrevista, la fiscal no pudo profundizar en los detalles del caso a preguntas expresas de la periodista como cuántos minutos había pasado la niña en la calle antes de que una mujer desconocida se la llevara.
Destaca aquí el que la fiscal diera una entrevista de radio, antes de una rueda de prensa, sin tener a la mano datos concretos del caso. Asimismo, llama la atención que la madre de la niña, a quien la fiscal atribuyera problemas mentales, afirmara no “estar loca” y conocer al posible asesino de la niña, un familiar de su ex esposo, que cuenta con protección de la gente de la Fiscalía de Azcapotzalco, a decir de ella misma.
Las observaciones en torno a la madre de Fátima, María Magdalena Antón Fernández, parecen ser apoyadas por la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum quien indicó que más adelante daría datos al respecto.
Hasta aquí, los casos de la niña Fátima, de Fátima dos, Magaly y de Ingrid hunden sus raíces en el agravamiento de un problema conocido de siglos, la violencia en contra de las mujeres por ser mujeres. Problema construido en sociedades tradicionalmente hetero-patriarcales-misóginas que consideran a las mujeres como seres de segunda, débiles, tontas, malas por naturaleza, propiedad de los hombres o, en su defecto, responsables del desbordamiento de las pasiones masculinas y cuyas características parecen no ser del conocimiento de quien gobierna.
Esto se traduce en incomprensión y minimización de la violencia sufrida cotidianamente por millones de mujeres, en todo el país, y en la falta de políticas públicas adecuadas que erradiquen dicho problema.
*Catedrática de la Universidad Iberoamericana
Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio