Un anfibio con un pequeño rostro sonriente, cuatro patas, una corona de agallas, una aleta puntiaguda y una textura lisa, son las palabras para describir a un animal como el ajolote. De acuerdo con una leyenda azteca, un monstruoso dios tomó la forma de este pequeño animal sonriente para evitar ser sacrificado.
Pero, por muy amigable que parezca, esto no es lo que llama la atención de los científicos, sino su talento para regenerarse.
Al igual que las salamandras o las lagartijas, los ajolotes tienen la capacidad de regenerar extremidades. Pero a diferencia de otros animales con talentos parecidos, ellos pueden hacer crecer tejidos como pulmones, ojos, ovarios, la médula espinal incluso cerebro y corazón. Estos animales, mientras no les corten la cabeza, tienen la capacidad de reemplazar diferentes partes de su cuerpo.
La pregunta que tienen quienes los estudian es ¿cómo logran hacerlo? De responder este cuestionamiento no sólo se podrá descifrar a un misterioso anfibio, sino que podría ser vital para desarrollar herramientas para tratar un sinnúmero de lesiones e incluso enfermedades humanas.
La clave está en su genoma, que según los descubrimientos hechos a principios de 2019, es 10 veces más grande que el genoma humano, por lo que han tardado en descifrar qué es lo que hace que desarrollen los “súper poderes curativos”.
A partir de un estudio, Melissa Keinath, becaria posdoctoral en el Instituto Carnegie para las Ciencias en Baltimore y sus colegas hicieron un mapa de más de 100,000 partes del ADN y los agruparon según sus cromosomas, de acuerdo a un artículo de 2019 del periódico The New York Times.
Científicos usaron un enfoque llamado mapeo genético por vinculación, el cual aprovecha secuencias de ADN similares para compararlas.
Para identificar el ADN específico, los investigadores contrastaron a los ajolotes con las salamandras tigre. También cruzaron estas especies para crear un híbrido y comparar su ADN con el del ajolote puro.
De esta manera fue posible inferir cuáles de las secuencias pertenecían solamente al ajolote. “Fue como juntar catorce rompecabezas lineales”, dijo Randal Voss, profesor de Neurociencia en la Universidad de Kentucky y coautor del estudio, a la publicación.
En este proceso se pudo identificar una deficiencia cardíaca común en los sonrientes anfibios, esto permitió pensar en las funciones y en cómo se regulan los genes, explicó Voss, ya que una gran parte del genoma consiste en secuencias de ADN que se habilitan y deshabilitan en genes específicos. Con frecuencia, estos genes se presentan en los mismos cromosomas que con genes con los que interactúan.
“En cuanto se conozcan estas relaciones, podremos hacer preguntas acerca de si el mismo tipo de controles aparecen en otros animales, como los humanos”, declaró Jessica Whited, profesora y experta en regeneración de extremidades en la Facultad de Medicina de Harvard, quien no participó en el estudio.
Esto abrió las puertas para un equipo de la Universidad de Yale, quienes hicieron su investigación para mapear estructuras concretas dentro de los genomas para descubrir de qué depende la regeneración de los tejidos de los ajolotes.
En un trabajo recién publicado por la revista científica eLife, se reveló que son 25 genes sospechosos de contener la información relacionada con la regeneración de tejidos.
El genoma de un organismo contienen la información necesaria para su funcionamiento, pero no todos los genes se expresan en todas las células, ya que cada una utiliza los que se necesitan. Esto quiere decir que las células del corazón no expresarán los mismos genes para crear melanina, pero estos últimos sí se encontrarán en las células de la piel.
Debido a esta razón, los científicos se centraron en el blastema, una masa de células indiferenciadas de la que se generará un órgano o tejido determinado. Fue así que se hallaron que las proteínas catalasa y fetuina b son codificadas por genes necesarios para que la cola y las extremidades vuelvan a desarrollarse.
Según la revista científica, las células que carecen de fetuina b y catalasa tienen una capacidad reducida para contribuir a la regeneración de extremidades.
Además, uno de los elementos que se tiene que tomar en consideración es la especie reactiva de oxígeno (EOR o ROS). Estas son moléculas pequeñas que se forman de manera natural como consecuencia del metabolismo normal del oxígeno, pero en etapas de estrés ambiental, sus niveles pueden aumentar y esto genera daños en el nivel de estructura celular.
Pese a sus efectos potencialmente dañinos, los ROS son esenciales para la regeneración. Pero la exposición prolongada a ROS puede perjudicar la regeneración tisular, por lo que sus niveles deben ser extremadamente regulados durante la regeneración, una tarea que los anfibios hacen en automático.
Sin embargo, esto no es lo único que hay que cuidar, pues el ajolote es considerada una especie en peligro crítico de extinción por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Esto se debe a que su población ha bajado de manera significativa, ya sea por la captura ilegal o por la contaminación que existe en su hábitat.
Por esta razón, se planea abrir el primer museo del ajolote en la Ciudad de México. Es la Asociación Civil Axolotitlán quienes buscan crear un lugar para impartir cursos, charlas y actividades informativas y de concientización.
Aunado a esto, se contará con un espacio de exhibición de algunos ejemplares con el permiso de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
El proyecto, según reveló Pamela Valencia, la fundadora de Axolotitlán, a el diario El Universal, está en proceso para determinar en dónde podría localizarse el recinto cultural.
Fue a finales de 2018 que la idea surgió, y, por medio de una fondeadora de proyectos, se recaudaron los recursos necesarios para abrir el museo. Sus opciones de localización son entre Coyoacán o Xochimilco y su apertura sería durante la segunda mitad del año.
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