Crecieron en una colonia al oeste de Chicago, zona que se caracterizaba por albergar a inmigrantes de origen mexicano.
Mía y Olivia Flores se denominaron como “las esposas del cartel” en su libro autobiográfico “Cartel Wives” de la editorial Gran Central Publishing, 2018.
El libro de las Flores cobró gran relevancia mediática cuando se celebró el juicio de Joaquín Guzmán Loera alías “El Chapo” en Brooklyn, Nueva York, pues el testimonio que ofrecieron sus esposos ante la Administración de Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés), fue clave en la caída de uno de los capos más famosos de México.
Actualmente ambas se consideran una especie de “soccer moms”, es decir, las clásicas madres que llevan a sus hijos a los partidos y que se dedican al 100 por ciento en ellos.
Aunque en realidad su fachada de madres apegadas a la infancia de sus vástagos esconde su perfil de esposas de narcos convictos, hecho que les ha marcado la vida, sin que ello las haya llevado a arrepentirse de las decisiones que tomaron.
Pedro y Margarito “Junior” Flores son los gemelos de Chicago que, en algún punto de su vida, fueron los encargados de la distribución de grandes cargamentos de droga que el cartel de Sinaloa y los hermanos Beltrán Leyva mandaban desde México hacia Estados Unidos. Mía y Olivia son sus esposas y viven ocultas dedicadas a la crianza de sus hijos.
Sus cónyuges se convirtieron en los informantes más famosos de la historia, pues gracias a ellos la DEA cuenta con la grabación en la que se escucha a El Chapo Guzmán echándose la culpa al comentar sobre sus actividades relacionadas al narcotráfico.
“Cartel Wives” es recuento de las formas en las que operan los narcos, sobre las exorbitantes cantidades de dinero que manejan, de los lujos que gozan y de la violencia que ejercen tanto en México como en Estados Unidos.
Incluso la autobiografía de las “narcoesposas” se torna un poco conservadora cuando suscriben que el haberse arrepentido al tomar la decisión de retomar las riendas de su destino y de volver a respetar la ley, aboga por la salvación de su familia y de que su pasado no se repita en un ciclo de delincuencia que inició el padre de sus esposos.
Los gemelos Flores nacieron en el mismo barrio de Chicago en el que Mía y Olivia vivían; mientras ellas son hijas de policías y crecieron en un hogar sano con buena educación y apoyo familiar, Margarito y Pedro fueron criados por su padre de origen mexicano y quien cumplía una condena por tráfico de drogas. El señor introdujo a sus pequeños hijos a dicho “negocio” cuando los gemelos sólo contaban con siete años de edad.
El esposo de Olivia era uno de los jefes de los Latin Kings en Chicago y la presentó con Margarito “Junior”, de quien le atrajo el estilo distinto, recatado y de clase que discernía mucho del actuar de los pandilleros locales. A pesar de ostentar mucho dinero, no lo presumían.
Olivia y Margarito no empezaron a salir hasta mucho después de la muerte de su esposo que fue asesinado por rivales a su banda.
Mía conoció a Pedro por una amiga que vivía en su misma cuadra y aunque su educación era muy distinta, coincidieron en el plano amoroso.
Para el año 2005 los gemelos eran los reyes de la distribución de drogas en Chicago, aunque la policía ya les seguía los pasos entre las redes organizadas que tenían, además de dar con las estrategias que manejaban para esconder los cargamentos en vecindarios de alto nivel adquisitivo.
A los gemelos se les hizo fácil asentarse en Guadalajara y llevar una “vida tranquila” junto a sus esposas, al tiempo que continuaban estableciendo nexos con los carteles locales y de cometer el grave error de dirigir su distribución de drogas guiados por Google Maps.
Fue hasta que un día, Pedro fue secuestrado, antecedente que cambió el destino que los gemelos habían dado a sus vidas y a la de su familia hasta ese punto.
Margarito se aventuró a las montañas de Sinaloa guiado por otros narcos, a fin de acercarse a El Chapo y pedirle ayuda con quien de inmediato tuvo química al quedar Joaquín impresionado de la estupenda contabilidad y administración que llevaba Flores sobre sus negocios ilegales.
Fue justamente la administración que llevaban los gemelos la que condujo a un agente de la DEA a confirmar que los hermanos funcionaban como ejecutivos de una gran compañía.
Guzmán le prometió a Margarito que su hermano Pedro regresaría sin problemas y que sus negocios seguirían avanzando como hasta ese momento. Lo cumplió, Pedro regresó, pero algo trastornado por todo lo que había vivido tras su secuestro.
Al poco tiempo comenzaron las terribles disputas entre el cartel de Sinaloa y el de los hermanos Beltrán Leyva: descuartizados, colgados y atados a árboles se convirtieron en las escenas que Pedro prometió no volver a ver jamás, especialmente cuando supo que su esposa estaba embarazada.
Pedro convocó a una reunión familiar y de ser narcos, tomaron la decisión de convertirse en informantes para la DEA.
Estuvieron un año haciendo grabaciones de los narcos, pero les faltaba El Chapo, hasta que lo consiguieron grabar y le dieron a Administración de Control de Drogas el material necesario para inculparlo y procesarlo.
Tras ello y a su regreso a Estados Unidos, los gemelos fueron interrogados por la DEA durante seis meses; gracias a dicha acción, varias decenas de narcotraficantes en Chicago fueron detenidos, además de servir de argumento para que la Comisión de Delitos de dicha ciudad nombrara a Guzmán como “enemigo público número uno”.
Cuando los gemelos fueron condenados por el tribunal de justicia de Chicago a 14 años de prisión por traficar 71 toneladas de cocaína y de heroína, así como 200 millones de dólares en efectivo entre los años 2005 y 2008, el juez de distrito Rubén Castillo al dictarles sentencia les advirtió que como familia siempre tendrían que cuidarse las espaldas y preguntarse cada vez que encendieran su auto si éste arrancaría o explotaría.
Con información de Chicago Tribune y El Nuevo Herald
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