Después de tres semanas de haber recibido en México la extraña combinación de estatus de refugiado con trato de jefe de Estado que había dejado de ser, el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, abandonó el país de una manera tan apresurada y sigilosa rumbo a Argentina, que muchos le atribuyeron indolencia y majadería. Otros afirman, quizás por razón, que su salida fue resultado de presiones por parte de Donald Trump. Lo que es cierto es que todo el episodio refleja una política exterior errática, que responde más a dobles discursos que al interés nacional.
México tiene una posición geopolítica privilegiada. Culturalmente somos América del Norte y culturalmente somos iberoamericanos. Tenemos acceso a los dos océanos, los cual abre la posibilidad de comerciar con todo el mundo. Somos la economía 14 a nivel mundial. Sin embargo, no hemos sabido aprovechar nuestro potencial, ya sea por una economía interna que no fomenta la competitividad y una diplomacia poco asertiva. El resultado de ello es el triunfo de López Obrador y visiones políticas que correspondían a los años 70 del siglo pasado, como la Doctrina Estrada.
La llamada Doctrina Estrada deriva del principio de no intervención y libre autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, a partir de los años 80 del siglo pasado, conforme el régimen autoritario perdía legitimidad, se convirtió en una excusa para cerrar a México del mundo, entendiéndose como: “los demás países no deben meterse en nuestros asuntos, y nosotros no opinaremos del resto del mundo”. Por ejemplo, aunque el fraude electoral durante esos años era común, no se permitió la entrada de observadores internacionales invocando este principio.
El regreso de la Doctrina Estrada anunciado por el gobierno de López Obrador no sólo remite a una política cerrada, sino que su aplicación es selectiva: ante los ataques de un Donald Trump que desea usar la migración como bandera de batalla, López Obrador sólo dice que lo respeta mientras cede a todas sus exigencias, esperando apaciguarlo. Ante la crisis de principio de año en Venezuela, declaró ser neutral entre Maduro y Guaidó, se intentó sin éxito mediar en Montevideo y luego se aceptó discretamente al embajador del primero.
Lo mismo sucedió con Evo Morales. Aunque la aplicación estricta del principio de no intervención implicaba no dar un trato de dignatario al ex presidente, no sólo se le entregaron las llaves de la Ciudad de México y se paseó como visitante distinguido, sino se le permitió hacer política en Bolivia desde nuestro país. Aunque el actual gobierno está en total libertad de hacer sus alianzas con otras naciones del hemisferio, hay un abismo entre su discurso y su praxis políticas. Esto no sólo hace que la política exterior luzca errática, sino también nos hace poco confiables ante tirios y troyanos.
Bastó una nueva amenaza de Trump, esta vez por declarar a los narcotraficantes como terroristas, para que en una nueva ronda de apaciguamiento se revisara el T-MEC y saliera intempestivamente Evo Morales de México. Ese intento por quedar bien con Estados Unidos pudo haber explicado que el ex presidente de Bolivia ni siquiera se haya molestado por agradecer a nuestro país el asilo.
Y México seguirá quedando mal con todos mientras no defina cuáles son sus intereses y cómo debe promoverlos, sin discursos atávicos o cursilerías.
*Analista y consultor político @FernandoDworak
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