La declaración reciente del presidente Donald Trump de equiparar a los cárteles mexicanos con grupos terroristas cayó como un balde de agua fría al gobierno de México (4T) que había mantenido tibieza en sus relaciones exteriores apegándose a la frase “la política exterior se volvió política interior” (Héctor Aguilar Carmín, Diario Milenio, 13 de junio de 2019) y a su vez, en uno de los principios (dorados) de la política exterior de México: el de la no intervención que se manifiesta en el artículo 89 fracción 10 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Independientemente que se trate de un problema de percepción del concepto de cártel, que para los estadounidenses el sentido va en que son organizaciones que controlan recursos y que no necesariamente son criminales como la OPEP (Bueno de Mesquita, 2006), esto puede chocar para muchos hispanohablantes por el concepto o connotación negativa de la palabra. Si bien es cierto, este principio obedece a una historia de agresiones e intervenciones que el país ha experimentado en los siglos XIX y XX, ha sido reinterpretado y usado a modo en las distintas administraciones que han gobernado México. Éste ha tenido varias caras, desde la condena a Cuba por violación a los derechos humanos en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización de los Estados Americanos (OEA) o el enfrentamiento directo con Hugo Chávez en los gobiernos panistas (2000-2012) hasta la idea de que México transformara su diplomacia a través de la estrategia de “México, con responsabilidad global” en la administración del Presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) que se apalancó con aquel “Mexican Moment” (momento mexicano).
De una u otra manera, el principio de no intervención se ha usado dependiendo de la orientación política y aspiraciones regionales o globales de los gobiernos en turno, sin embargo, la diplomacia mexicana a cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México (SRE) no había tenido tantos altibajos con el mismo como hoy en día. Si bien es cierto, un objetivo de la actual administración es concentrarnos en América Latina, tal y como se ha planteado en el Plan Nacional de Desarrollo (PND, 2018-2024), las coyunturas regionales han puesto a prueba la lógica e implementación de tal principio. Los casos de Venezuela a principios del 2019 donde se dio una crisis política por la aparición en escena de Juan Guaidó y el reciente asilo político que se le dio a Evo Morales, por causas humanitarias, han puesto sobre la mesa la necesidad de ir más allá de una visión pragmática y carente de prospectiva de la diplomacia azteca.
El haber manoseado este principio “a modo” en las tres últimas administraciones, nos deja indefensos ante los embates de los Estados Unidos, que de seguir con la idea de denominar a los carteles mexicanos como grupos terroristas, nos encontraríamos ante un principio abollado con una capa muy delgada de efectividad. A diferencia de los casos de Venezuela y Bolivia, el riesgo de México es inminente y no hablo de una intervención militar u operación de las fuerzas especiales de los Estados Unidos, me refiero a una disminución de las capacidades de negociación de México en otras áreas, llámese T-MEC que esta en proceso de ratificación por el Congreso de Estados Unidos, o la el cambio de la cooperación en materia de inteligencia en materia de seguridad, sin mencionar los efectos para la estabilidad económica del país subiendo el riesgo-país, lo que desalentaría la inversión nacional y extranjera. Esto no es una buena noticia más aun cuando la economía de México se encuentra en franca recesión.
El principio de no intervención se ha convertido para la diplomacia de la 4T en el talón de Aquiles y no usarlo de manera responsable en el futuro podría ser una desventaja en lugar de una garantía para asegurar la soberanía nacional que se encuentra en peligro de ser vulnerada. No hace falta hacer referencia a la experiencia internacional en materia de intervencionismo de los Estados Unidos en el mundo. Es hora de retomar la tradición diplomática mexicana, la cual se deberá de alejarse de los protagonismos políticos de algunos actores, que dicho sea de paso, carecen de oficio diplomático.
* Universidad Anáhuac, México
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