OPINIÓN: Sobreexigencia: el límite que no debemos cruzar

La forma en que cada uno de nosotros interpretamos el mundo en que vivimos nos llevará a vivir de acuerdo al escenario que nos hemos forjado

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(Foto: cortesía)
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Cada mañana, antes de salir de la cama, todos nosotros tenemos una determinada representación del mundo, de quienes somos y de qué queremos lograr para nuestra vida. Con esa visión nos levantamos y enfrentamos el día.

El abanico de visiones que cada uno de nosotros tenemos, es muy diverso. Vivir puede ser un sin sentido para algunos hasta un hecho mágico para otros que se llenan de regocijo y de alegría cada vez que se tornan conscientes de sus propias existencias.

Hay personas que creen que la vida está plagada de sinsabores o que nada se logra sin una importante cuota de sacrificio, mientras otros sienten que estamos en este mundo para disfrutar lo más posible y compartir los mejores momentos en compañía de nuestros seres queridos, dándole de esa forma, un lugar relevante a la búsqueda del placer.

La forma en que cada uno de nosotros interpretamos el mundo en que vivimos nos llevará a vivir de acuerdo al escenario que nos hemos forjado.

Hoy quiero centrarme en aquellas personas que pagan un alto costo, tanto físico como emocional para alcanzar sus objetivos y en la diferencia que hay entre exigirnos y sobreexigirnos.

La mayor parte de las dificultades con las que nos enfrentamos diariamente es con nosotros mismos. Nuestros pensamientos ponen el primer grado de dificultad y determinan la inclinación que le vamos a dar a nuestro día.

Es cierto que, en algunos momentos, para avanzar en nuestros objetivos necesitamos realizar algunos esfuerzos y necesitamos poner lo mejor de nosotros para lograrlo.

Los obstáculos que aparecen en la vida son superados por quienes se sobreponen a ellos y para lograrlo, muchas veces tenemos que postergar el descanso, la distracción y hasta el tiempo que desearíamos pasar con nuestra familia o amigos. Si el esfuerzo que realizamos está acotado en el tiempo, no nos genera consecuencias físicas ni psíquicas.

Hacer esfuerzos por un tiempo determinado se denomina exigencia, pero si lo transformamos en un continuo o en un modo de vida, se transforma en sobre exigencia.

Cuando hacemos esfuerzos limitados en el tiempo, en la mayoría de los casos disfrutamos de ellos. Un estudiante que está finalizando su carrera de grado, seguramente tendrá que abandonar momentáneamente las salidas de fin de semana, pero a su vez, sentirá cierto regocijo por lo que está haciendo para terminar su carrera. El esfuerzo en esos casos no solo está limitado en el tiempo, sino que tiene un sentido claro y una meta definida. Con el último examen aprobado la necesidad de esforzarse desaparecerá.

Hasta los alpinistas tienen refugios en la montaña donde toman un descanso y recargan energía.

Los sobreexigentes en cambio, no tienen ningún refugio donde ampararse de ellos mismos. Se castigan por cada error que cometen, minimizan sus logros y sus aciertos y tienden a autocriticarse de manera constante. Nada les es suficiente. Mantienen un grado de ansiedad casi constante por miedo a cometer errores o desaciertos que no les permitan alcanzar el grado de perfección que buscan.

Cuando la auto exigencia se transforma en una sobreexigencia nos destruye. Ese estrés se hace presente y comienzan todo tipo de alteraciones mentales o físicas.

No intente llegar a la cima sin incorporar el ocio, el descanso, las relaciones sociales, la risa, el deporte, los encuentros con amigos y con la familia. Ellos son los refugios que le permitirán recargar baterías y continuar con el camino.

Napoleón Bonaparte decía: “La batalla más difícil es la que tengo todos los días conmigo mismo”.

*Celia Antonini es psicóloga y escritora

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio

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