“Quebraron al ‘Dorado’ Rentería”, dijo la voz profunda del otro lado de la línea. “Fue a la salida del rancho de los Carrillo Fuentes”, agregó. El reportero Martín Durán recibió la llamada mientras intentaba buscar una pista de otro caso en la redacción de su diario “La I” de Culiacán, la capital narco por excelencia, que destronó a las colombianas Cali y Medellín de los titulares en todo el mundo, y que tiene más de cien años de tradición en la fabricación y procesamiento de estupefacientes. Corrió hasta la sala donde trabaja su colega Noel Vizcarra del diario El Debate, de la misma empresa. El fotógrafo Abel Avilés y yo lo seguimos mientras alistamos los equipos. Noel ya sabía que había dos cuerpos baleados dentro de una camioneta en la zona de Guamuchilito, camino a la sierra, a unos 25 kilómetros de Culiacán, en pleno territorio del cartel del narcotráfico de Sinaloa. Y que todo había ocurrido en las puertas de los campos del mítico “Señor de los Cielos”, Amado Carrillo Fuentes, el piloto de avionetas del narco más audaz de la historia, que en los 90 había trasladado parte de sus negocios y a su familia a Buenos Aires y que, se dice, murió en una cirugía de cambio de identidad. Un minuto más tarde volábamos por una carretera repleta de camiones, carros, bicicletas y mucha gente caminando. Pasamos varios retenes de la policía local y federal, pero la credencial de periodistas nos permitió seguir viaje sin problemas. En un momento nos tuvimos que detener a un costado de la ruta para dejar pasar a un convoy del ejército. Eran varios camiones, dudosamente camuflados con su color verde amarronado, repletos de soldados y una tanqueta de asalto. Cuarenta minutos más tarde dejamos el asfalto y nos internamos unos 2.000 metros por un camino de tierra. El lugar estaba infectado de uniformados y en el medio de un potrero relucía al sol la camioneta Chevrolet Blazer verde selva, patente VJP-4973, rodeada de forenses y policías de la división homicidio. Al volante, caído sobre la ventanilla estaba el cuerpo de Daniel Díaz Escobar, un tipo de 48 años que todos señalan como un jefe sicario y sus familiares juran que era un productor agrario que estaba en una mala compañía en un mal momento. Aún sangraba de una de las heridas de la cabeza. Del otro lado, tirado hacia el costado interior se encontraba lo que había quedado de Gaspar “el Dorado” Rentería Lara. Los proyectiles del “cuerno de chivo”, que es como acá denominan al AK-47, le habían arrancado buena parte de la cabeza. El silencio casi total que había en el lugar se rompió cuando de la nada apareció un grupo de chicas y una de ellas gritó “¡Ay, papito, ay.¡¿Qué te pasó?!, papito!”. Las otras la contuvieron y el sollozo se acalló por un momento. El silencio se hizo más profundo y los forenses se detuvieron unos segundos, tal vez por respeto. Incluso en un país en el que se vive una verdadera guerra contra el narcotráfico y entre los carteles que quieren dominar el paso de las drogas hacia Estados Unidos, con 150.000 muertos desde que comenzó la narcoguerra del ex presidente Calderón en 2006, hay espacio para que el ser humano se conmueva. Incluso, si ese ser humano es un narco como el “Dorado” Rentería y lo que ocurrió acá hace apenas un rato fue un simple ajuste de cuentas entre el cartel de Sinaloa y el de Juárez o el del Golfo. México está en guerra. Se discute si se trata ya de un “Estado fallido” que no puede imponer la ley, la corrupción está arraigada hasta la médula de esta sociedad, el Ejército patrulla las calles como si se tratara de Irak, las bandas se matan entre ellas y caen sicarios como moscas; el negocio de las drogas de entre 25.000 y 40.000 millones de dólares por año penetra en los poros de los mexicanos. Pero no puede destruir ese sentimiento de respeto y convivencia que México tiene con la muerte.
Sinaloa tiene una larga tradición de relación con las drogas. Desde la Revolución Mexicana (1910-1920), en las sierras de ese estado se produce marihuana a gran escala. Fueron los chinos que llegaron para trabajar en la construcción del ferrocarril los primeros en plantar la adormidera (amapola) para producir opio. Durante la Segunda Guerra Mundial fue el propio ejército de Estados Unidos que comenzó a comprar el opio traficado por mexicanos para elaborar los calmantes que necesitaba para los soldados heridos. El negocio prosperó con los adictos que llegaban de las guerras, particularmente durante la de Vietnam. En los sesenta se consolidó Pedro Avilés Pérez, un productor de marihuana que a punta de pistola se fue quedando con todo el negocio. La segunda generación de traficantes, como Ernesto Fonseca Carrillo, Miguel Ángel Félix Gallardo y el sobrino de Avilés Pérez, Joaquín Archivaldo Guzmán Loera (mejor conocido como “el Chapo”), se cartelizaron y comenzaron a enfrentarse a otras organizaciones. Félix Gallardo fundó el Cártel de Guadalajara y lo comandó hasta que fue arrestado en 1989. De allí surgieron dos facciones: el Cártel de Tijuana dirigido por sus sobrinos, los hermanos Arellano Félix, y el Cártel de Sinaloa, dirigido por los ex tenientes Palma Salazar, Gómez González y El Chapo Guzmán.
En 2001, El Chapo fue arrestado en Guatemala. Tomó el mando Vicentillo Zambada, hijo de Ismael “el Mayo” Zambada García, el cerebro detrás de la organización de los envíos de cocaína desde Colombia a Estados Unidos. Fue apenas por un año. El Chapo protagonizó la primera de sus fugas espectaculares de la cárcel y retomó el control. En el 2005, la poderosa familia de los Beltrán Leyva, miembros del cartel encargados de la frontera con Arizona, decidieron independizarse. La rebelión duró poco. Fueron los propios agentes del gobierno mexicano quienes ayudaron al Chapo y los suyos a terminar con los rebeldes. El Chapo tomó el control definitivo de la organización cuando el ejército mexicano atrapó en marzo de 2009 a Vicentillo Zambada y lo a Chicago donde fue condenado a cadena perpetua. Para entonces, ya se había desatado la guerra con la competencia del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que continúa hasta hoy.
En este período, el Cartel de Sinaloa pasó a ser una de las organizaciones criminales más poderosas del planeta, con conexiones y operaciones en 72 países. Su principal negocio sigue siendo el transporte de cocaína desde Colombia hacia Estados Unidos, pero ya controla también la producción de drogas sintéticas. Domina la distribución en 17 de las grandes ciudades estadounidenses, Europa y Sudamérica. En febrero de 2009, la DEA arrestó a 750 miembros del cartel e incautaron 359 millones de dólares en efectivo, vehículos, aviones y barcos. Fue apenas un susto. Los narcos siguieron trabajando como si nada hubiera pasado. En febrero de 2014 volvieron a atrapar al Chapo. Otra vez, en julio del año siguiente se escapó de una cárcel de máxima seguridad por un extraordinario túnel. Finalmente, cayó en enero del 16 y extraditado a Nueva York. En julio pasado fue condenado a varias cadenas perpetuas y permanece preso en una cárcel “inexpugnable” de las montañas de Colorado.
Luego de la extradición del Chapo, uno de sus hombres de confianza, Dámaso “El Licenciado” López, intentó asumir el liderazgo, y entró en guerra contra los hijos del Chapo. Todo terminó cuando fue capturado. El mando pasó al histórico Mayo Zambada, junto a los hijos del Chapo. Uno de ellos, Ovidio “Chapito” Guzmán López, fue capturado el jueves y puesto en libertad por orden del presidente Andrés Manuel López Obrador “para evitar un baño de sangre”.
Bota-Tango-591, dice el piloto y el helicóptero MI-8T de fabricación rusa de la Fuerza Aérea mexicana comienza a elevarse por encima del aeropuerto de Culiacán. Vamos hacia el corazón de la sierra de Sinaloa, el epicentro de la producción de narcóticos en México y escenario principal de la guerra lanzada por el gobierno del presidente Calderón contra los carteles. Sobrevolamos el río Humaya por encima de la represa El Batamota y llegamos a lo que los militares denominan Área 94-J. El teniente coronel Raúl Nahon Gopar me señala un monte de árboles más verdes que los del resto en la ladera de una de las elevaciones. Por debajo de esos árboles hay una plantación de marihuana de la mejor calidad pero sólo la puede ver un ojo entrenado. Desde el aire se ve un bosque seco sin mayores detalles. Pero el Ejército acaba de encontrar varias hectáreas de un sembradío muy bien acondicionado con un sistema perfecto de riego. Cuando el helicóptero aterriza entre unos matorrales, cerca del río, ya se pueden ver las columnas de humo de las hogueras donde se están quemando las plantas. “Acá hay una gran inversión en el sistema de riego. Pero es que el negocio es magnífico. De una hectárea se puede obtener hasta una tonelada de marihuana de primera calidad. Y por un cigarrillo de dos gramos pueden conseguir hasta cinco dólares en las calles de Nueva York”, explica el teniente coronel Nahon. De regreso al aeropuerto de Culiacán, en un sobrevuelo puedo ver una enorme cantidad de avionetas casi todas flamantes y de colores brillantes. Son las que les confiscaron a los narcos. Fueron 129 en los últimos seis meses. Cada avioneta puede costar medio millón de dólares. Al otro lado de la ciudad, en el cuartel del Batallón de Infantería, tienen los autos que les quitaron. Hay centenares. Se destacan los Hummer, las enormes camionetas adoradas por los raperos y narcos de todo el mundo --la concesionaria de Culiacán es la que más Hummers vende en el mundo--. Pero también hay camiones especialmente equipados y transformados en vehículos de guerra con una torreta desde la que asoma una ametralladora de 50 milímetros capaz de perforar un tanque. Varios autos de colección y hasta un Chevrolet 46 con placas de la policía de Chicago que tenía un narco en su rancho cerca de Durango. En otro patio del cuartel está desplegado el armamento confiscado. Hay centenares de “cuernos de chivo”, los AK-47. Sofisticados rifles de precisión y el último modelo de fusil del ejército estadounidense. Pero se destacan por su brillo las pistolas con incrustaciones de oro y diamantes. Hay una con los colores de la bandera mexicana armada con brillantes rojos, verdes y blancos y la inscripción en el cañon de “El Rey”. Era de uno de los hermanos Arellano Félix del Cartel de Tijuana que aparece retratado en la película “Trafic” de Steven Soderbergh.
Después de observar el poder bélico de los carteles voy al lugar donde se encuentra su principal soporte espiritual: la capilla del narcosanto Jesús Malverde. Una construcción caótica en pleno centro de Culiacán que guarda un altar con el busto de un hombre joven, de fino bigote y camisa de charro. Parece mas bien la imagen de uno de esos cantantes de rancheras de los años 40. La leyenda cuenta que Malverde fue un bandido que vivió a finales del XIX en la sierra de Sinaloa. Su cabeza tenía precio. Un cazador de recompensas lo hirió en una pierna pero Malverde consiguió refugiarse en las montañas. La herida se gangrenó y, cuando ya no tenía esperanzas de salvarse, pidió a uno de sus compañeros que lo entregara al gobernador, cobrara la recompensa y utilizara el dinero para ayudar a los pobres. Desde entonces, este Robin Hood sinalolense, es el favorito de los narcos que llenan su altar con plaquetas del tipo: “Gracias por tu ayuda en Barranquita” o “Gracias por salvarme la vida”. “En la madrugada, a veces, aparecen muchachos que, tal vez, vuelven de alguna labor difícil y agradecen al santo”, cuenta Guadal Sánchez Salazar, el cuidador de la capilla.
Regreso a la redacción de La I y El Debate para ver cómo terminó el día. Me entero que “El Dorado” Rentería había perdido a un hijo en un enfrentamiento similar apenas una semana antes. “Lo rafaguearon de carro a carro”, cuenta el joven reportero Martín Durán. “Pero parece ser un ajuste de cuentas local aunque ocurrió en la puerta del lugar donde vive la madre de los Carrillo Fuentes, un lugar sagrado para los jefes narcos de la zona”. De todos modos, es sólo uno de los casos. En las últimas 24 horas, aquí en Culiacán, se encontraron nueve cadáveres. En el resto del país hubo 25 muertes por la misma violencia. Apenas un día más en esta narcoguerra que se libra en las calles y en las mentes de México.