Vanessa tenía una sonrisa amplia con dientes color marfil. Su cabello era ondulado y largo. Prefería usarlo suelto para que las pequeños bucles que se le hacían al final pudieran bailar libres. Sus ojos eran expresivos y grandes, con una mirada sensata.
En los primeros meses del 2019 planeaba su graduación. Tenía 22 años y estaba a punto de terminar su carrera en nutrición, la elección del vestido que usaría en la fiesta ocupaba su mente.
La joven lo encontró. El atuendo ideal para recibir su diploma y mostrarle a su familia que había logrado cumplir una de sus metas. Lo guardó en su ropero con ansias de poder usarlo la noche de su ceremonia. Ella estaba feliz.
Un día soleado de febrero salió de su casa en Atlautla, Estado de México para pasar la tarde con su novio, quien vivía en Cuernavaca, Morelos. Cruzó la puerta con la energía y ligereza que caracteriza a las mujeres de su edad. Pero 24 horas más tarde, esa vitalidad se había acabado. La luz que encantaba a todos los que conocían a Vanessa Ruiz fue apagada.
De regreso a su casa Vanessa tomó una camioneta Sprinter de transporte público. El chofer vio a la mexiquense y se creyó el dueño de su vida. Antes de que ella pudiera bajar del vehículo para caminar a su hogar y encontrarse, como todas las noches, con sus padres y su hermano pequeño, la retuvo. La golpeó, violó y asesinó. Le quitó la posibilidad de poder usar el vestido que con ilusión había escogido para una noche que sería de las más importantes de su vida.
Ahora su atuendo cuelga del perchero en su recámara. Ahí permanecerá nuevo, sin ser estrenado. Y los sueños de Vanessa inconclusos, evaporados sin motivo.
Cada vez que sus padres cuentan la manera en la que mataron a su Vane, se les quiebra la voz. Han pasado seis meses desde el feminicidio, y su hermana no puede evitar escuchar el nombre de Vanessa y temblar de miedo y tristeza. Desde aquél día en que encontraron su cuerpo maltratado, con su luz extinta, la familia dice vivir en una pesadilla de la que no pueden despertar.
“De repente vimos nuestra casa llena de gente, llena de flores y con un ataúd con una hija que se iba a graduar. Ya se iba a graduar, ya había escogido su vestido de graduación. Se iba a tomar la foto. Y en un momento ese infeliz le quitó la vida”, dijo su padre Alfredo Ruiz a Infobae México.
La vida que se queda
Su familia no sólo debe afrontar la pérdida de su hija mujer menor. Ni saber que el asesino está viviendo la vida que a Vanessa le quitó. Y no sólo les cuesta cerrar los ojos por las noches por el temor de que las imágenes de cómo fue hallada otra vez aparezcan en su mente.
También viven con el miedo permanente de que a alguno más de sus seres queridos le pueda pasar algo similar. Y con la constante preocupación y sentimiento de responsabilidad de que se haga justicia por el feminicidio de Vanessa.
Esta realidad que parece una pesadilla abominable y tortuosa, se repite sin cesar en la mente de miles de padres, madres, hermanos, hermanas, novios, novias, esposos, esposas, amigos y amigas, que perdieron, a las mujeres que amaban.
Que por haber nacido en el llamado “país feminicida” un día alguien sintió derecho sobre ellas y su cuerpo y decidió quitarles el futuro; el derecho a envejecer antes los ojos de sus seres queridos.
En México la violencia contra las mujeres es un problema latente. De enero a julio del 2019 se han registrado 540 casos de feminicidio en el país. Es decir, este año han muerto 2,5 mujeres al día, en promedio. Pero aunque en el 2018 las cifras de este tipo de asesinatos fueron históricas, el problema viene de años atrás.
En el 2015, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública fueron asesinadas por razones de género 411 mujeres. El año siguiente la cifra ascendió a 601, en el 2017 fueron 742 y el año pasado 880.
El Estado de México es la segunda entidad del país con más feminicidios registrados a pesar de que la alerta por violencia de género comenzó desde el 2015. Durante los primeros siete meses de este año en el territorio se han denunciado 53 de estos crímenes. La cifra se encuentra sólo por detrás de Veracruz, en donde han asesinado a 114 mujeres por razones de género.
Pero los números no son sólo eso. El dolor por cada muerte perdura por mucho tiempo y daña a más que a las víctimas. “El duelo por este tipo de muertes es muy doloroso. Tanto que no sólo lastima a la familia de la persona fallecida, lastima a la sociedad entera”, explica Geraldine Lara Hernández del Instituto Nacional de Tanatología, en entrevista con Infobae México.
El sector de la población cercano al feminicidio pierden la sensación de seguridad. Dejan de realizar actividades que eran cotidianas por miedo a ser víctimas de un crimen.
22:17 inicio de la pesadilla
Alma, la mamá de Vanessa, recibió una llamada a las 22:17 del 1 de febrero. Era Magnolia, la madre de Carlos, el novio de su hija y con quien había pasado la tarde. “Hola, ¿ya llegó Vane a su casa?” escuchó en el teléfono como anuncio del martirio que viviría durante el resto de su vida. “Es que la dejamos Carlos y yo en Popo Park, en el coche. Mi papá se enfermó y tuvimos que ir al hospital y ya no la pudimos llevar a su casa. Eso hace 20 minutos”.
Las alarmas en la cabeza de Alma se encendieron. El lugar en donde le dijeron que la habían dejado estaba a cinco minutos de la puerta de su casa. No debió haber tardado tanto. En ese momento comenzó a marcarle a Vanessa pero no le contestó. Magnolia dijo que también lo había intentado.
“Entonces le dije a mi esposo Alfredo. En ese momento empezamos la búsqueda, empezó nuestra desesperación porque ya habían pasado supuestamente 20 minutos en el tiempo en que esa persona la había dejado aquí, pero fue mentira. Nunca la dejaron en Popo”, dijo Alma en entrevista con Infobae México.
Alfredo Ruiz fue a la zona que le indicó Magnolia que la había llevado, para ver si lograba encontrarla. Mientras tanto, Alma se quedó en su casa esperando a Vanessa y preguntando por teléfono sobre su paradero. Tras minutos en que no se daban señales por su llegada, la mamá de Vanessa salió a la calle a esperarla pero nunca la vio caminar por ahí.
Las lágrimas y pánico comenzaron a surgir. El tiempo avanzaba y su familia no tenía noticias sobre Vanessa. Su hermana fue avisada de que no aparecía “Mi papá me marca y cuando me dice ‘tu hermana no aparece’, ahí lo sentí. Me puse muy mal, mi marido me pidió que me calmara y le dije que no “Vane está en problemas”. Encargué a mi hija y salí”, cuenta Abigail Ruiz.
Horas después toda la familia, amigos y la policía estaban buscando a Vanessa en las calles, pasaron mucho tiempo buscándola en el sitio en donde supuestamente la habían visto por última vez. Tiempo que creyeron perdido cuando Carlos le llamó de nuevo a Alma.
“Ya había pasado una hora y media y me dice “Le mentí. Es que Vanessa se vino a Cuernavaca a ver lo de su servicio y la mandé sola de Cuautla a Popo Park. En la Sprinter iba con otras dos personas, pero Vanessa me dijo que habían bajado en Nepantla y ella siguió. Todo el camino fuimos hablando para que yo supiera que ella iba bien. Escuché cuando pidió bajar en Popo Park en ese momento me metí a una tienda y compré algo. Cuando otra vez volví a hablar con ella ya no contestó. Le volví a marcar y no atendió”, contó Alma.
Carlos se lo confesó con lágrimas mientras iba camino a ayudar con la búsqueda. Le dijo a la familia de Vanessa que había mentido para no meterse en problemas. “Él escuchó cuando mi hija comenzó a recibir la agresión, supo de esa situación y no sé qué pasó con él pero el tiempo que mintió fue un tiempo valioso para que nosotros pudiéramos encontrarla”, dijo Alma.
Después de la llamada del novio de Vanessa, la desesperación aumentó. Intentaron que Carlos les dijera el número de placas de la Sprinter que abordó la joven, pero dijo no saberlo. Pasaron horas en las que nadie dormía.
En un momento de la noche, Carlos declaró. Dijo que sí conocía el número económico del vehículo que había abordado su novia. En ese momento la investigación se agilizó.
Horas más tarde, Alfredo recibió una llamada “Vente para Ozumba”, le dijeron. No le explicaron más. Él sintió terror en su cuerpo, sabía que lo que encontraría lo iba a afectar para siempre. Cuando iba camino al lugar que lo citaron, lo volvieron a llamar. Él pidió que le dijeran la verdad; “Carnal, ya la encontramos. Pero son malas noticias. Necesitamos que vengas porque al parecer la ropa no coincide”. Alfredo comenzó a gritar, no lo quería creer.
“Entonces llegué a Ozumba y ya estaban los policías. Empecé a caminar y vi a mi hija y la empecé a observar de su ropa y de su cara y empecé a gritar, a llorar, a maldecir”, cuenta el padre de Vanessa Ruiz mientras llora. Los recuerdos son frescos y dolorosos.
Cuando Abigail, hermana de Vanessa se enteró también comenzó a llorar y gritar, pero a pesar de hacerlo con toda la fuerza que tenía en el cuerpo, no pudo descargar la tristeza que sentía por haber perdido a su mejor amiga.
“Entré a su cuarto y no lo podía creer. Todavía tenía un pan que se había comido mi hermana y yo decía ‘¿Cómo? ¿Cómo a mi hermana?’ nos llevábamos once meses de diferencia. Yo le decía a mi mamá que Van era mi amiga. Íbamos en las mismas escuelas, nos íbamos de pinta juntas”, cuenta Abigail Ruiz a Infobae.
En ese momento la incertidumbre sobre el paradero de Vanessa terminó, pero la pesadilla siguió. Horas después de encontrarla, hallaron la Sprinter en la que había sido asesinada. Tenía las marcas de pelea y sangre en los asientos. Estaba estacionada frente al domicilio del chofer. De inmediato lo capturaron.
El proceso
La familia comenzó a avisar a los conocidos de Vanessa que había muerto. De pronto su casa se llenó de flores y personas. En su funeral, las personas que se querían despedir de Vanessa llenaron las calles. Los medios de comunicación enterados de la tragedia perseguían a la familia para conocer los detalles de lo sucedido. Pero con el tiempo el interés bajó.
Los seres cercanos y amados a la familia siguen al pendiente, pero el caso del feminicidio de Vanessa fue perdiendo eco hasta casi apagarse. Mientras tanto, ellos continúan sin poder vivir.
Cuentan que su vida se quedó en pausa desde febrero. Hay días en que pareciera que Alma y Alfredo están en automático. Se levantan de la cama porque tienen más familia por quien luchar, pero la alegría que abundaba en su casa, ha casi desaparecido. Las pesadillas los acompañan por las noches, y la ausencia inmensa de Vanessa los tortura todos los días.
“Es bien difícil porque han habido días que yo en particularmente me despierto en las mañanas y yo digo yo no quiero saber nada. No quiero ver a nadie, no quiero que me vean, me quiero morir. No quiero saber de nada”, dice Alma. Pero al pensar en sus hijos y su nieto, intenta seguir “Ahora yo tengo temor de que algo les pase. Que algo me pase y que ellos sufran. Es muy difícil, no sé de dónde sacamos fuerza”.
Y el camino es aún más difícil cuando abren los ojos y se enfrentan con comentarios de su hija. Ellos acusaron a Carlos, el novio de Vanessa, de haber mentido y entorpecido las investigaciones. Por lo que la familia de él, a su vez, a través de redes sociales han escrito mensajes negativos sobre la víctima.
Los hermanos de la joven asesinada cuentan que incluso han dicho que iba vestida de forma “provocadora”. Que seguramente la realidad era que tenía algo que ver con el chofer de la Sprinter, que se había peleado con Carlos y que por despecho se había metido con él.
Mientras tanto con ellos el miedo está presente todos los días. Ninguna de las mujeres de su familia toma el transporte público sola, y temen cada que salen a su casa. El hijo menor de la familia no quería regresar a la escuela. Con llanto le decía a su mamá que temía que el chofer del transporte escolar le hiciera algo. “No tienes idea de lo que hemos vivido. Nos cambió la vida, nos ha hecho vivir como zombies”, dijo Alfredo Ruiz.
Ahora enfrentan el juicio en contra del feminicida, y tienen que volver a escuchar y recordar constantemente que su hija ya no está. Las heridas tardan en sanar y la tristeza continúa entre ellos.
Les duele haber perdido a Vanessa, la manera en la que sucedió y todos los sueños que le truncaron. Su asesino le quitó la oportunidad a la joven de crecer. De cometer errores y aprender de ellos, de reír y llorar. De vivir.