El movimiento estudiantil de 1968 fue una de las luchas más importantes en la búsqueda por la democratización del país. Estudiantes de diversos colegios, así como profesores, obreros y campesinos, se unieron para exigir al gobierno un cese a la violencia policíaca y a la represión.
El movimiento tuvo su origen el 22 de julio de ese año, por un pleito entre estudiantes de escuelas vecinas. En esa pelea intervinieron granaderos, quienes golpearon brutalmente a los jóvenes e ingresaron a las instalaciones escolares.
En respuesta a la agresión policial, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) salieron a manifestarse el 26 de julio, el mismo día en que estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras organizaciones tenían programada una marcha a favor de la revolución cubana. En esa ocasión, los alumnos también fueron reprimidos de manera violenta por el gobierno federal.
La represión catalizó la popularidad del movimiento; para el 30 de julio se organizó un Consejo Nacional de Huelga (CNH), el cual logró unir a representantes de 77 escuelas, incluyendo universidades de otros estados del país.
El 4 de agosto fue su primer pronunciamiento público. En su pliego petitorio, le exigían al gobierno un “diálogo público” y convocaban a una manifestación para el 5 de agosto. Las protestas siguieron su curso, llegando a un punto álgido para el 27 de agosto, cuando la gente salió a la calle con la señal de "V" de victoria, la cual se había convertido en un símbolo para los estudiantes, y se plantaron en el Zócalo capitalino para exigir al gobierno que se sentará a dialogar con ellos.
Una multitud llenó la plancha del Zócalo y ondearon en el asta bandera un banderín rojinegro. Tocaron las campanas de la Catedral y exigieron la liberación de todos los presos políticos. Madres, niños pequeños, trabajadores de diversos sectores, ese día toda la sociedad se unió a las demandas iniciadas por los estudiantes.
“¿Cuántos hijos más de los que traemos van a caer?”, dijo una de las madres que habló en tribuna, exigiendo al entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz, dar soluciones. El fervor del momento provocó que 3.000 estudiantes hicieran un plantón a las puertas de Palacio Nacional, en respuesta, llegó el ejército. Cientos de macanas y tanques apaciguaron esa noche el centro de la Ciudad de México.
Al día siguiente, el gobierno federal decidió hacer una manifestación como acto de desagravio a la bandera nacional por el izamiento del banderín rojinegro. Los burócratas que asistieron al evento se vieron forzados a bajar de la tribuna frente a la lluvia de monedas que les lanzaron los trabajadores. Además, un contingente estudiantil llegó y se lanzó contra los representantes del gobierno que se encontraban en el sitio, lo que provocó que, una vez más, saliera el ejército a reprimir la protesta.
A partir de ese día la brutalidad policial se incrementó. Para septiembre, Díaz Ordaz decidió usar las fuerzas armadas de manera indiscriminada a fin de “mantener el orden en el país”.
“Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite y no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”, dijo en una de sus declaraciones.
Todos los medios de comunicación empezaron con una campaña de difamación hacia el movimiento estudiantil, señalando que buscaban impedir los Juegos Olímpicos. En medio de toda esa campaña de deslegitimación, los estudiantes salieron a las calles el 13 de septiembre en una Marcha de Silencio, a fin de probar que ellos no eran los provocadores.
Unas 250.000 personas se presentaron, con cinta adhesiva en la boca, los jóvenes recorrieron la ciudad en total silencio; lo único que llevaban consigo eran pancartas que pedían al gobierno el diálogo.
“Pueblo mexicano: puedes ver que no somos unos vándalos ni unos rebeldes sin causa, como se nos ha tachado con extraordinaria frecuencia. Puedes darte cuenta de nuestro silencio, un silencio impresionante, un silencio conmovedor, un silencio que expresa nuestro sentimiento y a la vez nuestra indignación”, escribió la CNH en su volante de ese día. Aún así, el diálogo no llegó.
El movimiento culminó con la masacre del 2 de octubre, donde cerca de 5.000 personas se congregaron en el mitin. En ese trágico día, militares y grupos paramilitares realizaron un fuego cruzado que habría sido aparentemente planeado por el gobierno para reprimir de una vez por todas a los estudiantes.
Según las investigaciones, el gobierno aplicó sus mecanismos de control y, tras la masacre, recurrió a detenciones ilegales, maltratos, torturas, persecuciones, desapariciones forzadas, espionaje y ejecuciones extrajudiciales.
Hasta la fecha, no se sabe con exactitud cuál es el número de personas asesinadas, heridas, desaparecidas y encarceladas ese día. Se dice que la matanza en la plaza de las Tres Culturas duró más de dos horas, y que los representantes de los estudiantes fueron detenidos, desvestidos y torturados.
Después iniciaron los arrestos masivos de personas, entre los que destacaron líderes del CNH y varios estudiantes.
Faltaban 10 días para la inauguración de los Juegos Olímpicos. En ese tiempo, imágenes de la matanza se dieron a conocer por la prensa internacional; el daño ya estaba hecho y desde ese entonces, el 2 de octubre “no se olvida”.
Estas fotos inéditas sobre el movimiento estudiantil forman parte de la colección “El Heraldo de México–Gutiérrez Vivó”, donada por la familia Balderas a la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero (BFXC).
Fueron usadas por la Universidad Iberoamericana para realizar el documental “El monopolio de la memoria”, el documental ofrece una revisión crítica del movimiento y reflexiona sobre la construcción del relato histórico del 68, así como los procesos de políticas de la memoria.
“El objetivo central del proyecto es apropiarse de un acervo histórico importante para ofrecer lecturas alternativas de un evento histórico como éste, que está presente en las búsquedas por definirnos como mexicanos. Un evento determinante en la historia de México”, dijo el director del documental, Pablo Zárate.
El investigador insistió en que se trata de un fondo inédito, por lo cual las películas tienen la vocación de mostrar fotografías que antes no se habían visto. Afirmó que el material ofrece una lectura alternativa porque promueve la reflexión crítica sobre los procesos de construcción histórica en el México contemporáneo.
“Tomamos las fotografías alternativas como espacio público, movimiento ciudadano y arquitectura. Con dichas categorías, se llevó a cabo una reorganización total de las imágenes, pensando más en una narrativa cinematográfica. Nos tardamos cerca de un año, y contamos con el apoyo de becarios”, añadió.
“El monopolio de la memoria” se realizó durante la primera mitad de 2018 y se estrenó en noviembre del mismo año. Desde entonces, se ha presentado en festivales, foros y muestras de cine. De octubre a diciembre de este año, habrá un circuito de exhibición por varios estados del país.