Una mujer se detiene frente al mural casi terminado a las afueras de la Cineteca Nacional de la Ciudad de México. Lo mira mientras los artistas terminan de dibujar las siluetas de los estudiantes que participaron en el Movimiento de 1968. La señora observa un momento y pregunta: “Nunca se olvida ¿verdad?”
Después de tres días de trabajar con una pared en mal estado, de enfrentar al lienzo de concreto gris donde pintaron un promocional para la cinta en la que trabajaron ocho meses, dirigida por José Manuel Cravioto, finalmente terminaron el trabajo una semana antes del estreno el pasado 27 de septiembre.
Quienes pintaron el mural conocen bien las caras que dibujaron, pues cada una de esas seis personas fueron también animadores de Olimpia, la primera cinta mexicana hecha con una técnica llamada rotoscopia, un proceso en el que se interviene una a una la secuencia de imágenes de acción real de una película para animarlas. Algo como esto no se había realizado nunca en un largometraje mexicano. Este tipo de animación fue utilizada en películas como Loving Vincent, de los directores Dorota Kobiela y Hugh Welchman, quienes del mismo modo usaron las imágenes con texturas pictóricas como herramienta para envolver al espectador.
La rotoscopia de Olimpia
De acuerdo con Homero Santamaría Padilla, un artista visual especializado que fue coordinador de animación en Olimpia, “la historia no se cuenta a partir del final funesto en la Plaza de las Tres Culturas. Trata de cómo, desde la visión y participación de los jóvenes, se fue gestando el movimiento, de cómo fue algo que atrajo muchos que no estaban políticamente preparados y se fueron integrando como por inercia”.
La rotoscopia de Olimpia comenzó con la grabación normal de los actores, que, una vez hecha, se dividió en cuatro “rollos” ordenados de manera cronológica, los cuales fueron repartidos entre los equipos de animación con nombres de personajes de la historia (Heberto, Alcira - en honor a la poeta uruguaya de apellido Soust Scaffo -, Margarita y Leobardo)
Del rollo completo se fueron se seleccionaron ocho cuadros por segundo, los cuales son pocos en comparación con las secuencias normales y fluidas de 24 imágenes en ese mismo tiempo. Los animadores tuvieron que animar ese número de cuadros con el objetivo de “exaltar el efecto de la animación, de esta manera se viera el andar pausado de las imágenes. Además, menos cuadros por segundo volvió mucho más viable la producción de la película”, explicó Santamaría Padilla, quien también da clases en la Facultad de Artes y Diseño (FAD) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La intervención de las imágenes se realizaba en Photoshop. “Era como tener una foto y poner un acetato encima para pintar sobre ella”, explicó dijo Brenda Araceli Romero Amaya, una de las animadoras del proyecto y estudiante de Diseño y Comunicación Visual del séptimo semestre, quien realizó alrededor de 800 cuadros de la parte final de la película.
Posteriormente cada animador se encargaba de pintar por capas las partes de la imagen: el fondo, los extras y los personajes principales. Si era necesario se hacía una cuarta capa para pintar detalles. “No había una serie de pasos para pintar cada parte de un cuadro, cada uno decidía si pintar el fondo primero o al final. Todo dependía del ritmo de trabajo de la persona. Eso gracias a que se hizo en digital y podía organizarse todo después”, agregó Romero Amaya.
“La película estuvo pensada siempre para hacerse en rotoscopia”, señaló el profesor de la FAD. Por este motivo, casi todas las escenas fueron grabadas en cámara fija, es decir, los actores eran los que se movían en el cuadro y el artefacto que los grababa se mantenía en el mismo punto durante la escena. Esto permitió que los animadores pudieran pintar siempre el mismo fondo para una escena y así concentrarse en los elementos que iban en capas posteriores.
Las manos de la FAD para Olimpia
Olimpia fue realizada por 100 estudiantes de las carreras de Diseño y Comunicación Visual y Artes Visuales que se imparten en la FAD de la UNAM. Tuvieron que pintar entre 500 y 1200 cuadros cada uno para completar las más de 15,000 imágenes que componen la película. Algunos de ellos recuerdan que al principio tardaban aproximadamente un mes por escena, pero después de varios meses de trabajo podían terminarla las escenas en solo semanas.
El tipo de animación “permitió que pudiéramos adecuar algunas cosas del entorno a la época, es decir, editar un vaso o quitarle la marca de la ropa a algún actor, etc”, señaló Romero Amaya. Anteriormente Cravioto, el director, ya había dicho a MásporMás que esta técnica se utilizó porque funcionaba para “lograr la energía de la época”, llenar espacios e integrar a los personajes.
Para esta película se utilizó material del documental El Grito de 1968, grabado durante el movimiento estudiantil. La complicación fue que estas imágenes estaban en blanco y negro por lo que hubo que cambiar a color y posteriormente pintar las capas de las imágenes en digital para poder utilizarlas. Esto significó realizar un doble trabajo que se hizo tanto de blanco y negro a color – para las imágenes de archivo – como para hacer que algunas escenas grabadas a color parecieran grabaciones de la época con solo dos colores.
Una de las escenas en la Plaza de las Tres Culturas fue hecha por Lucía León Puente, estudiante de séptimo semestre de Diseño y Comunicación Visual, quien explicó que tardó aproximadamente tres semanas en pasar la imagen del documental a color y rotoscopiarla en su totalidad.
Un mismo estilo para todas las manos
Para homologar el estilo de animación se realizaron durante un mes los primeros trabajos “nos dijeron que teníamos que presentar algo pictórico que se viera plástico. Entonces los de Diseño entendieron una cosa, los de Artes entendieron otra y cuando lo juntabas sí se veía la diferencia”, relató el también animador de Olimpia, Jorge Rojas Jiménez, egresado de la carrera de Artes Visuales de la FAD.
Posteriormente se juntaron aquellas imágenes que tenían el estilo adecuado y “se hizo un pequeño clip en el que se seleccionaban los cuadros para poder decirnos ‘así se tiene que ver la película’” contó Rojas Jiménez, quien pintó alrededor de 1200 cuadros como parte del equipo de animación Leobardo coordinado por la ilustradora Esmeralda Ríos.
La tarea fue inmensa para los tres o cuatro meses que habían establecido como plazo para que las imágenes estuvieran rotoscopiadas. Sin embargo, hubo que pedir refuerzos de animadores y alargar el tiempo de trabajo hasta los ocho meses por la magnitud del proyecto. El equipo Heberto de Santamaría Padilla, al que pertenecieron Romero Amaya y León Puente, era el más pequeño y en lugar de incrementar después de los primeros cuatro meses, se redujo de 18 a 16 personas. Esto considerando que los otros equipos crecieron de 20 hasta 40 animadores.
Santamaría dijo que fue un proceso difícil porque “muchos de ellos no habían agarrado nunca una tableta”, él tampoco estaba familiarizado con la animación digital por lo que explicó que los jóvenes animadores “le enseñaban tanto como él les enseñó a ellos”.
A pesar de que los equipos trataron de dividir equitativamente el trabajo, muchos de los animadores terminaron haciendo cuadros de más para perfeccionar la película. Romero Amaya cuenta que los estudiantes utilizaban cualquier rato libre para avanzar con su parte, incluso llegaban a pintar entre clases.
Homero Santamaría dijo que aceptó coordinar el mural de la Cineteca Nacional porque posee conocimientos de pintura mural. Él y los animadores terminan simbólicamente su primer largometraje cinematográfico hecho en rotoscopia. Los animadores consideran que esta película es un logro para la comunidad artística mexicana que empieza a incursionar a la vanguardia de la animación.
De acuerdo con Rojas Jiménez la rotoscopia de Olimpia da “un mensaje más digerible para el espectador. Con la animación se puede llegar a más gente de una forma más suavemente en temas que a veces son muy violentos”. Por otro lado, Santamaría Padilla considera que “el lenguaje animado de Olimpia logró unir dos cosas de tiempos distintos: el material de archivo y un trabajo digital reciente”. Romero Amaya asegura que el proyecto enseñó a los animadores a incursionar en lo digital y a aprender todo el proceso de una película.
Ellos fueron los últimos estudiantes animadores en pie de todos los que se esforzaron para abordar el movimiento estudiantil del que del 2 octubre de una manera distinta. Se encargaron de dar los toques finales a un proyecto que muestra el potencial de los animadores mexicanos y una perspectiva distinta de un evento que sigue vigente en la memoria de los ciudadanos, porque “nunca se olvida ¿verdad?”.