La prisión de Topo Chico, en Monterrey, Nuevo León, recrea en miniatura la guerra entre cárteles de la droga que han puesto en jaque al estado norteño. En 2010 y 2011, la que hasta entonces era reconocida como la entidad más industrial del país, sede de pujantes multinacionales, comenzó a sufrir los estragos del crimen: asesinatos y narcobloqueos.
Las organizaciones criminales predominantes, Los Zetas y el Cártel del Golfo, se peleaban por la plaza, al tiempo que la cacería contra los sicarios iba en aumento.
En Topo Chico, los sentenciados, hombres y mujeres, se mezclan. Hasta 2018 tenía autogestión y autogobierno, donde quien mandaba eran miembros de la célula delictiva Los Zetas.
Sus celdas ubicadas en el ambulatorio "E", eran uno de los rincones más privilegiados dentro del penal: estaban acondicionadas con pantallas planas, sillones de lujo, un jacuzzi y el mapa donde el cártel tenía presencia.
Aquella, era la celda de Juan Pedro Zaldívar Farías, alias “El Z-27”,líder de plaza de Los Zetas en los municipios de Nueva Ciudad Guerrero y Camargo en Tamaulipas, y Cerrraviol y Vallecivo en Nuevo Léon.
Para llegar a la celda se tenía que caminar por el llamado “Pasillo de Los Zetas”, entonces ocupado por lugartenientes del cártel y vigilado por guardias. Las prisiones se encontraban tapadas con madera, pintadas de negro para no tener visibilidad.
A un costado del pasillo, se hallaba el bar de Los Zetas, un anexo techado que los internos adaptaron como una cantina con cocina, que las autoridades actuales transformaron en una panadería.
Juan Martín González, director del penal Topo Chico, Monterrey, detalló que en el lugar los sicarios veían películas y tenían una mesa de billar donde se ponían a jugar. El autobierno era tal, que construyeron una capilla para la Santa Muerte: “Zona Z” se leía a la entrada.
En febrero de 2016, dos facciones relacionadas con Los Zetas que se disputaban el control de esta prisión, se enfrentaron con palos, piedras, botellas, varillas y remedos de puñales. Desde el exterior, hubo testigos que aseguraron haber oído disparos.
La reyerta que duró entre dos y tres horas, se saldó con la muerte de 49 internos. Las autoridades encontraron los cadáveres golpeados con saña, linchados, cinco de ellos calcinados en un incendio avivado con los colchones. El gobierno tenía ante sus ojos, el motín carcelario más sangriento de la historia de México.
Pese a que después del incidente, las autoridades lograron recuperar una parte importante de la capital de Nuevo León, l
os retazos de ese conflicto se han trasladado a la cárceles, donde facciones que no conocen otra forma de vida se pelean por desplumar a sus enemigos.
La violencia sepultó los lujos
El motín en el penal de Monterrey es uno de los capítulos con más violencia en las cárceles del país . El enfrentamiento entre dos bandas fue encabezas por el Z-27 e Iván Hernández Cantú, alias “El Credo”.
En el piso 3 del ambulatorio C, estaba la celda privada del “Credo”, el día del motín la quemaron. Internos bajo las órdenes del “z-27” bloqueraron las salidas y le prendieron fuego al edificio.
La cancha fue otro de los espacios más cruentos, los reos solían abandonar ahí los cuerpos de sus víctimas, después de los enfrentamientos.
El penal de Topo Chico fue construido e inaugurado en 1943. El próximo 30 de septiembre cerrarán sus puertas, y los 2,273 reos de la cárcel serán trasladados al penal de Apodaca.