"Miles de aves murieron por la contaminación ambiental; alerta sobre el daño a niños y ancianos", ese fue el titular de uno de los periódicos nacionales que se publicó el 4 de febrero de 1987. En aquel día, la Ciudad de México amaneció con la noticia de que cientos de aves estaban cayendo literalmente del cielo a causa de los gases tóxicos que se respiraban en la ciudad.
"Los capitalinos, asfixiados. Respiramos materiales fecales… Nubes de mugre, mezcladas con materiales fecales, gases tóxicos, humo de los escapes de tres millones de vehículos", fue como otro medio describió la terrible situación de aquel entonces.
Las aves involucradas fueron el "chinito" (Bombycilla cedrorum) y la "primavera" (Turdus migratorius), especies migratorias originarias de Estados Unidos, que viajan a territorio mexicano en el mes de octubre. Su inesperada muerte generó gran alarma entre los habitantes; asociaciones y ecologístas exigían al gobierno esclarecer el caso.
La situación se volvió más abrumadora cuando, días después, se reportaron restos de metales pesados en el cuerpo de los pájaros. Plomo, cadmio, radón y abesto fueron encontrados en sus bronquios.
La entonces Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (Sedue) designó a un grupo de investigadores para tratar de establecer las causas de su muerte. Se realizaron monitoreos en distintas partes de la ciudad, se entregaron muestras a los laboratorios; hasta se firmaron convenios entre la Sedue, la Procuraduría General de la República (PGR), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) para aclarar el asunto.
Aunque se reconoció que la contaminación de la ciudad fue causante de la muerte de las aves, los resultados no arrojaron información que señalara específicamente qué fue lo que ocasionó su muerte. Las autoridades entonces asumieron que había sido el uso de plaguicidas en la zona, aunque nunca se confirmó.
No faltó el funcionario que además, ligó la muerte de las aves a otros fenómenos paralelos a la polución de la ciudad. Tal fue el caso del ex secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, Manuel Camacho Solís, quien dijo que la falta de alimentación y el largo trayecto recorrido por las aves, eran factores claves para entender su fallecimiento.
"La contaminación contribuyó a su muerte, pero se trata de dos especies de un total de 217", enfatizó, aunque intentó calmar los ánimos al añadir que lo ocurrido con las aves era un "estímulo y exigencia adicional para fortalecer los programas de ecología".
Lamentablemente, dichos programas no fueron impulsados. En el caso de las aves, el presupuesto asignado fue insuficiente para llevar a cabo una investigación a largo plazo, por lo que el caso se cerró aun con la incógnita en el aire.
Las aves dejaron de aparecer muertas, terminaron migrando hacia otros puntos, hubo cambio de administración en la Sedue y la ciudadanía olvidó al poco tiempo la tragedia ecológica.
Han pasado 32 años desde aquel día en el que el piso de la Ciudad de México se tapizó con los cadáveres de miles de aves. En todos esos años, no se ha realizado un proyecto gubernamental para investigar la correlación de la condición ambiental con el fallecimiento de las aves y su flujo migratorio.
Más aún, ha pasado todo ese tiempo sin que se diseñe una estrategia nacional ante un posible estado de emergencia por los altos niveles de contaminación en el país. Si en ese entonces ya había una masa gris cubriendo las calles de nuestra ciudad, quizá el color ahora sea negro; no en vano se han declarado 5 contingencias ambientales en lo que va de 2019.