Desde que tenía 7 años, Berenice anhelaba vivir en otro país y conocer el mundo a través del arte, pero jamás imaginó que las clases de violín que tomaba en ese entonces, serían su boleto para consumar ese sueño. Mucho menos que para lograrlo, debía renunciar a su estabilidad en México y tendría que ingeniárselas hasta para hacer sus propias tortillas en Francia.
A medida que creció, Berenice Santana dejó de tocar el instrumento cuya creación es atribuida a Louis Spohr. Se dedicó a estudiar hasta conseguir un título universitario que, si bien, le trajo satisfacciones y estabilidad, no le apasionaba tanto como crear música con su violín.
"Llegaba a tocarlo ocasionalmente, pero no pensaba que fuera a dedicarme a la música. Aunque cada que iba a conciertos o escuchaba a otros violinistas sentía una gran nostalgia", dice a Infobae México la violinista mexicana. "Fue después de terminar la universidad, mientras trabajaba en una agencia de publicidad en 2015, que surgió la motivación para retomarlo".
Berenice terminó la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UNAM, cuando de pronto, apareció Gustavo, su hermano y cómplice, para recordarle que en esta vida se debe buscar la verdadera felicidad.
"Gracias al apoyo de mi hermano, quien es flautista y toda su vida se ha dedicado a la música, pude adentrarme poco a poco en este mundo. En un inicio no estaba segura de dejar mi trabajo, pero terminé cautivada por la energía tan positiva de la música, su capacidad de alegrar a las personas y la idea de poder transmitir mis propias emociones a través de ella", cuenta Santana Hernández desde Burdeos, Francia.
Fue así que se inmiscuyó en varios proyectos. Uno fue la Camerata Euterpe Classic, un ensamble entre su hermano a la flauta, un amigo venezolano al chelo y ella al violín. Mientras que el otro fue el de colaborar en la creación del Colectivo de Músicos Urbanos del Centro Histórico, en el cual la mayoría de los músicos callejeros de la zona centro de la ciudad se unieron para llevar a cabo acciones que permitieran regular y legislar dicha actividad.
Berenice estaba de vuelta en la música, hasta que apareció Arnold -un francés que en ese entonces se encontraba en México-, quien se cruzó en su camino para convertirse en el mejor motivo para dejarlo todo y apostar por una nueva vida en el país que es uno de los epicentros del arte a nivel mundial y donde es originario quien se convertiría más tarde en su pareja.
"En 2017, conocí en México a mi novio francés, por lo que se dieron las condiciones para que visitara Francia", recuerda. "Me encontraba en un momento de mi vida en el que tenía trabajo y era feliz, pero necesitaba explorar otras realidades y crecer como artista. Decidí dejar todo en México y emprender la aventura de empezar desde cero".
Apenas desempacó, tomó su violín y comenzó a tocar en la calle, tal y como había hecho ya en la Ciudad de México. No hablaba prácticamente nada de francés y no pudo interactuar mucho con la gente, por lo que la mejor vía de comunicación fue su música. "Traje mi violín conmigo y comencé a tocar en las calles, la respuesta del público fue mejor de lo que esperaba y me sentí muy motivada".
Entonces se le acercó una chica para darle una bolsa con un sándwich, fruta y una botella de agua. Lo aceptó, pues en México es común que la gente se acerque a los artistas callejeros para regalarles algo como una forma de agradecimiento por nuestra música.
Yo estaba muy feliz pensando que la chica había hecho eso porque le había gustado cómo tocaba, pero no era así. Después me explicaron que hay personas que regalan paquetes de comida a las personas indigentes. Fue uno de mis primeros grandes shocks culturales
"En Francia -o al menos en Bordeaux, donde vivo, los músicos callejeros son vistos dentro de una escala social menor al resto de la población. Quizá en México sea igual, no lo sé, pero al menos nunca lo sentí así. No sé si es mi anécdota favorita, pero ejemplifica bien la imagen de los músicos callejeros en Francia (que es justo lo que quisiera cambiar)", refuerza.
Aunado a la distinta percepción del arte en comparación con su país, a Santana le costó trabajo entender al público francés debido a las diferencias no solo culturales sino también sociales. Al principio le fue difícil entender por qué no aplaudían eufóricos como le pasaba en México cada vez que terminaba de tocar una pieza.
"A veces me sentía mal y pensaba que era porque no les gustaba mi música, pero no, es simplemente porque son personas mucho más discretas y menos expresivas que los mexicanos. Sin embargo, disfrutan y aprecian la música de igual manera", asegura. "Fue el enfrentar mis propios miedos, inseguridades y limitaciones al darme cuenta que ya no contaba con mi red de apoyo -amigos, familiares, colegas- y que tenía que salir adelante por mi cuenta".
Es precisamente esa nostalgia por la distancia con sus seres queridos lo que más le aqueja aún a Berenice, pese a llevar casi dos años radicando en Francia. Además de las costumbres y especialmente, la comida.
"(Extraño) a mi familia y mis amigos, antes que nada, pero en especial los tacos", bromea. "Aunque debo confesar que en México no sabía hacer ni un huevo y aquí ya hago hasta mis tortillas a mano. También el clima, pues aquí suele llover mucho y el invierno puede ser muy duro. Extraño la gente, su calidez, alegría, solidaridad y optimismo ante las adversidades".
Actualmente se tiene un registro de 12.027.320 mexicanos que viven fuera de territorio nacional, de los cuáles 2.872 viven en Francia. De ellos, el 29% son estudiantes y solo el 13% profesionistas, mientras que, como Berenice, el 69% de la población mexicana en ese país, son mujeres, de acuerdo con datos del Instituto de los Mexicanos en el Exterior.
Pese a que esta violinista mexicana ha logrado vivir del arte en las calles del país galo, tiene claros sus planes de crecimiento tanto profesional como personal. Recién aplicó para una maestría en gestión de proyectos culturales y sueña con poder dignificar el trabajo de los artistas callejeros en Francia y en el mundo.
"Especialmente en Europa hay muchos prejuicios en torno a esa actividad y me interesa visibilizar su aporte al bienestar común. Tengo la idea de realizar un festival de músicos urbanos en Francia en donde se muestre el trabajo de los artistas locales, pero también traer a artistas mexicanos, un intercambio cultural entre ambos países. Personalmente, me veo completamente integrada a la sociedad francesa y sintiéndome tan cómoda como si estuviera en mi país", puntualiza.