Cuando el conquistador español Hernán Cortés pisó Tenochtitlan quedó maravillado por la ciudad mexica, levantada en medio de un lago, pero supo también que si deseaba someter a ese pueblo necesitaba – entre otras cosas- destruir su principal símbolo religioso y de poder: el Templo Mayor.
Cortés y el resto de los conquistadores -entre los que se incluía Bernal Díaz del Castillo– se sorprendieron con el tamaño de la ciudad, entonces con una población que algunos calculan llegaría a los 300,000 habitantes.
De entre las vastas construcciones de Tenochtitlan sobresalía una que alcanzaba los 40 metros de altura y dominaba el paisaje. Era el Templo Mayor, el sitio que el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma definió como "el lugar por donde simbólicamente se podía bajar al inframundo y se podía subir a los niveles celestes".
A unos metros de ese lugar sagrado ocurrió el primer encuentro entre el entonces tlatoani Moctezuma y Cortés, el 8 de noviembre de 1519. El conquistador sabía ya que tenía que destruir ese imperio para imponer la fe católica y conseguir esos territorios para la corona española.
Casi dos años después, los conquistadores españoles y sus aliados indígenas derrotaron a los mexicas en su último reducto en Tlatelolco. El 13 de agosto de 1521 se consumó la caída de Tenochtitlan. Iniciaba entonces una labor más ardua: la conquista ideológica.
"Cuando Cortés decide destruir la ciudad, sabía que este era el corazón. Destruir el Templo Mayor era hacer un borrón para construir una nueva ciudad y debido a eso tenemos poca evidencia", explicó Patricia Ledesma, directora del Museo del Templo Mayor, en entrevista para Infobae México.
Sabía que si dejaba esto a merced de los indígenas iba a ser muy fácil volver a los antiguos ritos y era lo que le preocupaba.
Los secretos del Templo Mayor
Lo que Cortés seguramente no sabía es que en los pueblos mesoamericanos existía una tradición de agrandar sus construcciones. Cuando ocurría un cambio de gobernante se mandaba edificar una nueva pirámide, su montaña sagrada, encima de la ya existente.
Al momento de la llegada de los conquistadores españoles, el Templo Mayor se encontraba en su etapa constructiva número 7, pero fue esa gran pirámide -que se extendía unos 82 metros por lado– la que mandó arrasar Cortés.
Hoy solo quedan algunas huellas de lo que fue la gran construcción. La gente que transita a un costado de las ruinas, por el Centro Histórico de la capital mexicana, quizás no sabe que camina sobre lo que fue un sitio sagrado de los antiguos habitantes de Tenochtitlan.
En el corazón de las ruinas aún puede apreciarse la etapa constructiva 2, una de las más antiguas y que conserva el color y algunas figuras de los templos dedicados a Tláloc y Huitzilopochtli, dioses centrales en la tradición mexica.
A unos metros de distancia se aprecian a lo lejos los tzompantli, altares donde se colocaban los cráneos de los cautivos que se sacrificaban en honor a los dioses.
En uno de los costados también permanece en gran estado de conservación la que fuera la casa de los guerreros águila, los combatientes que lograban esa distinción por su valor en el campo de batalla.
Los tesoros del Templo Mayor
Sobre una de las escalinatas que aún se conservan se colocaron las reproducciones de unas figuras que se hallaron en las excavaciones originadas a raíz del descubrimiento de la estela de la diosa lunar Coyolxauhqui, en febrero de 1978.
El descubrimiento del monolito, cuya reproducción también puede verse en una de las zonas del templo, desató la creación del Proyecto Templo Mayor y que permitió la creación del museo de sitio.
A lo largo de 40 años, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha logrado importantes descubrimientos en la zona. Además de Coyolxauhqui está el monolito de Tlaltecuhtli, diosa de la tierra, encontrado en 2006.
En la casa de los guerreros águila se encontraron dos esculturas en magnífico estado de conservación: la de Mictlantecuhtli (Señor del Inframundo) y la de un guerrero águila.
Para la directora Ledesma cualquier objeto encontrado aquí puede considerarse un tesoro. El grado de destrucción del Templo Mayor fue tal que, al menos de su última etapa, no quedó prácticamente nada.
Lo que a lo lejos podría parecer solo un acumulamiento de rocas adquiere sentido si se camina entre las ruinas, así se puede apreciar cómo una pirámide estaba construida frente a otra.
La polémica por Hernán Cortés
Hoy más que nunca el nombre de Cortés ha sonado en México y España, luego de que el presidente Andrés Manuel López Obrador pidiera el gobierno de Felipe VI una disculpa por los atropellos que se cometieron a los pueblos originarios durante tres siglos de dominación.
Para la directora Ledesma, a punto de cumplirse 500 años de que Tenochtitlán fuera destruida, la gran lección es que "hay cosas de nuestro pasado que es importante recuperar, mantener aquello que alguna vez fue y que nos ayuda a entendernos como somos ahora".
Para la arqueólogo el asunto es una invitación para reflexionar:
¿Qué hemos hecho con nuestros pueblos indígenas? ¿Cómo hacemos una convivencia mucho más digna y respetuosa con alguien que no piensa como nosotros?