Desde 1929, todos los mexicanos han vivido en algún momento gobernados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el más antiguo del país y el que más tiempo ocupó el poder presidencial de manera ininterrumpida: 70 años y 9 meses. Todo un récord en América Latina, al menos.
Este 4 de marzo el PRI celebra su 90 aniversario en medio de una de sus peores crisis de representación, luego de la estrepitosa derrota que sufrió en las elecciones federales del pasado 1 de julio.
Luego de haber recuperado el poder en 2012, el PRI perdió casi todo el año pasado: la Presidencia, la mayoría en el Congreso de la Unión —donde apenas tiene 14 senadores y 47 diputados federales—, dos de los 14 estados que gobernaba (Jalisco y Yucatán), un centenar de municipios y la mayoría de los congresos estatales.
En la larga vida de este partido, hay momentos que recordar y que marcaron la historia política de México.
La fundación de un partido de caciques y caudillos
Al cabo de la Revolución mexicana, con un país pobre, dividido y herido por una guerra interna de más de 10 años, la estabilidad política era una urgencia que capitalizó Plutarco Elías Calles como presidente, luego del asesinato del caudillo Alvaro Obregón.
En diciembre de 1928 lanzó la convocatoria para constituir el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con un propósito: "Que todas las agrupaciones, grupos y partidos revolucionarios se constituyan en un solo partido de carácter nacional y permanente, que venga a institucionalizar el proceso revolucionario".
Con su fundación, la etapa de los caudillos revolucionarios llegó a su fin, inaugurándose la era del partido de Estado, que engulló los movimientos obreros y campesinos a través de dos poderosas organizaciones gremiales: la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC).
La transformación hacia "el partido de masas"
Al llegar a la Presidencia, Lázaro Cárdenas expulsó a Calles y desmontó el aparto político que había levantado para su "maximato". De esa forma, el 30 de marzo de 1938 convirtió el PNR en Partido de la Revolución Mexicana (PRM), con un fuerte componente corporativista organizado en los sectores obrero, campesino y popular, que a la fecha sobreviven en el PRI.
El PMR cambió sus objetivos: "Es preciso rectificar (…) para tranquilidad de nuestras masas y para fortalecimiento de nuestra vida política, haciendo que el PNR se transforme en un partido de trabajadores en que el derecho y la opinión de las mayorías sean la forma fundamental de su propósito, y el bienestar general (…), haciendo de éste una prolongación de las determinaciones de la colectividad organizada".
La consolidación del poder absoluto "tricolor"
El 18 de enero de 1946, el PRM vuelve a transformarse con la llegada a la presidencia de Miguel Alemán, que lo convierte en el definitivo Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Cambió de nombre, sin embargo, mantuvo su estructura corporativa que le permitió mantener el control de México –la Presidencia, el Congreso, la representación de organizaciones sociales y medios de comunicación– por el resto del siglo XX.
El PRI se consolidó así como un partido de Estado que monopolizó todos los espacios de representación y poder político en México hasta el año 2000, luego de gobernar durante casi 71 años ininterrumpidos.
Esta larga supervivencia en el poder recibió un nombre: "la dictadura perfecta", como la llamó el Premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa.
Violencia y represión política
Durante años, nada en México podía existir fuera del PRI. Frente a la oposición política, la disidencia en los movimientos obrero y campesino, y la protesta social, el sistema tenía una respuesta: la represión.
Así sucedió con los movimientos sindicales de mineros, ferrocarrileros, médicos y maestros, entre otros. O los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971. La persecución de grupos rebeldes y guerrilleros en el norte y sur del país.
Apenas había cabida para la oposición política, con partidos proscritos como el Comunista, y el conservador PAN y los partidos de izquierda contendían en desventaja contra el todopoderoso PRI, sus estructuras corporativas y sus fraudes electorales. Ningún candidato independiente tampoco tuvo éxito en sus intentos electorales.
Fue hasta la reforma política de 1976 que los partidos de oposición entraron al Congreso de la Unión y comenzó a gestarse una verdadera oposición política que progresivamente fue ganando terreno en el sistema, empujada también por la inconformidad social cada vez más amplia.
La democracia mexicana se cocinó a fuego muy lento y hubo que esperar muchos años para que cuajara el cambio. Pero poco a poco los primeros signos de debilidad del PRI llegaron.
Desde las entrañas del PRI nació uno de los movimientos de oposición más fuertes en México, con la salida de un grupo de priistas encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador.
Estos, en alianza con los partidos de izquierda, le propinaron el primer gran golpe electoral al PRI en 1988. El tricolor sólo pudo disimular la derrota con el fraude que llevó a la presidencia a Carlos Salinas de Gortari.
Este episodio pasó a la historia como "la caída del sistema" y es considerado por muchos como el mayor fraude electoral cometido por el PRI.
Corrupción: la marca de la casa
Nada ha identificado más al PRI como la corrupción de sus cuadros en todos los niveles. Sobre todo a partir de los años 40 que estableció una fuerte alianza con el sector empresarial y comenzó la era de la "presidencial imperial", como la llamó el historiador Enrique Krauze.
Desde entonces, las acusaciones de corrupción han acompañado a todos los gobiernos del PRI, federales y locales, con escandalosos casos que se remontan a los años del presidente Miguel Alemán (1946-1952), pasando por todos sus sucesores hasta la presidencia de Enrique Peña Nieto.
Durante el pasado gobierno, la lista de priistas importantes involucrados en delitos graves fue más que notable. Por lo menos 30 de sus militantes fueron señalados o están siendo investigados por actos de corrupción. De estos casos, 21 involucraban a ex gobernadores.
A la fecha, 4 ex gobernadores del PRI están en la cárcel por casos relacionados con corrupción: Mario Villanueva, Javier Duarte, Roberto Borge y Tomás Yarrington. Andrés Granier ya está en arresto domiciliario.
Lo cierto, sin embargo, es que no ha habido un solo presidente priista que salvara las acusaciones de corrupción. Aunque destacan particularmente casos como el ex presidente José López Portillo, que casi llevó a la quiebra al país.
Asesinatos políticos: el sistema se rompe
Entre los episodios más oscuros en la historia reciente del PRI están los asesinatos de sus políticos ocurridos en los años 90, y que anunciaban ya el quiebre de ese partido.
El más importante fue el magnicidio del entonces candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, asesinado el 23 de marzo de 1994, en Tijuana.
Colosio, elegido por Salinas como su sucesor, fue el trágico protagonista del peor crimen político de la historia moderna de México, atribuido a un atacante solitario, pero sobre el que hasta ahora quedan dudas.
En septiembre de ese mismo año es asesinado Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI. Meses después fue arrestado Raúl Salinas, hermano del presidente, acusado de ser el autor intelectual del crimen.
En un hecho inédito, las autoridades recurrieron a una vidente para hallar los restos de un diputado del PRI desaparecido, quien supuestamente fue contratado por Raúl Salinas para orquestar el asesinato.
El país, sumido en una crisis política, sufrió una fuga de inversionistas y a finales del año, ya con Ernesto Zedillo como presidente, ocurrió una de las peores devaluaciones de la moneda y una crisis económica que tuvo repercusiones en el resto de América Latina, conocido como el "efecto Tequila".
La debacle definitiva
A finales de los años 90, el PRI apenas podía sostenerse en pie y las elecciones de 2000 terminaron por derribarlo.
El 1 de julio de ese año, el PRI perdió por primera vez las elecciones presidenciales frente al conservador PAN y su candidato Vicente Fox. Un ex ejecutivo de Coca-Cola que derrotó al candidato priista Francisco Labastida y al candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Cuauhtémoc Cárdenas.
El PRI no pudo ganar ni con sus viejas mañas, pues ese año surgieron evidencias de que el sindicato de Pemex desvió recursos a la campaña de Labastida en un sonado caso conocido como "Pemexgate".
Fue abierta una causa penal por peculado electoral contra el líder del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps, pero no prosperó y la única consecuencia fue una multa millonaria impuesta al PRI.
Su derrota presidencial estuvo precedida de su primera gran caída en un estado. La primera ocasión que el PRI perdió una elección de gobernador fue en 1989, cuando el panista Ernesto Ruffo Appel logró el triunfo en Baja California sobre la priista Margarita Ortega Villa.
Sin embargo, su peor momento en los estados fue entre los años 2001 y 2005, cuando sólo gobernaba 17 entidades.
En el ámbito legislativo fue hasta 1997 cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Tres años después vino la derrota de su candidato presidencial Francisco Labastida.
Hasta ahora sólo tres candidatos del PRI han perdido una elección a la Presidencia: Labastida Ochoa en 2000, Roberto Madrazo en 2006 y José Antonio Meade en 2018.
Por cierto, Madrazo y Meade son los únicos priistas que han quedado en la tercera posición.
El regreso a la Presidencia y la vuelta a la derrota
El PRI nunca está muerto. Y lo demostró en 2012 con la vuelta al poder de la mano de su entonces candidato Enrique Peña Nieto, el ex gobernador del Estado de México que derrotó a sus contrincantes Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez Mota, con una aplastante maquinaria de publicidad.
Enrique Peña Nieto fue el candidato que más votos recibió en una elección presidencial, con 19.22 millones, hasta el proceso electoral de 2018, cuando López Obrador alcanzó la inesperada cifra de más de 30 millones de votos y le propinó su tercera gran derrota electoral al PRI.
Todavía en las elecciones intermedias de 2015 el PRI fue el partido más votado con 28.7% de la votación nacional, según los cómputos oficiales del INE. Pero en 2018 su caída fue estrepitosa.
Su candidato José Antonio Meade, el primero no elegido de las filas de su militancia, quedó en tercer lugar con apenas 16.40% de la votación, frente a López Obrador que tuvo 53.19%.
La derrota de 2018 se extendió al Congreso de la Unión, los estados, municipios y congresos locales. Ni en la elección de 2000 el PRI había perdido tantas posiciones políticas como ocurrió el años pasado, aplastado por la aplanadora del partido Morena.
El futuro incierto
El PRI encara el futuro sin dinero y en medio de la peor debacle electoral de su historia a cuestas, desfondado en varias entidades y disminuido en congresos legislativos y gubernaturas.
Por delante tienen el reto de recuperar la credibilidad perdida entre los mexicanos y sus propias bases, si quiere sobrevivir como opción en las elecciones intermedias de 2021, cuando se jugará su futuro rumbo a la elección presidencial de 2024.
El panorama, sin embargo, no es halagador. Una encuesta nacional de El Financiero, publicada el pasado 28 de noviembre, arrojó que la intención de voto a favor del PRI rumbo a las elecciones intermedias de 2021 era 9% y con una tendencia a la baja.
La misma encuesta mostró además que 47% de los mexicanos manifestó que nunca más votaría por ese partido político.
Añoso y desvencijado, el PRI se prepara ya para la próxima elección de su dirigencia nacional. Un proceso que deberá aprovechar para una limpieza a fondo su quiere recuperar lo poco queda de su gloria del pasado.