La más antigua sede del poder político en México revivió hoy al abrir sus puertas al nuevo presidente de México, su equipo de gobierno y los cientos de invitados especiales que despabilaron al viejo y memorioso Palacio Nacional.
Desde allí, todos los días, a partir de la 6 de la mañana, despachará Andrés Manuel López Obrador, quien comenzará sus jornadas diarias con una reunión del gabinete de seguridad seguida de su tradicional conferencia de prensa matutina.
Este edificio de más de 500 años de historia, localizado a un costado de la Plaza de la Constitución, el tradicional Zócalo de la Ciudad de México, aparece hoy rejuvenecido, ajetreado por la fiesta y expectante antes las decisiones que se tomarán entre sus históricos muros vestidos con las obras de la tradición muralista mexicana.
Más de 140 años después de que un presidente lo ocupó como residencia oficial, la Presidencia de México regresa al Palacio Nacional. Un acto sobretodo simbólico, dice el historiador Javier Garcíadiego, miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de El Colegio Nacional.
Los mexicanos "tenemos una especial simpatía por Palacio Nacional", explica. "Yo soy de los que creo que los actos de gobierno deben ocurrir allí, que es el sitio donde se ha concentrado el poder político desde el periodo prehispánico".
Para entender la carga simbólica de Palacio Nacional, que además está flanqueado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación y que alguna vez también fue sede legislativa, hay que recorrer rápidamente su historia y el valor que le concede López Obrador como sede principal de su presidencia.
Allí no sólo despachó como presidente Benito Juárez en el siglo XIX, a quien López Obrador reconoce como "el mejor presidente de México" y quien ha inspirado su política de "austeridad republicana". También es un lugar que representa el corazón mismo del poder político desde la época prehispánica.
Epicentro de la historia política
El origen de este recinto se remonta a la gran Tenochtitlan, sobre un terreno de 4.000 metros cuadrados, levantó el palacio de Moctezuma, su gobernante de 1502 a 1520, hasta la llegada de los españoles que vencieron al más poderoso imperio de la época prehispánica.
Sobre las ruinas del palacio de Moctezuma, el conquistador español Hernán Cortés decidió construir su residencia como símbolo de su triunfo sobre los mexicas. Fue su residencia particular y, tras su muerte, la de su hijo Martín Cortés.
A falta de una sede, el poder virreinal pidió al heredero del conquistador que le vendiera el palacio. A partir de 1562, el lugar fue ocupado por el Rey Felipe II.
Los papeles de esta compra que avala su pertenencia al México actual, se recuperaron hasta el 2012. El Archivo General de Protocolos Notariales de Madrid entregó a la embajada de México en España el acta certificada y autorizada de la escritura de compraventa del edificio.
En 1692 hubo un gran incendio ocasionado por un tumulto de indígenas que reclamaba por la falta de maíz. Tan graves fueron los daños que el gobierno virreinal tuvo que demolerlo y reconstruirlo.
Al proclamarse la Independencia de México, en 1821, el primer presidente Agustín de Iturbide –que se proclamó emperador– convirtió aquella casa de Cortés en Palacio Imperial y el primero en ocuparlo como lugar de residencia fue su sucesor, Guadalupe Victoria, en 1823.
Allí vivieron 6 presidentes antes que Benito Juárez, el presidente liberal que separó la Iglesia del Estado y enfrentó el imperio de Maximiliano de Habsburgo impuesto por los franceses con el apoyo de los conservadores mexicanos.
El círculo de la historia
Juárez es, para López Obrador, el modelo presidencial a seguir y en sus discursos son constantes sus citas y referencias del personaje. "Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho", dice manera repetida al citar a Juárez como garantía de su respeto a la ley y su apego a la legalidad durante su presidencia.
También ha declarado: "Yo me inspiro en Juárez, tengo como ideal ser presidente de la República y seguir el ejemplo de Benito Juárez, de Francisco I. Madero y del general Lázaro Cárdenas del Río. Quiero ser como ellos, quiero ser como el mejor presidente que ha habido en la historia de nuestro país: un indígena zapoteco".
Aquel indígena zapoteco, que llegó a presidente, murió aún en funciones precisamente en Palacio Nacional, donde residieron todavía dos presidentes más: Porfirio Díaz en su primer periodo de gobierno y Manuel González, el último en habitarlo.
Al regresar Porfirio Díaz al poder, dejó el Palacio Nacional como sede de la Secretaría de Hacienda y mudó la casa presidencial al Castillo de Chapultepec –nada menos–, donde habían habitado Maximiliano y Carlota, "emperadores de México".
Al estallar la Revolución en contra de la dictadura de Díaz, en 1910, los presidentes posteriores no hicieron mucho por cambiar de domicilio: Madero, que convocó a la gesta revolucionaria por inspiración democrática, sólo duro poco más de un año en la presidencia (de noviembre de 1911 a febrero de 1913) al ser traicionado y asesinado.
Pero los siguientes 6 presidentes también se quedaron en el Castillo de Chapultepec. Hasta 1934 que el general Lázaro Cárdenas se negó a ocuparlo porque le parecía ostentoso, y pidió otro lugar para vivir como presidente.
Como ahora López Obrador hace con Los Pinos, en aquel momento Cárdenas ordenó que el Castillo de Chapultepec se convirtiera en museo abierto al público, y así permanece hasta ahora.
Palacio Nacional, mientras tanto, recupera hoy para sí el acelerado pulso del poder político de México.
MÁS SOBRE ESTE TEMA:
López Obrador, el presidente que echará el cerrojo a la historia de Los Pinos
Los 10 curiosos cambios en la rutina presidencial que prometió Andrés Manuel López Obrador