El simbólico acto de "toma de protesta" de un presidente en México, que a oídos ajenos suena casi incomprensible, es nada más que la simbólica ceremonia de una promesa que rinde quien asumirá la Presidencia de la República, con 61 palabras que le abren las puertas del poder.
Así lo manda el artículo 87 de la Constitución mexicana, que dicta el breve juramento del nuevo presidente con las siguientes palabras:
"Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande."
Estas palabras son la promesa que rinde el nuevo presidente de cumplir y hacer cumplir la ley, y es el momento culminante de la ceremonia en la que asume el nuevo titular del Poder Ejecutivo federal.
Después, el presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, como representante del Congreso y del Poder Legislativo, que a su vez son los representantes del pueblo, colocará la banda tricolor presidencia, que antes recibió del antecesor.
Así es el breve pero simbólico momento de la "toma de protesta" ante los representantes del pueblo, es decir, los diputados y los senadores, quienes son los encargados de tomar esa declaración al nuevo mandatario.
Al contrario de lo que ocurre en otros países, y por su carácter laico que manda la Constitución, en México el nuevo presidente no recurre a ningún símbolo religioso ante el cual jurar, como ocurre en Estados Unidos, por ejemplo, donde el presidente jura sobre una Biblia.
López Obrador pronunciará las 61 palabras de la Constitución ante los miembros del Congreso para culminar el acto con el que asumirá el poder en México, a las 10:50 en punto.
Después recibirá la Banda Presidencial, que utiliza el presidente cuando toma el cargo y en otras ceremonias oficiales, como la fiesta de la Independencia.
En realidad, se trata de un acto simbólico porque el poder formal cambia en el primer segundo del 1 de diciembre, hora en que los mandos militares entregan el control del país y la fuerza del Estado.
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