El actual presidente de México, Enrique Peña Nieto, expidió un decreto en el que la escritora del siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz, fue declarada como mujer ilustre.
Con base en este decreto, a partir de ahora la poeta nohovispana forma parte de la lista oficial de personajes célebres de la historia de México. Estas figuras eminentes tienen en común el hecho de que suelen estar enterradas en un apartado especial del Panteón Civil de Dolores, al poniente de la capital mexicana.
Este sitio exclusivo es conocido como la Rotonda de las Personas Ilustres y es un lugar que destaca por sus mausoleos imponentes y de particular belleza. El césped cuidado y los detalles refinados de cada una de las tumbas contrastan con las lápidas que se erigen en el resto del cementerio.
Otro de las implicaciones del decreto es que a partir de este momento la Secretaría de Gobernación (Segob) tiene la obligación de organizar los homenajes póstumos y las obras necesarias para conmemorar a la escritora del llamado Siglo de Oro.
¿Quién fue Sor Juana?
Aunque no se sabe con precisión la fecha exacta, los estudiosos de Sor Juana Inés de la Cruz ubicaron su fecha de nacimiento el 12 de noviembre de 1651. Quien después fuera a convertirse en una de las mejores escritoras de México vio la luz en un pueblo llamado San Miguel Nepantla, que actualmente se encuentra ubicado en el territorio del Estado de México, cerca de los límites con el estado de Morelos. Su padre era un militar español y su madre una criolla analfabeta.
Siendo muy pequeña Juana Inés de Ramírez de Asbaje, su nombre real, mostró una inclinación fuera de lo común hacia las letras. Se dice que a los 3 años se metía a la recámara de su hermana mayor, María, para observar las clases particulares que le impartían diferentes maestras. Considerada desde aquel entonces como una niña prodigio, al poco tiempo de tomar esas clases aprendió a leer y escribir.
A los 6 años supo lo que era la Universidad, pero a pesar de su interés natural, en aquel entonces era inconcebible que una mujer pudiera estudiar. Demostrando desde entonces su fuerza de convicción, le pidió a su madre que le cortara las trenzas del cabello y que la vistiera como un niño para pasar desapercibida, pero su plan no la terminó de convencer.
Esto no impidió que la joven Sor Juana inspeccionara la biblioteca de su abuelo en la Hacienda de Panoayan. La leyenda cuenta que ella sola se hacía pruebas para evaluar lo que había aprendido, y que incluso se ponía castigos en caso de no responder correctamente.
En 1659 su familia se trasladó a Ciudad de México y en cuestión de tiempo fue nombrada dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. En la Corte virreinal llamó la atención por su erudición y su fuerte inclinación hacia las cuestiones líricas.
A los 15 años, entonces edad propicia para empezar a ver cuestiones de matrimonio, Sor Juana decidió que quería ser monja por dos razones: para no casarse y, principalmente, para poder seguir estudiando, aunque fuera entre las paredes de un convento. En 1667 ingresó al convento de las Carmelitas descalzas, pero a los cuatro meses los problemas de salud la obligaron a abandonarlo.
Dos años después entró a la Orden de San Jerónimo, donde permaneció el resto de su vida. Los rumores dicen que en su celda tenía una biblioteca con más de 4.000 ejemplares. Durante su etapa adulta defendió el derecho de la mujer a la educación, a pesar de los intentos de algunos obispos que querían alejarla de los terrenos intelectuales.
Los poemas que le dedicó a la virreina María Luisa Gonzaga Manrique, condesa de Paredes, dieron cuenta de una relación entre ambas mujeres que para algunos expertos podría calificarse como "amorosa". Sin embargo, Sor Juana conocía muy bien la naturaleza de los deseos, que al ser alcanzados pierden su esencia. Tal vez por eso siempre se limitó a liberar sus sentimientos únicamente dentro de las esferas del pensamiento.
El 17 de abril de 1695, a las tres 3:00 am, la escritora murió víctima de una enfermedad de la época: el tifus. Se dice que mientras el mal empezó a minarla, ella invirtió sus últimos esfuerzos en ayudar a sus compañeras que también habían contraído la enfermedad.
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