En la Ciudad de México hay un pequeño barrio en el perímetro del Monumento a la Revolución que se ha convertido en refugio de mexicanos deportados de Estados Unidos.
Es la colonia Tabacalera, que ya ha ganado fama como "Little L.A." y donde trabajan, viven y se apoyan los migrantes obligados a volver a México.
Ubicada en la zona centro de la capital mexicana, entre las avenidas Insurgentes y Paseo de la Reforma, la Tabacalera es una vieja colonia levantada a finales del siglo XIX, que despide un melancólico aire porfirista.
Allí, el presidente dictador Porfirio Díaz pretendió construir el Palacio Legislativo de su régimen, pero la Revolución dejó sus planes a medias y de aquella obra que pretendió imponente quedó lo que hoy es el Monumento a la Revolución empotrado en el medio de la Plaza de la República.
El tiempo y el descuido deterioraron su imagen y escondieron su historia. Por ejemplo, en el número 49 de la calle José Emparán vivió dos años Ernesto "Che" Guevara, antes de conocer a Fidel Castro y emprender junto a él la aventura de la Revolución cubana.
Como otros edificios de la zona, el inmueble rejuveneció hace unos años, igual que la colonia, donde hoy se despliegan proyectos inmobiliarios, bares, restaurantes y comercios que albergan historias de mexicanos deportados.
El call center, su oportunidad
Un puesto instalado en la calle de comida Tex Mex (la combinación que nació en los estados fronterizos de México con Estados Unidos) es la primera señal de la transmutación cultural que ocurre en la colonia Tabacalera desde hace unos años.
En esta "Little L.A." el ambiente mezcla de pronto conversaciones en inglés, español y spanglish.
Salen de las voces de jóvenes que andan por las aceras, están apostados en las puertas de edificios o conversan de manera causal frente alguno de los negocios que la comunidad de deportados ha instalado aquí.
La mayoría son empleados de las empresas de call-center, que los aprovechan para sus servicios telefónicos bilingües. Ellos fueron los primeros en "colonizar" esta pequeña isla de refugio, donde conviven cada día aproximadamente 2.000 repatriados que trabajan o viven o ayudan a otros recién llegados.
Edwin Malagón, de 33 años, fue uno de los primeros que llegó a Little L.A. para trabajar en un call center antes de entrar de lleno a la peluquería Alameda, donde "don Pepe", un hombre de 84 años, le abrió las puertas los fines de semana para entrenarse y hacerse de sus clientes.
"La peluquería ya existía aquí y yo sólo le pedí que me permitiera trabajar en mis días de descanso, rentándole la silla". Poco a poco Edwin se ganó la confianza de don Pepe y de su familia, "me ayudaron a integrarme" y ahora "ya soy su socio y me está vendiendo el negocio", dice.
Edwin llegó de Atlanta en 2013, donde vivió desde los 12 o 13 años, "trabajando como lavalozas, en pintura y construcción, cortando la grama (el pasto)". También fue a la escuela, donde aprendió el oficio de "la barbería" que ahora desempeña en México.
En su propia piel sabe que el proceso de adaptación es difícil para quienes vuelven de Estados Unidos. "Los mexicanos –dice– como que no están preparados para aceptar a un migrante".
"Los miran raro porque hablan inglés, porque están tatuados, porque fuman marihuana o escuchan música diferente y les gustan otros deportes". Pero no debería ser así, dice.
Para él, la peluquería de don Pepe ha sido como "una biblioteca" porque allí los clientes, al saber que fue deportado y que había vivido muchos años en Estados Unidos, comenzaban a contarle historias de México. "De esa manera puedes reencontrarte con un poquito de tu país", dice.
Zona de refugio y apoyo
Entre 2015 y 2017 Estados Unidos ha deportado a 594.367 mexicanos que vivían allá sin papeles, de acuerdo con el Instituto Nacional de Migración, que depende de la Secretaría de Gobernación.
Entre enero y julio 2018 han sido repatriados 123.648 mexicanos. De ellos, 8.186 llegaron a la Ciudad de México. Todos mayores de edad y sólo 94 mujeres, según datos oficiales.
En "Little L.A." ellos encuentra apoyo de organizaciones civiles y resguardo, si lo necesitan, en el albergue Casa de los Amigos, que se ubica en el número 32 de la calle Ignacio Mariscal.
Israel Concha es uno de los impulsores de esta nueva comunidad que agrupa "Little L.A.", a través de la organización civil New Comienzos, la cual ofrece asistencia gratuita a los repatriados en busca de empleo, ayuda psicológica o certificación de idiomas, entre otros servicios.
Concha, quien también trabajó en un call center al llegar a la Ciudad de México, quiere que "Little L.A." sea un caso de éxito que se pueda replicar en varias partes del país, porque el barrio y su organización son una especie de terapia para los deportados, afirma.
Desde 2015, New Comienzos ha ayudado a unos 5.000 repatriados, entre mexicanos indocumentados que fueron deportados hasta "dreamers" cansados de vivir en un limbo tras la cancelación del programa DACA por el gobierno de Donald Trump.
Concha vivía en Texas desde niño. Aun indocumentado, allí estudió, montó su propio negocio, se casó y tuvo un hijo. En 2015 fue repatriado luego de cometer una infracción de tránsito, negarse a firmar el acta de deportación y pasar dos años en la cárcel por ese motivo. Del otro lado de la frontera se quedó su familia.
Al llegar a México, afirma, los migrantes deportados no la pasan bien. Unos son secuestrados –como le sucedió a él– o los asaltan cuando van a cobrar las remesas que sus familiares les envían.
Con 200 voluntarios y aportaciones, Concha sostiene los servicios de New Comienzos, que incluye albergue para quienes acaban de llegar y dejaron todo al otro lado del río Bravo.
Para los gustos de "la raza"
La presencia de los mexicanos deportados en la colonia Tabacalera está cambiando incluso el "menú" de comida en locales callejeros que ya incluyen burritos gigantes y hamburguesas "estilo California" con salsa barbecue.
Uriel Esquivel, de 25 años, está al frente de uno de estos locales, que instaló con la ayuda de su familia que vive en México. "Mi papá es el socio mayoritario", explica.
Hace 10 años se fue a Estados Unidos a probar suerte, "en busca de dinero", dice. Viajó sin papeles, cruzó la frontera a manos de polleros y anduvo 5 años como "nómada" persiguiendo y perdiendo trabajos, porque en cualquier momento "te dan las gracias".
En 2015 lo deportaron y desde entonces puso su negocio para "la raza" (paisanos) que vuelve de Estados Unidos. Desde su local apoya la labor de New Comienzos y ellos a su vez lo promueven entre la comunidad migrante y "me mandan reporteros".
Uriel compara, pero no extraña su vida en Estados Unidos. "La verdad, yo me siento mucho mejor aquí en mi tierra, aunque allá son mejores los sueldos, se gana más varo (dinero) y trabajas las horas que tienes que trabajar. Aquí en cambio tienes que esforzarte más, trabajar más y ganar menos". Su sueño ahora es hacer de su local una franquicia.
Aunque sólo estuvo 5 años en Estados Unidos, resume ese sentimiento que identifica a los migrantes deportados. "Sabes lo que es vivir allá", dice.
Hay además señas de identidad que reconocen: cómo hablan, cómo se visten y, sobre todo, su gusto por los tatuajes, que se extienden por diversas partes de su cuerpo.
En "Little L.A." Marco Antonio Ballesteros encontró una oportunidad para desarrollar su talento como tatuador, que por ahora realiza a domicilio, pues está entrampado en un problema legal que no lograr entender y tampoco explicar.
Tiene que ver con papales, o mejor dicho, con la falta de estos para instalar de manera formal un negocio que, hasta donde se entiende, abrió y tuvo que cerrar.
Por eso, por ahora, combina los tatujes con su trabajo en un call center y como voluntario de New Comienzos y Deportados Unidos en la Lucha, que lo han apoyado.
Marco Antonio, de 32 años, dice que le cuesta trabajo aún entender el español porque llegó a Estados Unidos a los 4 años, con su papá, su madrastra y un hermano.
"Estuve 28 años allá", dice. Y cuando lo deportaron, no lo trajeron a la Ciudad de México: lo dejaron en Tijuana, sin dinero, sin papeles y sin conocer a nadie.
Pudo llegar a la capital porque entre varios de los repatriados se ayudaron a juntar dinero para llegar a la case de su familia o de algún amigo.
Desde su experiencia, cualquier lugar podía ser mejor que Tijuana, "donde la policía te detiene por cualquier cosa, te tortura", afirma. Por eso le parece que en la Ciudad de México al menos "sí se respetan las leyes".
Extraña Estados Unidos, como muchos, porque allá se quedó su familia. "Oh, men, me encantaría regresar, pero la verdad soy muy realista y ahorita no creo poder pasar para allá, aunque sí hay un hijo que quiero ver otra vez".
Por ahora Marco Antonio, como los deportados que han hecho de la Tabacalera su refugio, busca en esta "Little L.A." su sueño mexicano.
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