A partir del 1 de diciembre, el mapa del gobierno en México podría cambiar de manera drástica y tal vez no muy efectiva, a decir de los expertos.
Andrés Manuel López Obrador, próximo presidente de México, quiere moverlo todo: desde la casa presidencial hasta las sedes de algunas las secretarías (ministerios) y dependencias que integran el gobierno federal.
De entrada, decidió que no vivirá en Los Pinos, la residencia oficial de los presidentes en México desde 1935.
También tiene planes –no muy concretos– de descentralizar las secretarías de Estado, es decir, sacar su sede de la Ciudad de México, que es asiento legal de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), de acuerdo con el artículo 44 de la Constitución.
Las dos son decisiones que han despertado cuestionamientos. No sólo por lo que implica en términos administrativos, de logística y gasto cambiar el domicilio de toda una estructura de gobierno.
También porque las sedes del poder político en México tienen una carga histórica simbólica que perdería lustre en una mudanza que los historiadores cuestionan y los analistas políticos y económicos consideran poco efectiva y hasta onerosa.
Hay cálculos preliminares que proyectan un gasto de 125.000 millones de pesos para un cambio que será progresivo, por partes, y acordado con los trabajadores, afirma el equipo de López Obrador.
Mientras ocurre o no el cambio de una buena parte del gobierno federal, que integran 18 secretaría de Estado, 299 dependencias y más de 2 millones de empleados públicos, los mexicanos se preparan para conocer la primera mudanza de su próximo presidente, que no tendrá como destino Los Pinos.
Adiós a Los Pinos
Por primera vez los mexicanos todavía no saben dónde vivirá su próximo presidente. Andrés Manuel López Obrador, quien asumirá el poder a partir del primero de diciembre próximo, no ocupará la casa presidencial de Los Pinos y, de hecho, la desalojará como la residencia oficial para convertirla en un centro de cultura abierto al público.
"Vamos a rentar una casa más cercana al Palacio Nacional, pero no van a ser Los Pinos. Vamos a vivir como viven todas las familias de México, no vamos a vivir con lujos", dijo en distintos mítines durante esta campaña.
Esta no es una decisión súbita, porque ya la había planteado desde campañas anteriores. Sin embargo, "sí llama la atención", dice Javier Garcíadiego, miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de El Colegio Nacional, y uno de los historiadores más reconocidos en México.
"Andrés Manuel es un político muy apegado a la historia nacional y Los Pinos tiene una enorme carga histórica y simbólica", dice. "Me sorprende la decisión porque él se identifica y simpatiza mucho con Lázaro Cárdenas, quien la construyó como residencia oficial y la bautizó (en 1935)".
El lugar además es simbólico no sólo como residencia del Presidente. También la zona ha sido escenario de importantes episodios en la historia de México, explica Garcíadiego.
En sus inmediaciones, por ejemplo, ocurrió la conocida batalla de Molino del Rey, de 1847, durante la guerra de intervención de Estados Unidos, en la que México perdió la mitad del territorio.
El historiador además considera que el cambio de residencia desluce la investidura presidencial. "Son símbolos y aspectos históricos que no se deben perder", dice. "Con todo respeto, creo que se está equivocando en ese punto".
La vuelta a Palacio Nacional
Pero la decisión de López Obrador parece ya inamovible. Él, que actualmente vive en una casa ubicada en conjunto habitacional de la delegación Tlalpan, en el sur de la Ciudad de México, ha dicho que rentará algún lugar cercano al Centro Histórico, donde se encuentra el Palacio Nacional.
Desde allí despachará todos los días, a partir de la 6 de la mañana, con la reunión del gabinete de seguridad.
Esta decisión es sobre todo simbólica, dice Garcíadiego, y seguramente será bien recibida por los ciudadanos, "que tenemos una especial simpatía por Palacio Nacional", explica Garcíadiego.
"Yo soy de los que creo que los actos de gobierno deben ocurrir allí, que es el sitio donde se ha concentrado el poder político desde el periodo prehispánico, y que Los Pinos sea la residencia donde pernocta el presidente", dice.
En ese lugar, donde los españoles levantaron la casa virreinal de Hernán Cortés, estaba el Palacio de Moctezuma Xocoyotzin, emperador azteca vencido por los españoles.
Al proclamarse la Independencia de México, en 1821, el primer presidente, Agustín de Iturbide –que se proclamó después emperador–, convirtió aquella casa de Cortés en Palacio Imperial y el primero en ocuparlo como lugar de residencia fue su sucesor, Guadalupe Victoria, en 1823.
Allí vivieron 6 mandatarios antes de que llegara al poder Benito Juárez, el presidente liberal del siglo XIX que separó la Iglesia del Estado y enfrentó el imperio de Maximiliano de Habsburgo impuesto por los franceses con el apoyo de los conservadores mexicanos.
López Obrador reconoce a Juárez como "el mejor presidente de México" y es su inspiración en la política de "austeridad republicana" que proclama.
En sus discursos son constantes sus citas y referencias del personaje: "Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho", dice López Obrador manera repetida al citar a Juárez como garantía de su respeto a la ley.
También ha declarado: "Yo me inspiro en Juárez, tengo como ideal ser presidente de la República y seguir el ejemplo de Benito Juárez, de Francisco I. Madero y del general Lázaro Cárdenas del Río. Quiero ser como ellos, quiero ser como el mejor presidente que ha habido en la historia de nuestro país: un indígena zapoteco".
Aquel indígena zapoteco que llegó a presidente es Juárez, quien murió aún en funciones precisamente en Palacio Nacional, donde residieron todavía dos presidentes más: Porfirio Díaz en su primer periodo de gobierno y Manuel González, el último en habitarlo.
Al regresar Profirio Díaz al poder, dejó el Palacio Nacional como sede de la Secretaría de Hacienda y mudó la casa presidencial al Castillo de Chaputepec –nada menos–, donde habían habitado Maximiliano y Carlota, "emperadores de México".
Al estallar la Revolución en contra de la dictadura de Díaz, en 1910, los presidentes posteriores no hicieron mucho por salir del Castillo de Chapultepec.
Madero, que convocó a la gesta revolucionaria por motivos democráticos ("Sufragio efectivo, no reelección" fue su lema), sólo duro poco más de un año en la presidencia (de noviembre de 1911 a febrero de 1913) al ser traicionado y asesinado. Pero los siguientes 6 presidentes también se quedaron en el Castillo de Chapultepec. Hasta 1934 que el general Lázaro Cárdenas se negó a ocuparlo porque le parecía ostentoso, y pidió otro lugar para vivir como presidente.
Como ahora López Obrador pretende hacer con Los Pinos, en aquel momento Cárdenas ordenó que el Castillo de Chapultepec se convirtiera en museo abierto al público, y así permanece hasta ahora.
"La ostentosa residencia"
Cuando Cárdenas decidió cambiar de lugar la casa presidencial, el gobierno mexicano ya tenía la propiedad de un rancho conocido como "Las Hormigas", que el presidente Venustiano Carranza expropió en 1916 para convertirlo en una sede de gobierno. O mejor dicho, en la casa de funcionarios de confianza.
Allí vivieron dos secretarios de Guerra y Marina (Alvaro Obregón –antes de ser presidente– y Joaquín Amaro), un secretario de Gobernación (Plutarco Elías Calles, quien después ocupó la Presidencia) y un jefe del Estado Mayor Presidencial (Manuel Pérez Treviño).
Al presidente Cárdenas le gustó el lugar porque le recordaba el rancho de Tacámbaro, en Michoacán, donde había conocido a su esposa, Amalia Solórzano. Pero consideró que el nombre de "Las Hormigas" no era apropiado para la investidura presidencial y lo cambió por Los Pinos.
Luego de la remodelación, en 1935, el general se trasladó a vivir allí con su esposa y su hijo Cuauhtémoc (el mismo que fue dos veces candidato a la Presidencia).
Desde entonces ha sido la residencia oficial de los siguiente 13 presidentes de México, quienes le han agregado construcciones, modificado sus interiores, reconstruido y remodelado a su gusto para pasar allí los seis años de gobierno.
La residencia de Los Pinos está asentada sobre una superficie de 56.000 metros cuadrados –14 veces más grande que el terreno que ocupa la Casa Blanca en Washington–, y tiene un valor comercial de aproximadamente 1.800 millones de pesos, según el último cálculo que elaboró en 2014 la consultora inmobiliaria Lamundi.
Hoy sus días están contados. Por los mismos motivos que Cárdenas echó llave al Castillo de Chapultepec, López Obrador ha decidido cambiar de casa durante su presidencia y convertir Los Pinos en un centro cultural, aunque todavía no hay proyecto definido.
Alejandra Frausto, designada como próxima secretaria de Cultural, ha declarado que la vocación del lugar la decidirán los propios mexicanos, quienes enviaron sus propuestas a la página de internet www.lospinosparatodos.org, abierta hasta el 30 de junio.
"Se trata de resignificar los espacios de poder, así se hacen las historias en una nación", dijo la próximo funcionaria federal a la prensa.
Pero al doctor Garcíadiego, como historiador, la decisión no lo convence. Considera que si López Obrador quiere "desacralizar" Los Pinos puede hacer lo que muchos gobiernos en el mundo: que abren las casas presidenciales a la visita pública en horarios definidos, como en la Casa Rosada, de Argentina, o la Casa Blanca, en Estados Unidos.
"Yo, sin lugar a dudas, recomendaría que permaneciera en Los Pinos, porque es una residencia que nosotros los mexicanos identificamos con el gobierno posrevolucionario y de ninguna manera con un gobierno conservador", dice Garcíadiego.
Además, "si Andrés Manuel está proponiéndose como la cuarta transformación de la historia nacional para eso hay que ser parte de la historia y yo veo aquí una ruptura innecesaria con nuestro pasado histórico", dice. Por eso, "ojalá reconsidere".
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