Había dos países que la periodista italiana Oriana Fallaci prometió nunca volver a pisar en su vida: Grecia y México.
Ella estuvo en este país en 1968, atraída por el movimiento estudiantil que ese año sacudía hasta los cimientos la vida política nacional. Comenzó en julio de ese año con un pleito entre escuelas, en el que intervino la policía de manera muy violenta. La represión fue el engrudo que unió a los estudiantes, quienes se organizaron para enfrentar al gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
En octubre de ese año, y a 10 días de que comenzara la Olimpiada en México, en las calles había 200.000 estudiantes de universidades públicas y algunas privadas en paro y manifestándose. Estaban representados por un Consejo Nacional de Huelga que exigía, entre otras demandas, diálogo con el gobierno y libertad para los presos políticos, entre ellos estudiantes y maestros del movimiento. Como respuesta, el gobierno recurrió a la fuerza del ejército, que irrumpió y ocupó instituciones de educación superior como el campus de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional.
"Tuve contacto con los líderes del Consejo Nacional de Huelga porque el movimiento es lo más interesante que sucede ahora en su país. Los estudiantes me hablaron el viernes a mi hotel y me dijeron que habría un gran mitin en la Plaza de las Tres Culturas el miércoles 2 de octubre a las cinco de la tarde", narró Fallaci a la periodista Elena Poniatowska en el libro La Noche de Tlatelolco.
"Desde que llegué a México me llamó la atención la lucha de los estudiantes contra la represión policíaca. Me asombran también las noticias en sus periódicos. ¡Qué malos son sus periódicos, qué timoratos, qué poca capacidad de indignación! ¡Qué Olimpiadas ni qué nada!", dijo.
Fallaci estuvo con los estudiantes aquella trágica tarde del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Allí llegó el ejército, la policía y un grupo paramilitar conocido como el Batallón Olimpia. A las 6.10 de la tarde, luces de bengala verdes y rojas inflamaron el cielo y comenzaron los disparos contra los estudiantes, cercados por los militares. Durante media hora sonaron las armas. Nadie sabe con precisión cuántos jóvenes murieron aquella noche en Tlatelolco, donde hubo decenas de detenidos y heridos, entre ellos, Oriana Fallaci. Una bala la alcanzó cuando estaba en el edificio "Chiahuahua" con los líderes del movimiento.
La periodista italiana escribió acerca de esa noche en su libro "Nada y así sea", de 1969. Allí mencionó a un "tipo del Conservatorio que puse a salvo hasta el hospital". Su nombre es Manuel Gómez Muñoz, estudiaba por entonces canto lírico y era el representante del Conservatorio Nacional ante el Consejo Nacional de Huelga. Fallaci lo acusó de haberla denunciado "como comunista y agitadora".
Gómez Muñoz nunca pudo aclarar con ella esa versión. "Muchas veces le escribí, intenté llamarle y nunca respondió", le dijo a Infobae en una entrevista al narrar su versión de cómo ocurrieron los hechos aquella noche que le salvó la vida a Oriana Fallaci.
Esta es su historia en primera persona:
A Oriana Fallaci la conocí en el edificio Chihuhua, la tarde del 2 de octubre. Me llamó la atención aquella mujer rubia que hablaba un español macarrónico y comencé a hablar con ella en italiano. Yo era cantante (de ópera) y había estudiado letras italianas, de modo que conocía el idioma.
Ya comenzado el mitin, ella me preguntó si teníamos el apoyo de los obreros y le mostré un contingente de ferrocarrileros que en ese momento iba llegando a la Plaza de la Tres Culturas –llamaron la atención porque traían a músicos que tocaban La Rielera (un corrido revolucionario).
En cierto momento irrumpió en la terraza el Batallón Olimpia con un guante blanco en la mano izquierda, encabezados por un hombre que lo primero que hizo fue descargar la pistola hacía la plaza –probablemente aquellos fueron los primero disparos–. El ejército contestó y disparó hacia el balcón, a los sujetos de guante que no sabíamos entonces quiénes eran. De la manera más cobarde se parapetaron en el antepecho del balcón, en el barandal, y comenzaron a gritar "¡Batallón Olimpia, no disparen!"
A la gente que estaba junto al barandal la arrojaron hacía la pared opuesta, hacia las puertas de los elevadores, y lo mismo hicieron con Fallaci: la jalaron de los cabellos y la arrojaron al piso hacia el sitio donde caían las balas que rebotaban en el techo, porque el ángulo no permitía que dispararan directamente hacia nosotros.
Yo estuve sobre ella un tiempo, no sé cuánto, y después nos ordenaron que nos arrastráramos. El piso estaba totalmente anegado, porque las balas habían perforado todas las tuberías del edificio. Yo gritaba que ella era una periodista italiana, que era extranjera, y no les importó. El tipo que disparó hacia la plaza inicialmente, también disparó en torno nuestro y nos decía: "¡Querían su guerrita, cabrones, pues ahí la tienen!" El estruendo era indescriptible, inenarrable.
Cuando nos obligaron a arrastrarnos, yo me mantuve junto a Oriana, que en ese momento recibió dos tiros. Lo primero que me preguntó fue si le habían dado en los riñones porque, de ser así, estaba acabada. No pude saberlo, sólo vi que tenía dos tiros. Herida ella, nos obligaron a bajar por unas escaleras a un departamento que ya habían tomado. La bajaron arrastrando y le robaron todo lo que traía con ella. Estuvimos ahí mucho tiempo y en algún momento ella me dijo: "Tómame de la mano y no te separes de mí, di que eres mi traductor".
Finalmente llegó una camilla que portaban unos soldados. No me dejaban pasar con ella a la ambulancia, pero no me soltó y conseguí acompañarla a la Cruz Verde. En el camino me hizo algunos encargos, entre ellos, comunicarme con algunos de los periódicos en los que escribía. Hasta que llegamos al hospital Rubén Leñero.
Oriana Fallaci me sacó de Tlatelolco, pero no podía sacarme del hospital, que estaba cercado de policías. No me aprehendieron de inmediato porque en el momento en que se la llevaron a urgencias, los cerdos sólo pudieron fijarse en que se le veía todo, es decir, llevaba la ropa descompuesta. Los malditos corrieron a ver qué le veían y pocos se quedaron en torno a la ambulancia.
Mi única posibilidad para escapar y ayudarla era hacerme pasar por extranjero. Pregunté por un teléfono y me indicaron sin atreverse a hacer nada conmigo. Yo no traía monedas y comencé a pedir porque necesitaba hacer las llamadas. Primero llamé a información, para que me diera el teléfono del embajador de Italia, pero la operadora no me lo quiso dar si no le daba mi nombre. Me dio otro número telefónico, en el que alguien me contestó en italiano. No sabía quién era, pero le dije que la periodista Oriana Fallaci estaba herida en el hospital de la Cruz Verde. Y ¿sabe qué me contestó? Yo no me ocupo de cuesta cosa. ¿Por qué? Porque el personal de la embajada italiana era de la democracia cristiana, reaccionarios y de derecha. Y a Oriana la identificaban más cerca de la izquierda. Al final me dieron el teléfono del médico de la embajada. Era mi última llamada, porque no traía ya más monedas. Alcancé a gritar lo mismo: que Oriana Fallaci estaba herida.
En ese momento, de una puerta que estaba frente al teléfono, salió una mujer que era la agente del Ministerio Público y gritó: "¡Agárrenlo, pendejos!" Ya no pude ni colgar el teléfono, me metieron en la oficina y estuve detenido ahí porque no sabían qué hacer conmigo. Yo era traductor del Instituto Italiano de Cultura de la Embajada de Italia, me conocían los funcionarios de ese instituto porque habían sido maestros míos en la Facultad de Filosofía, cuando estudiaba Letras Italianas, antes de entrar al Conservatorio.
Después me llevaron a la policía judicial, querían que declarara que los estudiantes habían iniciado el tiroteo y que Oriana Fallaci era una agitadora y comunista. Pero si yo decía verde, el secretario escribía rojo. Escribía lo que le daba la gana y yo le sacaba el papel de la máquina de escribir. En fin, me regañaron y del hospital Rubén Leñero me llevaron a la Policía Judicial, en la calle Héroes de la colonia Doctores. Allí estuve uno o dos días hasta que me soltaron. Sin embargo, a los pocos días me volvieron a aprehender, muy cerca de mi casa. Me dio muchísimo miedo porque creí que había caído en manos de la Dirección Federal de Seguridad, (la temible policía política que operó en México durante décadas). Ya sabíamos que caer en esas manos, era campo militar seguro.
Resultó que estábamos en la Policía Judicial, donde el director de Relaciones Públicas era tío de una compañera del Conservatorio. Probablemente fuimos identificados como bichos no peligrosos o qué se yo, pero pude irme a provincia, a casa de unos tíos. Estaba totalmente enloquecido, no podía salir a la calle porque tenía delirio de persecución, no dormía. La verdad, creo que todos quedamos sumamente alterados hasta la fecha.
Oriana Fallaci nunca supo lo que ocurrió en las horas posteriores a su ingreso al hospital ni lo que hizo por ella Manuel Gómez Muñoz (cuyo nombre ni siquiera menciona Fallaci en su libro).
"El Comité del 68 quiso comunicarse con ella, pero nunca admitió ningún tipo de correspondencia ni entrevista con nosotros. Queríamos comunicarnos con ella para agradecerle que hubiera dado a conocer todo lo que sucedió el 2 de octubre en Tlatelolco, y yo para aclararle que no la había denunciado".
El caso de Fallaci tensó a tal punto las relaciones diplomáticas entre Italia y México, que previo a las Olimpiadas de aquel año, el embajador se negó a inaugurar la exposición "El deporte en el arte clásico", que era la contribución cultural italiana para las Olimpiadas.
A Fallaci nunca se le disolvió el rencor contra México, donde presenció lo que llamó: "la matanza de Herodes".
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