Nada hay más difícil que convencer a un niño de que vaya al doctor, esto lo sabe Sergio Gallegos Castorena, oncólogo del área de pediatría del hospital público Juan I Menchaca de la ciudad de Guadajara, en Jalisco. Pero él puede presumir que ha vencido esa resistencia e incluso que sus pacientes esperan con ansia el día de su consulta.
Hace 14 años, Gallegos Castorena decidió no dar su consulta vestido de riguroso blanco, como todos los doctores, sino que cada día es una persona diferente: a veces es superhéroe, otras príncipe, algunas más el llamado "Charro negro" mexicano.
Reconoce que ahora es casi una moda que quienes atienden a niños en las diferentes especialidades usen disfraces, pero en el caso de los menores enfermos de cáncer, asegura que tiene un significado distinto.
"Están de mucho mejor humor y más colaborativos a pesar de que saben que muchas veces se les va a aplicar una quimioterapia muy agresiva. El estar bien, alegres, contentos les baja el dolor, angustia y ansiedad que les provocan estos tratamientos; mejora sus defensas y, por otro lado, confían en mí a la hora de decirme si algo les duele o les molesta", expresó a Infobae.
Gallegos Castorena es sobreviviente de cáncer infantil, recibió tratamiento en Estados Unidos y recuerda que el ambiente en el hospital donde estaba internado era diferente cuando los doctores llegaban disfrazados en días especiales. Por ello, desde que era estudiante de medicina adoptó como costumbre ir a los hospitales a dar un momento de alegría a los niños enfermos.
Aunque en su guardarropa tiene más de 45 disfraces, están los que son clásicos: el de príncipe, que le gusta mucho a las niñas; el Pizzero, que siempre llega con pizza lista para calentar y hacer creer a los pequeños que están cocinando; está también "El Charro Negro", el tradicional personaje mexicano que juega carreritas con un caballo de palo, y los niños que le ganen la carrera se quedan con el juguete. El Chavo del 8 y el Chapulín Colorado son otros de los que no faltan en el repertorio. Los superhéroes también son populares.
"La idea es que los niños piensen en la consulta como un momento extraordinario o lleno de magia", reiteró.
Cuando se le preguntó sobre alguna anécdota en particular que tenga con alguno de sus pequeños pacientes, expresó que son muchas, pero hubo una que lo enterneció demasiado: "Cuando uno de los niños iba al kínder por primer vez, la mamá le puso en la lonchera (la maletita de la comida) una foto de la familia para que cuando sintiera miedo, la viera y le diera seguridad. Pero cuando la mamá limpió la lonchera, encontró también una foto donde está conmigo y estamos disfrazados los dos, y eso es algo muy bonito para mí, porque ya no te ven como el personaje que les da cosas que saben mal o que los pica, sino como alguien que si tienen miedo, les da confianza, y eso es muy valioso para mí".
Recuerda que en una convención de oncólogos también se acercaron a él varios colegas ya de avanzada edad para preguntarle cómo se perdía la vergüenza de salir disfrazado como niño, lo que le dio risa pero al mismo tiempo gusto, porque indica que cada vez hay más especialistas dispuestos a hacer sentir mejor a sus pacientes.
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