En el siglo XX, la caza industrial de ballenas llevó a la humanidad a exterminar casi tres millones de estos mamíferos marinos, reduciendo un 99% de su población global. Este exterminio masivo no solo diezmó a las ballenas, sino que también desmanteló un mecanismo esencial para la salud de los océanos: el transporte de nutrientes a través de las redes alimentarias marinas, creando una “deuda ecológica” que aún persiste, como destaca en un amplio informe sobre el tema Hakai Magazine.
Estos animales juegan un rol vital en la productividad oceánica, al liberar nutrientes clave mediante sus excrementos, lo cual contribuye al equilibrio de los ecosistemas marinos.
Según David King, químico de la Universidad de Cambridge, las ballenas se alimentan en las profundidades del océano, donde la presión es extrema, pero deben ascender a la superficie para liberar sus desechos. Este proceso natural aporta nutrientes como hierro, nitrógeno y fósforo a zonas oceánicas donde estos elementos son escasos.
En contacto con la luz solar, las heces de ballena generan un fenómeno ecológico único: el crecimiento explosivo de fitoplancton, la base de las cadenas alimenticias marinas, que transforma vastas áreas del océano en zonas ricas en vida.
La bióloga marina Heidi Pearson explica a Hakai Magazine que estas heces contienen hasta siete veces más nutrientes que el agua de mar, lo que aumenta la productividad del océano y favorece el crecimiento de fitoplancton. Además de ser fundamental para otras especies marinas, tiene un rol clave en la lucha contra el cambio climático al absorber anualmente alrededor de 22 megatoneladas de dióxido de carbono. Sin embargo, la disminución de las poblaciones de ballenas ha reducido este proceso, disminuyendo la capacidad de los océanos para capturar carbono y restaurar su equilibrio ecológico.
Proyectos pioneros
Ante esta crisis ecológica, proyectos como el liderado por Edwina Tanner y su equipo en la Fundación WhaleX surgieron con una propuesta innovadora: crear excrementos sintéticos de ballena. Estos excrementos artificiales podrían restaurar la productividad oceánica y ayudar en la captura de grandes cantidades de carbono, replicando el proceso biológico esencial que las ballenas realizaban al liberar nutrientes clave como nitrógeno, fósforo y hierro a la superficie del océano.
En diciembre de 2021, WhaleX realizó un experimento inicial liberando 300 litros de esta mezcla de nutrientes en el mar de Tasmania. Aunque el experimento mostró el potencial de la propuesta, también reveló desafíos técnicos, como la dificultad para medir el impacto del fitoplancton.
En respuesta, el equipo desarrolló los biopods, cilindros de cinco metros que permiten una dispersión más controlada y precisa de los nutrientes, favoreciendo el crecimiento del fitoplancton antes de liberarlo al océano.
La nueva técnica, que también permitirá medir la captura de carbono con mayor exactitud, será puesta a prueba en 2025 con la liberación de cinco columnas de heces sintéticas en el mar de Tasmania.
No obstante, WhaleX no es la única iniciativa que busca restaurar los ecosistemas oceánicos. El proyecto Marine Biomass Regeneration, dirigido por el mencionado King, propone una solución diferente: la dispersión de polvo rico en nutrientes, combinado con cáscaras de arroz horneadas, que mantiene los nutrientes cerca de la superficie del océano durante más tiempo.
Además, el químico planea utilizar polvo extraído de fuentes naturales como la erupción del volcán Hunga Tonga-Hunga Ha’apai en 2022, que produjo depósitos ricos en minerales ideales para estimular el crecimiento de fitoplancton.
Ambos proyectos comparten un objetivo común: restaurar el equilibrio ecológico y contrarrestar los efectos del cambio climático, pero Tanner subraya que su enfoque es más holístico, pues no solo busca capturar carbono, sino también restaurar ecosistemas y mejorar la pesca.
Obstáculos regulatorios y públicos
A pesar de que ambos proyectos representan soluciones prometedoras, se enfrentan a serios desafíos legales y éticos que podrían limitar su expansión. La manipulación de los océanos a gran escala está regulada por estrictas normativas internacionales, y la liberación de sustancias como las heces sintéticas de ballena plantea preocupaciones sobre sus posibles efectos negativos en los ecosistemas marinos.
En particular, la Convención de Londres, que regula lo que puede ser vertido al mar, prohíbe actualmente el vertido de estos materiales en grandes cantidades, lo que complica la expansión de los proyectos fuera de aguas territoriales como las de Australia.
King reconoce que uno de los mayores obstáculos para la expansión internacional de su proyecto es la necesidad de realizar estudios exhaustivos que garanticen que el polvo nutritivo no cause alteraciones irreversibles en los hábitats marinos.
Subraya que es fundamental analizar las respuestas ecológicas desde la superficie hasta el fondo del océano antes de aplicar estas tecnologías a gran escala. Esta precaución refleja la incertidumbre sobre los efectos a largo plazo de la fertilización artificial y los cambios en la química marina que estos métodos podrían provocar.
Otro obstáculo importante es la percepción pública de la geoingeniería marina. Aunque los avances en fertilización oceánica están ganando aceptación, el concepto de geoingeniería sigue siendo sensible.
Tanner señala que el término “geoingeniería” se asocia con temores sobre consecuencias imprevistas, como floraciones de algas nocivas que podrían dañar los ecosistemas. A pesar de ello, confía en que, con el tiempo, la aceptación de estos métodos aumentará, ya que se ha demostrado que son menos invasivos que otros enfoques de geoingeniería.
A pesar de los desafíos legales, éticos y públicos, los científicos de ambos proyectos insisten en la importancia de continuar explorando estas soluciones innovadoras. Pearson, que no participa directamente en los proyectos, resalta que, aunque las propuestas tienen un gran potencial, aún existen muchas incógnitas sobre cómo los nutrientes artificiales afectan el ecosistema profundo y su papel en el secuestro de carbono.
Sin embargo, tanto ella como los investigadores de WhaleX y Marine Biomass Regeneration coinciden en que restaurar el equilibrio perdido de los océanos y mitigar el cambio climático es un objetivo crucial, que, aunque desafiante, debe seguir siendo perseguido.
Innovación
El objetivo final de los proyectos como WhaleX y Marine Biomass Regeneration es ambicioso: restaurar ecosistemas oceánicos y capturar enormes cantidades de dióxido de carbono para mitigar el cambio climático.
WhaleX, por ejemplo, tiene la meta de aplicar sus heces sintéticas en 300 zonas oceánicas deficientes en nutrientes, también conocidas como “desiertos oceánicos”, con el fin de eliminar hasta 1.500 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año. Esto podría tener un impacto significativo en la reducción de las concentraciones de carbono atmosférico, esencial para frenar el calentamiento global.
Por su parte, Marine Biomass Regeneration tienen planes de probar la fertilización con polvo nutritivo en áreas como Tonga y Tuvalu, donde las poblaciones de peces están declinando. King espera que, si las pruebas son exitosas, puedan devolver la salud a los océanos en un período de 40 a 50 años, restableciendo las poblaciones de peces y mamíferos marinos a niveles cercanos a los de hace 400 años.
El futuro incierto de la fertilización oceánica
A pesar de los avances prometedores en los proyectos de fertilización oceánica, los científicos advierten que aún existen muchas incógnitas que deben resolverse antes de aplicar estas técnicas a gran escala. Pearson señala que se deben estudiar cuidadosamente los efectos ecológicos a largo plazo.
La incertidumbre sobre la cantidad de nutrientes que realmente llegan a la cadena alimentaria y cómo afectan las profundidades oceánicas sigue siendo una preocupación central.
Además, Joe Roman, biólogo conservacionista, subraya que la fertilización de los océanos podría alterar la química de las aguas profundas, lo que podría desencadenar efectos imprevistos en los ecosistemas marinos. Estos riesgos ecológicos hacen que los expertos aboguen por una implementación gradual, acompañada de rigurosos estudios de monitoreo.
En este contexto, la expansión de estos proyectos no solo depende de su viabilidad científica, sino también de superar desafíos regulatorios y obtener el apoyo global necesario. La clave será demostrar que estos métodos son efectivos y seguros para los ecosistemas marinos antes de su adopción a gran escala.
Como concluye Pearson, “cada pequeña contribución ayuda”, y si bien el camino es incierto, las investigaciones sobre geoingeniería marina continúan siendo una vía prometedora para combatir los efectos del cambio climático, siempre que se gestionen con responsabilidad y prudencia.