En las aguas del Océano Pacífico Norte, un enemigo inesperado amenaza la supervivencia de las orcas residentes: el ruido del tráfico marítimo. Las imponentes criaturas que dependen de la ecolocalización para cazar salmones, enfrentan crecientes dificultades debido al incesante zumbido de motores y hélices que ocultan a su presa favorita bajo un velo de ruido submarino. Un reciente estudio publicado en Global Change Biology y liderado por la conservacionista Jennifer Tennessen de la Universidad de Washington, reveló cómo el bullicio oceánico afecta directamente en la capacidad de las orcas para alimentarse, acentuando los riesgos para poblaciones que ya se encuentran en peligro crítico.
La ecolocalización que resulta una herramienta vital de las orcas al momento de rastrear presas, se convierte en un recurso limitado cuando el ruido del tránsito marítimo interfiere con los ecos que retornan a los cetáceos. Según la investigadora Tennessen, el aumento de cada decibelio en los niveles de ruido incrementa un 4% el tiempo que los mamíferos marinos le dedican a buscar alimento y reduce en un 12,5% las probabilidades de capturar algún pez. Este fenómeno afecta la eficiencia de caza y consecuentemente exacerba los problemas de salud y reproducción en estas poblaciones.
El estudio también identificó diferencias entre géneros en la respuesta al ruido. Mientras que los machos persisten en sus intentos de caza, incluso con menores tasas de éxito, las hembras tienden a abandonar las persecuciones cuando se hallan en entornos ruidosos, una decisión que podría estar ligada a las responsabilidades como el cuidado de las crías. Aunque este comportamiento sea estratégico en condiciones normales, se convierte en una desventaja en hábitats constantemente estruendosos en zonas como el Mar de Salish, donde el tráfico de barcos es incesante y las orcas no tienen oportunidad de encontrar momentos de relativa calma para cazar con éxito.
“La diferencia en el comportamiento de las hembras es alarmante”, destacó Tennessen en diálogo con National Geographic, subrayando que históricamente estas desempeñan un rol clave en la provisión de alimento dentro de sus grupos. La alteración en sus patrones de caza compromete la recuperación de la especie, ya que las orcas que no obtienen suficiente alimento enfrentan riesgos como el retraso reproductivo y la incapacidad para alimentar a sus crías.
Fuentes de ruido y sus consecuencias
El creciente bullicio en los océanos, derivado principalmente de la actividad humana, se convirtió en un obstáculo significativo para el desarrollo de las orcas residentes. Barcos comerciales, perforaciones y otras operaciones marítimas generan una contaminación acústica que afecta tanto a la ecolocalización de los cetáceos como su capacidad de comunicación y coordinación dentro de los grupos.
Entre las principales fuentes de ruido se encuentran las hélices de los barcos, que producen un fenómeno conocido como cavitación. Este proceso genera burbujas en la estela de las hélices que al colapsar emiten un ruido de baja frecuencia que interfiere directamente con los rangos utilizados por las orcas para detectar presas. De acuerdo al equipo de investigadores, el diseño, tamaño y velocidad con que se trasladan las embarcaciones determinan la intensidad del ruido generado. Las naves más rápidas producen un estruendo más fuerte por la cantidad de burbujas generadas.
Los niveles de ruido no provienen exclusivamente de fuentes humanas. Factores naturales como lluvias intensas o el deshielo polar también contribuyen al fondo acústico oceánico, siendo factores que complejizan aún más la situación para estos mamíferos. Sin embargo, el impacto acumulativo del ruido antropogénico representa la mayor amenaza para el espécimen marino. El efecto del ruido enmascarante impide que las orcas puedan localizar a sus presas. “Es como si los salmones tuvieran una capa de invisibilidad,” comentó Tennessen. Este efecto disminuye las cazas y aumenta el gasto energético necesario para cada intento fallido que posteriormente afecta la salud general de los animales.
Con una combinación de ruido natural y humano superando regularmente los 100 decibelios en el hábitat de las orcas residentes del sur, el impacto acumulativo de esta contaminación acústica representa una amenaza que exige atención inmediata. Las investigaciones sugieren que las medidas correctivas, como el control de velocidad de los barcos y la mejora en el diseño de hélices podrían ayudar a reducir esta presión.
Hacia un océano más silencioso
Frente a la preocupación generada por el bullicio marítimo y sus influencias sobre las orcas, algunas iniciativas emergen como destellos de esperanza. Innovaciones tecnológicas como las hélices desarrolladas por Sharrow Marine, prometen reducir considerablemente el ruido submarino al tiempo que mejoran la eficiencia energética de los barcos. Algunas hélices que originalmente fueron diseñadas para drones, podrían ser un punto de inflexión en la lucha contra la contaminación acústica.
Ciertas regulaciones locales están comenzando a marcar la diferencia. En Washington se establecieron límites de velocidad y distancias mínimas entre barcos y orcas, con una normativa más estricta que entrará en vigor a partir del 2025. Mientras tanto otros programas voluntarios como Quiet Sound y esfuerzos liderados por la Autoridad Portuaria de Vancouver ya han conseguido reducciones significativas en los niveles de ruido, demostrando que el cambio es posible.
Los expertos coinciden en que estas acciones deben ampliarse y coordinarse a nivel internacional. A propósito de esto, la especialista Tennessen afirmó: “El ruido marítimo es un problema crónico, pero quizás más fácil de solucionar que otros desafíos como la restauración en poblaciones de salmones”. La combinación entre tecnologías innovadoras, políticas estrictas y cooperación global ofrece una ruta para garantizar que las aguas del Pacífico vuelvan a ser un hogar propicio para estas icónicas especies.