A los 60 años, Peter Wohlleben se define a sí mismo como activista medioambiental y defensor de los árboles, un título que, afirma, refleja mejor su misión actual que su formación como guardabosques. “Ya no gestiono bosques. No tengo tiempo”, comentó durante una conferencia por zoom, en una entrevista con El País, desde su hogar en Hümmel, un pequeño pueblo alemán cerca de Colonia. Allí, en 2014, fundó una academia forestal en la cercana localidad de Wershofen, con el objetivo de enseñar a comprender los misterios y la compleja naturaleza de los bosques.
Este espacio educativo se convirtió en el centro de su vida: simboliza “mi segunda vida”, aclara, tras más de dos décadas dedicado a la silvicultura (la disciplina que trata sobre la gestión de los bosques o montes forestales) al servicio del Gobierno de Renania-Palatinado, uno de los 16 estados federados de Alemania.
Wohlleben empezó su carrera en 1987. Pronto comenzó a cuestionar los métodos tradicionales, basados en la tala masiva de árboles centenarios y en la replantación de especies comerciales como los pinos. Finalmente, en 2006, renunció a su cargo, iniciando una etapa como ambientalista y escritor de renombre.
La carga de una batalla ambiental
La transformación de Wohlleben de guardabosques a activista medioambiental no fue sencilla. Su visión radicalmente diferente sobre cómo tratar los bosques lo llevó a enfrentarse con la estructura oficial de gestión forestal en Alemania. Rechaza frontalmente el modelo de explotación intensiva aplicado a los bosques, que, asegura, responde a los intereses de lo que él llama “el lobby forestal alemán”. Un sistema que, afirma, “ve a los árboles como meros recursos productivos, sometidos a un manejo similar al de la ganadería industrial”.
Para el activista, los bosques merecen un tratamiento diferente, uno que permita a los árboles desarrollarse en su estado natural sin intervención masiva. Su rechazo a la maquinaria pesada lo llevó a experimentar con alternativas menos invasivas en el bosque de hayas de Hümmel. Allí, decidió utilizar caballos en lugar de máquinas para el transporte de madera, lo que evitaba dañar el suelo. Además, eliminó el uso de insecticidas, convencido de que la intervención mínima era la mejor forma de preservar el equilibrio natural del ecosistema forestal.
Las presiones laborales y el agotamiento psicológico de esta “batalla audaz” desembocaron en una profunda depresión que requirió atención profesional. “La carga de trabajo y la lucha contra el sistema me dejaron agotado”, relató Wohlleben. Este episodio, sin embargo, lo impulsó a dar un giro en su vida. Apoyado por su esposa, Miriam, comenzó a escribir sobre sus experiencias y su comprensión de la vida secreta de los árboles, un proceso que daría nacimiento a su famoso libro.
Best seller natural
La obra que surgió de este difícil periodo, La vida secreta de los árboles, no sólo le permitió a Wohlleben ordenar sus ideas sobre los bosques, sino que lo catapultó a la fama internacional. Publicado en 2015, el libro se convirtió rápidamente en un best seller. En sus páginas, desvela el funcionamiento oculto de los bosques, revelando el mundo de interacciones y la sutil cooperación entre los árboles, lo cual fue descrito como un nuevo enfoque, casi espiritual, hacia la naturaleza.
El éxito de la obra consolidó su imagen como activista ambiental y defensor del bosque, y dio lugar a nuevas iniciativas. Desde su academia forestal en Wershofen (municipio en Alemania), fundada en 2014, Wohlleben creó un espacio para quienes desean comprender la ecología y la complejidad de los bosques de manera práctica. La academia ofrece una extensa variedad de actividades que van desde paseos diurnos hasta veladas nocturnas en el bosque, y sus talleres y seminarios suelen estar completos.
Esta propuesta de turismo forestal alternativo generó cierta polémica en el ámbito forestal tradicional. Wohlleben señala que muchos dentro de la industria temen que este tipo de actividades resulten en una masificación de los bosques y puedan afectar su ecosistema. Sin embargo, sostiene que el turismo responsable es menos dañino que el uso industrial de la madera, donde maquinaria de hasta 17 toneladas comprime el suelo y altera de forma irreversible el hábitat. Para el ambientalista, “la gente que viene a pasear por el bosque los domingos se involucra más en el bienestar de los árboles”.
La red de cooperación entre árboles
El éxito del libro no sólo posicionó a Wohlleben como uno de los defensores más influyentes de los bosques, sino que también ayudó a difundir investigaciones científicas que fortalecen su visión del mundo natural como un sistema interconectado. Entre los estudios que menciona en su obra destaca el de la ecóloga canadiense Suzanne Simard, profesora en la Universidad de Columbia Británica, quien descubrió en los años 90 un complejo sistema subterráneo de comunicación entre árboles. A través de sus raíces y mediante la acción del micelio (hongos asociados a ellas) los árboles intercambian nutrientes y señales de alerta, formando una vasta red de cooperación que Simard llamó Wood Wide Web, un “internet vegetal” que subyace en los bosques.
Para el activista, este descubrimiento representa una prueba de que los árboles no son organismos aislados. Su obra invita al lector a ver los bosques como comunidades interconectadas, donde los árboles colaboran y se ayudan mutuamente en lugar de competir. Así, sostiene que un árbol no es simplemente un individuo, sino parte de un ecosistema vivo que se comunica y comparte recursos. Como explica en La vida secreta de los árboles, “hay transferencia de azúcares y otros nutrientes entre los árboles e incluso entre las plantas que los rodean; eso se ha probado”, un fenómeno que, según él, debe ser entendido y respetado.
Sin embargo, esta visión tuvo críticas. Algunos científicos consideran que atribuir a los árboles características casi humanas, como la comunicación y la cooperación, es un enfoque antropomórfico que simplifica la ecología forestal. Wohlleben defiende que, aunque no se trata de “comunicación” en el sentido humano, los árboles efectivamente se alertan mutuamente ante amenazas y colaboran para mejorar sus posibilidades de supervivencia; su postura provocó intensos debates en la comunidad científica, pero, para el activista, cualquier investigación que fomente una mayor sensibilidad hacia el entorno natural es un avance.
Reforestar, una misión
Preservar los bosques es una prioridad no sólo ambiental, sino histórica para Wohlleben. Con frecuencia evoca relatos antiguos para recordar la vasta cobertura forestal que existió en Europa antes de los efectos acumulativos de la deforestación y el cambio climático. “Hay cartas de hace 2.000 años en las que se dice que las ardillas podían atravesar España saltando de árbol en árbol, desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar”, comenta, señalando la alarmante pérdida de masa forestal en el continente. En el contexto actual, marcado por el cambio climático y la desertificación, sugiere la necesidad urgente de plantar bosques con especies que toleren mejor el calor, como el alcornoque, en países particularmente vulnerables como España.
Esta visión se complica en las áreas urbanas. Wohlleben expresa cierta reticencia respecto a la plantación de árboles en las ciudades, donde el ambiente no es el ideal para su desarrollo saludable. “Se los trata un poco como mobiliario urbano”, explica, señalando que el clima urbano, con su calor extremo y su iluminación constante, representa un desafío para el bienestar de los árboles. Además, sostiene que, al igual que los seres humanos, los árboles necesitan la oscuridad para “dormir” y regenerarse, algo que las luces artificiales nocturnas de las ciudades les impiden hacer. En su opinión, el entorno urbano estresa a los árboles hasta el punto de poner en riesgo su salud y longevidad.
A su vez, destaca ejemplos de iniciativas sostenibles en zonas urbanas que lograron crear espacios más amigables para la vegetación. Uno de los casos que menciona con entusiasmo es el de Medellín, en Colombia, donde en 2019 se plantaron más de 800.000 árboles para formar un extenso corredor verde. Este proyecto transformó el paisaje urbano y ayudó a reducir la temperatura de la ciudad entre 2 y 3 grados en verano. Según Wohlleben, es este tipo de planificación urbana (con espacios verdes integrados y respetuosos de las necesidades ecológicas) el que verdaderamente beneficia tanto a los árboles como a los habitantes de la ciudad.
Para él, crear ecosistemas urbanos sostenibles implica ir más allá de los tradicionales parques y jardines. Estos suelen albergar árboles de distintas especies y orígenes que no siempre son compatibles entre sí. Por ello, el activista promueve la reforestación urbana con especies autóctonas, creando comunidades de árboles que puedan crecer en armonía con el entorno y entre ellos, replicando en la medida de lo posible el equilibrio natural que existe en los bosques.
Más prevención, menos prohibición
El alarmante incremento de incendios forestales en regiones como Canadá y Portugal es una amenaza que no puede ser ignorada, según Wohlleben. Sin embargo, a diferencia de lo que suele afirmarse, no cree que estos desastres sean una consecuencia directa del cambio climático. “La mayoría de los incendios son intencionados, provocados por los hombres”, sostiene. Además, opina que los esfuerzos de conservación deben centrarse en la prevención y en la imposición de leyes más severas para reducir los incendios causados por actividad humana, en lugar de atribuir estos fenómenos exclusivamente al clima.
Para Wohlleben, la solución a los incendios no pasa por restringir el acceso de la población a los bosques, sino en fortalecer la relación de la sociedad con la naturaleza: “Es importante que haya una conexión entre la gente y los bosques”. En su visión, permitir que las personas se adentren en los bosques y los experimenten de cerca fomenta un sentido de respeto y responsabilidad que se convierte en un aliado para su protección. Al participar en actividades recreativas y educativas en la naturaleza, las personas desarrollan un compromiso emocional que resulta clave para la conservación de los ecosistemas.
Además, subraya la importancia de restaurar los bosques con especies más resistentes al fuego, en lugar de optar por soluciones inmediatas como el aislamiento total de los espacios naturales. Desde su perspectiva, esta estrategia preserva el equilibrio ecológico y educa a la ciudadanía sobre la importancia de los bosques y el rol esencial que cumplen en la regulación climática y la biodiversidad. La conexión entre el ser humano y el bosque es fundamental para crear una sociedad consciente de la necesidad de proteger estos espacios, y es la única manera de asegurar su supervivencia frente a los desafíos actuales.