Los incendios forestales en Estados Unidos se han vuelto considerablemente más destructivos en 2024, alcanzando un tamaño cuatro veces mayor y una frecuencia tres veces superior en comparación con las décadas de 1980 y 1990 según estudios divulgados por The Conversation.
Aunque el número de incendios en 2024 no ha sido excepcionalmente alto, la superficie quemada ha superado el promedio de los últimos diez años, desplazando a miles de personas, destruyendo viviendas y poniendo bajo enorme presión los recursos de extinción de incendios.
Los incendios forestales dependen de tres elementos clave para propagarse: condiciones climáticas favorables, combustible seco y una fuente de ignición, explica Virginia Iglesias, investigadora de la Universidad de Colorado Boulder. En las últimas décadas, cada uno de estos factores ha experimentado cambios significativos. Sin embargo, aunque los rayos han provocado incendios forestales, más del 84% de estos se deben a las actividades humanas que han generado incendios más destructivos y difíciles de contener.
Clima y condiciones meteorológicas
Las temperaturas extremas tienen un impacto crucial en la propagación de los incendios forestales. El calor seca la vegetación, volviéndola más inflamable. Bajo estas condiciones, los incendios se inician con mayor facilidad, se expanden más rápido y arden con mayor intensidad. En el oeste de Estados Unidos, ”la aridez asociada al cambio climático ha duplicado la cantidad de bosques quemados desde 1984″, según detalla Iglesias en The Conversation.
El problema se agrava con el rápido aumento de las temperaturas nocturnas, que están subiendo a un ritmo más acelerado que las diurnas. Anteriormente, las noches solían brindar un respiro con temperaturas más frescas y mayor humedad, condiciones que ayudaban a contener el fuego. Sin embargo, ese alivio es cada vez menos frecuente, permitiendo que los incendios sigan avanzando sin tregua durante la noche.
La acumulación de combustible denso
El cambio en los patrones de combustible también ha tenido un impacto significativo. La acumulación de combustibles densos, debido a una centuria de supresión de incendios, junto con especies invasoras, como ciertos tipos de pastos, que forman capas continuas de combustible, han creado hábitats más propensos a incendios más grandes e intensos.
Además, el crecimiento urbano en áreas predispuestas a incendios, especialmente en la interfaz urbano-forestal, ha introducido nuevos combustibles altamente inflamables. En estas zonas, donde los vecindarios se mezclan con la vegetación de bosques y pastizales, elementos como edificaciones, vehículos e infraestructuras tienden a incendiarse con facilidad y a arder a temperaturas más altas y con mayor rapidez que la vegetación natural, generando condiciones favorables para incendios más intensos y difíciles de controlar.
Fuente de ignición
Los incendios iniciados por actividades humanas, como fogatas mal apagadas, actos de vandalismo o chispas de líneas eléctricas, suelen ocurrir en condiciones más extremas —con temperaturas más altas, baja humedad y fuertes vientos—, lo que genera una propagación rápida y efectos más severos en los ecosistemas.
Estas quemas, como explica el portal norteamericano, también tienden a iniciarse cerca de zonas pobladas, donde la presencia de estructuras inflamables y vegetación aumenta el riesgo y la peligrosidad. A medida que el desarrollo urbano avanza hacia áreas silvestres, la probabilidad de incendios provocados por humanos y el peligro para las propiedades se incrementan, intensificando el riesgo de incendios.
El clima del “latigazo” en 2024
Por otra parte, la temporada de incendios de 2024 ha estado marcada por un fenómeno conocido como “clima del latigazo”. Este término, detallado por The Conversation, hace referencia a “inviernos y primaveras inusualmente húmedos, seguidos de veranos extremadamente calurosos”, un ciclo especialmente notable en el sur de California.
La primavera lluviosa impulsó un crecimiento abundante de vegetación, que luego se convirtió en un combustible altamente inflamable bajo las abrasadoras temperaturas del verano. Olas de calor severas y la falta de enfriamiento nocturno generaron condiciones que aceleraron la propagación de los incendios y complicaron su contención.
Este ciclo ha alimentado algunos de los incendios más grandes de la temporada 2024, muchos de los cuales fueron provocados por humanos. Además, la inestabilidad atmosférica generada durante estos incendios facilitó la formación de nubes pirocumulonimbos, gigantescas estructuras alimentadas por el fuego que pueden generar su propio clima, con relámpagos y vientos similares a tornados que avivan aún más las llamas.
La convergencia de estos factores no solo incrementa la probabilidad de incendios más severos, sino que también contribuye a un aumento en las emisiones de gases de efecto invernadero, intensificando el cambio climático y creando temporadas de incendios aún más extremas.