En 2013, un grupo de científicos realizó un hallazgo milenario en Quebec, Canadá. Mientras intentaban innovar con una técnica innovadora de secuestro de carbono, lo último que esperaban encontrar era un tronco de cedro rojo del este de unos 3.775 años de antigüedad. Resulta que este invitado no previsto terminó siendo la estrella del experimento y la prueba de que su método para frenar la liberación de dióxido de carbono (CO₂) podría ser mucho más efectivo de lo que pensaban.
El plan original consistía en enterrar 35 toneladas de madera bajo tierra y ver si eso ayudaba a retener el CO₂ atrapado en ella. ¿Resultado? El tronco milenario, al que ya imaginaban desmoronándose como una galleta, apenas había perdido un 5 % de su carbono original. Una sorpresa que confirmó que esta técnica no solo funciona, sino que podría mantener el carbono bajo llave durante milenios.
Prueba de concepto y estudio científico
La técnica de las bóvedas de madera emerge como una propuesta innovadora para combatir el cambio climático. Su fundamento es simple: enterrar grandes cantidades de madera bajo condiciones específicas para prevenir su descomposición y, por ende, la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera. Los árboles, durante su vida, absorben CO₂ y lo almacenan en su madera, pero al morir, su descomposición libera nuevamente este gas, contribuyendo al calentamiento global. La idea detrás de las bóvedas es interrumpir este proceso, permitiendo que el carbono permanezca atrapado en el suelo por largos periodos de tiempo.
El proceso comenzó con una prueba de concepto en la que los investigadores enterraron 35 toneladas métricas de madera a más de 1,8 metros de profundidad. Este experimento se llevó a cabo en un suelo rico en arcilla con baja permeabilidad, lo que impedía el acceso al oxígeno y a los microorganismos responsables de la descomposición de la madera. Al eliminar estas condiciones, el objetivo era mantener el carbono atrapado por largos periodos.
Aunque inicialmente se esperaba revisar los resultados del experimento varios años después, un hallazgo inesperado ayudó a validar la hipótesis mucho antes. La identificación de un tronco de cedro rojo del este de más de 3.775 años de antigüedad que se había conservado intacto bajo condiciones similares permitió a los científicos confirmar la viabilidad de la técnica de almacenamiento de carbono a largo plazo. Estos hallazgos fueron publicados en la revista científica Science, atrayendo la atención de la comunidad científica.
Papel de los bosques en la absorción de dióxido de carbono
Los bosques juegan un rol fundamental en la absorción de CO₂ a nivel mundial. Según los datos recopilados por los investigadores, los árboles capturan anualmente más de seis veces la cantidad de dióxido de carbono que se libera por el uso de combustibles fósiles. Este proceso convierte a los bosques en sumideros de carbono, donde la madera actúa como un almacén natural del gas.
Sin embargo, cuando los árboles mueren, el proceso de descomposición inicia la liberación de todo el carbono almacenado a lo largo de su vida. Este ciclo de absorción y liberación ocurre en un lapso de décadas, lo que significa que gran parte del CO₂ capturado por los árboles regresa rápidamente a la atmósfera, revirtiendo el beneficio climático que proporcionan.
Justamente, la técnica de las bóvedas de madera busca evitar este retorno de carbono a la atmósfera al sepultar la madera y protegerla de la descomposición, permitiendo que actúe como un almacenamiento de CO₂ a largo plazo.
Desafíos y condiciones necesarias para implementar bóvedas de madera
Aunque la técnica de las bóvedas de madera se presenta como una estrategia prometedora para el secuestro de carbono, su implementación a gran escala enfrenta importantes desafíos. El éxito de este método depende de la capacidad para replicar las condiciones específicas de conservación encontradas en el tronco de cedro rojo del este de 3.775 años. En este caso, la madera estaba enterrada en un suelo compuesto por una capa de arcilla de baja permeabilidad, lo que la aislaba del contacto con oxígeno y microorganismos que aceleran su descomposición.
El tipo de arcilla que permitió la conservación de este tronco milenario tenía una composición muy particular: fue depositada por un antiguo mar que ya no existe, creando un suelo que actúa como una barrera perfecta. Sin embargo, esta arcilla no es fácil de encontrar en otras partes del mundo.
Según Kate Moran, ingeniera oceánica de Ocean Networks Canada, este tipo de arcilla marina “no es omnipresente”. Es que la composición exacta y las condiciones que protegen a la madera de la descomposición son raras y difíciles de replicar. Esto plantea un desafío significativo para la técnica de las bóvedas de madera, ya que la identificación de suelos similares es crucial para asegurar la efectividad del método.
El equipo de investigadores trabaja actualmente en encontrar estos tipos de suelo y en determinar las profundidades óptimas para maximizar la preservación de la madera. Además, se enfrentan a desafíos logísticos, como el transporte y enterramiento seguro de grandes cantidades de madera, y a la necesidad de evaluar otros factores ambientales que podrían afectar la eficacia de la técnica.
Viabilidad y combinación con otras acciones climáticas
Si bien la técnica de las bóvedas de madera presenta un enfoque novedoso y de bajo costo para el secuestro de carbono, no se plantea como una solución única. Los propios investigadores enfatizan que funcionaría mejor como parte de un enfoque multifacético que complemente otras estrategias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Ning Zeng, el científico del clima que lidera el estudio, destaca que, aunque esta técnica podría contribuir significativamente a la reducción de CO₂ en la atmósfera, debe implementarse en conjunto con otras medidas, como la transición hacia energías renovables, la reforestación y el desarrollo de tecnologías de captura de carbono más avanzadas. El objetivo es que las bóvedas de madera se conviertan en un eslabón más dentro de una cadena de soluciones climáticas.
Una ventaja de este enfoque es su potencial escalabilidad y flexibilidad. La arcilla, aunque en su composición exacta es difícil de encontrar, sigue siendo un tipo de suelo relativamente común en muchas regiones del mundo. Esto permitiría la creación de bóvedas de madera en diferentes ubicaciones, brindando la posibilidad a diversas comunidades y países de implementar esta estrategia según sus propias capacidades y recursos.
Además, el costo proyectado del proceso, que oscila entre 30 y 100 dólares por tonelada métrica de CO₂, convierte a esta técnica en una opción competitiva frente a otras estrategias de secuestro de carbono.
No obstante, la investigadora Moran recalca la importancia de continuar investigando para garantizar que la técnica pueda ser replicada de manera eficaz en diversos tipos de suelo y condiciones ambientales.