Una mañana de noviembre de 1998 el equipo de fútbol del pabellón de máxima seguridad de la Cárcel de Palmira disputaba un partido mientras su capitán observada desde la banca. Hasta que llegó un conocido y, después de un abrazo, lo tomó del cuello y le propinó siete disparos. Ese fue el último partido de Helmer 'Pacho' Herrera Buitrago, el tercer cabecilla al mando del Cartel de Cali que, años atrás, Pablo Escobar había intentado matar también en una cancha.
El sicario ingresó a la penitenciaría como otro visitante más, con la cédula que lo identificaba como Rafael Ángel Uribe Serna, de 32 años y oriundo de Putumayo. Cruzó el detector de metales y dos puestos de control sin sospecha alguna. El Inpec nunca pudo determinar cómo ingresó la pistola de fabricación alemana. Los guardias solo enfatizaron en que parecía conocer a Pacho, porque "él lo saludó primero".
Ese día no hizo falta el pito del árbitro para acabar el partido, las detonaciones lo hicieron primero. Y mientras los guardias auxiliaban al capo, sus jugadores y los del otro equipo molían a golpes al pistolero. Fue necesaria la intervención de un comando policial para sacar de los puños y patadas a Uribe Serna y trasladarlo a un hospital, donde se recuperó. Pacho, en cambio, no duró vivo muchos minutos en el Hospital San Vicente de Paul, dijo el coordinador de urgencias, Gustavo Paredes.
Pacho Herrera falleció a los 48 años con contusiones en el brazo derecho, un trauma cerrado en el tórax, lesiones en el rostro y una herida de tres centímetros en el lado derecho de la cabeza. Él nunca supo por qué, pero tenía bastantes cuentas por pagar de sus crímenes en el negocio del narcotráfico y el lavado de dólares para no imaginarlo. Tampoco fue el primer atentado que enfrentó.
En indagatoria ante la Fiscalía, Uribe Serna afirmó que lo mató porque él amenazó con hacer lo mismo con su familia si no asesinaba al esmeraldero Víctor Carranza, y no pudo cumplir la misión. Más tarde las autoridades desestimarían el móvil, pues lograron determinar que el sicario fue enviado por el Cartel del Norte del Valle en represalia por un atentado hacia su cabecilla, Wilber Varela, en 1996, que ordenó Herrera.
De mecánico a capo
Pacho Herrera murió en su ley, por el narcotráfico que le dio fortuna y por el fútbol, su pasión. Aunque decían que no le gustaba tanto el deporte como ver a los futbolistas en acción. Su inclinación sexual es de las pocas cosas que quedan claras en su vida: manifestaba sin tapujos su homosexualidad, que nunca fue impedimento en el cruel mercado machista de la droga, pues fue tan despiadado como sus socios y enemigos.
Era un hombre corpulento, de un metro 70 de estatura y siempre vestía elegantemente con saco y corbata. Nunca se supo si fue realmente el hijo no reconocido de Benjamín Herrera Zuleta, 'el Papa Negro de la Cocaína', quien empezó el negocio del tráfico de estupefacientes en el Valle del Cauca. Pero, como él, nació en ese departamento, más exactamente el 24 de agosto de 1951 en Palmira.
Desde pequeño fue traficante, primero de esmeraldas y joyas. Hasta que se mudó a Estados Unidos a los 22 años y se convirtió en mecánico de la Nemac Corporation, una empresa de piezas de aviones en Nueva York. "En ese entonces el trabajo que se hacía era para los aviones de guerra del gobierno. Como yo era mecánico industrial y logré sacar el Social Security, comencé a trabajar legalmente", dijo Herrera en una indagatoria ente la Fiscalía, que reseñó Semana.
Ahí duró cuatro años ganándose un par de dólares por hora, mientras ajustaba su presupuesto comprando calculadoras y relojes electrónicos que enviaba a Colombia con un precio mucho mayor. Y entonces se le apareció otro negocio más rentable y menos agotador, de la mano de su hermano Ramiro Herrera: lavar dólares. En cinco años llegó a sacar en ollas, destapadores, otros electrodomésticos y maletas de doble fondo, unos USD $100 millones.
"Los dólares que traía de Estados Unidos eran del narcotráfico y también de algunos industriales, ya que por la situación cambiaria que había en ese tiempo no era posible que ellos los trajeran legalmente. Pero la mayoría de los dólares que yo traía eran de personas que trabajaban en actividades ilícitas", confesó Herrera en la indagatoria ante la Fiscalía.
Para esa época los controles de los aeropuertos eran fáciles de evadir, igual que con cargamentos de droga, aunque el riesgo aumentaba un poco. Un cliente y amigo de su hermano se lo propuso, Hugo Hernán Valencia Fierro, y metieron a Estados Unidos unos 35 kilos de cocaína. Nada mal para empezar.
"Yo le dije que mi pensamiento era muy diferente, que yo había hecho un análisis y que el negocio de traer dólares era más rentable y menos riesgoso, tanto física como económicamente. Pero Hugo se había convertido en gran amigo y protector de mi persona", narra en boca de Herrera el libro Rehenes de la Mafia, de Edhar Torres Arias.
Pronto se asoció con los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, fundadores del Cartel de Cali, para exportar cocaína hacia Norteamérica, más tarde iniciaron rutas a través de México. Entonces, llegó lo que le faltaba a su fortuna en construcción: poder. El conocimiento estratégico que forjó con el lavado de dólares lo posicionó como el tercero de la organización narcotraficante. Y así empezó su rivalidad con Pablo Escobar.
La guerra con Escobar
El Cartel de Cali y el de Medellín eran rivales, se disputaban las rutas y distribución de cocaína en Estados Unidos, un jugoso mercado en auge para la droga. Y era Herrera quien tenía las conexiones para lograrlo, entonces, se convirtió en el objetivo del sanguinario mafioso Pablo Escobar.
A él le debe su apodo Pacho, de hecho. Para evitar intercepciones en las comunicaciones que Escobar hacía a los miembros del Cartel de Cali, los hermanos Orejuela le pidieron a Helmer ponerse un sobre nombre, y fue Pacho. Comenzaron una guerra que ninguno de los dos pudo concluir.
Escobar, cada vez que podía, mandaba cargamentos de droga con el nombre y dirección real de Helmer Herrerra para que lo arrestaran, nunca sucedió. Eso lo contó el mismo Pacho en la indagatoria: "En 1989 envió una maleta con 20 kilos de cocaína al exterior y le puso en el rótulo del envío mi nombre y el teléfono de donde yo residía en esa época. Esa misma semana envió otra igual a Londres. Escobar decía que de cualquier manera debía perjudicarme y por eso trató en varias ocasiones de hacerme montaje".
Cuando se escapó de la cárcel La Catedral, de Envigado, Escobar dejó en su celda un álbum con fotos de todos los montajes posibles para identificar el aspecto de Pacho Herrera en ese momento, que siempre había intentado evadir a la justicia con un perfil bajo. Por eso, en la prensa lo llamaron 'el hombre de los mil rostros'.
Pero el día en el que Pacho se le escapó de la muerte a Escobar fue también en una cancha de fútbol. La noche del 25 de septiembre de 1990 en la hacienda Los Cocos, corregimiento El Cabuyal, al suroriente de Cali, todos los capos del cartel celebraban con un partido. Pasada la madrugada, veinte hombres de su rival de Medellín llegaron a matar a los tres cabecillas.
Sin previo aviso dispararon sus mini uzis a todo el que tenían al frente. Mataron a 18 personas y cuatro más resultaron heridas, los objetivos quedaron ilesos. El atentado era una respuesta al carro bomba que el Cartel de Cali detonó el 13 de enero de 1998 en el edificio Mónaco de Medellín, donde residía Escobar con toda su familia.
Pacho Herrera más tarde contaría que gastó casi toda su fortuna en acabar a Pablo Escobar, que fue asesinado por la Policía con presunta ayuda logística del grupo paramilitar Los Pepes, apoyados financieramente por el Cartel de Cali.
Mientras que Helmer Herrera, tras 16 meses se persecución, se entregó en 1996 ante el general Rosso José Serrano. Fue procesado solo por delitos de narcotráfico, enriquecimiento ilícito, concierto para delinquir y lavado de dólares. Lo sentenciaron a 14 años de prisión y le impusieron una multa por más de 435.154 dólares.
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